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  • Rosario y su zoológico, un baúl de recuerdos plasmados en un libro

    » La Capital

    Fecha: 25/11/2024 07:52

    Aunque en la actualidad lleve a desterrar la idea de un zoológico en la ciudad, Rosario tuvo uno y a cargo de la Municipalidad. Hasta fines del siglo XX funcionó con 856 animales y más de 30 personas entre veterinarios y guardazoo , colaboradores del lugar. Cuando el candado definió el cierre, la pérdida fue mucho más allá del traslado de animales y marcó el fin de una etapa solo contada por los rosarinos con memoria. Hay que viajar en el tiempo y llegar hasta 1997, mitad del primer mandato de Hermes Binner como intendente. Rosario decidió la clausura del lugar existente desde 1915 en base a la ordenanza que prohibía animales en cautiverio (también desterró a los circos con especies como atracción) como un tigre, leones, pumas, un lobo, gatos monteses, zorros, monos, águilas, oso hormiguero, guanacos, ciervos, llamas, jabalíes, búfalos, decenas de especies de aves, entre otras que se encontraban en el establecimiento rosarino . Tiempo después, ya en el segundo periodo del líder socialista, se inauguró el Jardín de los Niños. Sin embargo, el zoológico de Rosario fue mucho más que un espacio de 3.5 hectáreas de divertimento para los vecinos de la ciudad, jaulas o especies, muchas veces no coincidentes con la fauna de la región. Fue así como Gisela Sica, exguardazoo, no dudó a la hora de plasmar los últimos años del lugar, el día a día de los trabajadores, su proceso de desarme y el acompañamiento de los seres vivos afectado por el cambio. Con todo por contar, nació “Historia del Zoológico de Rosario”, un baúl de recuerdos de un mundo que hoy es impensado. Zoológico de Rosario01.jpg Sica se unió al cuerpo de guardazoo en 1994. Era una organización sin fines de lucro creada por María Esther “Beba” Linaro, la última directora del Jardín Zoológico, nombre oficial definido al ser inaugurado en 1915. Si bien el fin del zoo se dio el 31 de diciembre de 1997, no fue hasta 1999 cuando empezó el proceso para reubicar a los animales y recién completado en noviembre de 2001. Trabajando a la par de veterinarios, la autora se reconoció como “apasionada de los animales y de la escritura”, ambas se unieron para contar desde un escape animal hasta las particularidades del día a día en los registros. >> Leer más: Mundo Aparte: un lugar donde los animales silvestres se recuperan del maltrato “La idea era que no se perdiera todo eso. Una de mis funciones era con las actas y pude rescatar toda esa información, además rastreé en bibliotecas con diarios de la época como La Tribuna y en materia fotográfica La Capital me ayudó muchísimo”, recordó Sica. El trabajo está realizado en los primeros años del Siglo XXI, sin embargo, distintos actores dilataron la publicación y “estuvo dormido durante 15 años” hasta que CR Ediciones se hizo cargo. libo zoologico.jpg Gisela Sica, junto a su hermano Norberto y Patricio Raffo, editor del libro Un libro entre jaulas La primera parte del libro, como lo definió la escritora, se basa íntegramente en la parte histórica del zoológico: cómo se originó, el paso en el tiempo, los últimos años, todo en orden cronológico. “Basado en los archivos”, simplificó Sica. La segunda parte, dividida en tres capítulos, detalla las vivencias rescatadas por Sica. Son tres tramos: uno de nacimiento de animales, otro de fugas y otro de accidentes. “Es lo que pasó, lo que vivimos los últimos guardazoo, qué pasaba con el proyecto y cómo la política de turno definió el cierre. Sin ninguna valoración”, explicó Sica. >> Leer más: Una leona africana y un tigre de bengala fueron alojados en una ONG rosarina En la tercera parte y con el objetivo de rescatar la función de los colaboradores, el libro trae en sus líneas la experiencia del cuidado de los animales enjaulados, una imagen que parece en blanco y negro para los tiempos actuales. Los gaurdazoo, a pesar de ser una ONG, tenían la tensa tarea de ingresar a las jaulas, darles de comer a los animales y atenderlos. Fines de semana, domingos, feriados y fechas festivas por igual, lluvia o bajo un sol radiante, era una tarea “invisible” durante las 24 horas. Así se formó una familia de “bicheros”, apodo que los veterinarios le otorgaron a este grupo. Zoológico de Rosario02.jpg Entre los miles de hojas leídas, Sica se encontró con particularidades y detalles de ese grupo, unido por un mismo objetivo. “Hoy estoy más vago que de costumbre”, “Vinieron muchas familias” o “Estuvo lluvioso”, son algunas de las frases que aparecían en el libro de cambios de guardia y la autora pudo rescatar del olvido. Hoy pensar en un zoológico no tiene asidero. Más de cien años han pasado de aquel 1915. Mostrar a un animal en contexto de vidriera en la actualidad es impensado y se torna aberrante la idea del cambio de especies cuando los años hacían estragos o la salud los llevaba a un triste final. Para imaginar la situación hay que imaginarse un elefante en medio del Parque de la Independencia, “el cual se perdió en el camino”, según los registros del siglo pasado y nunca llegó a destino. También la estadía de un oso polar o pingüinos, desmayados ante las altas temperaturas de una ciudad ajena a su naturaleza. Estas especies eran asistidas en una cámara frigorífica donde se aclimataban: “Llama la atención de esos caprichos y el desconocimiento humano por el maltrato”, retrató Sica. El libro también cuenta el nacimiento de ejemplares, muchos de ellos sorpresa por la falta de tecnología para la atención médica, o la crianza de distintos ejemplares: “Haberle dado de comer con la mano a una leona no me lo olvido más”, aseguró la escritora. Sí, en Rosario hubo leones. Zoológico de Rosario03.jpg Todo el proceso de cierre está detallado en las páginas de la obra, sus decisiones políticas y la creación final del Jardín de los Niños. En el marco del desarme, los animales viajaron hacia otras ciudades y una decena de ellos, por cuestiones judiciales, no podían abandonar Rosario. Ante este panorama, creó un espacio acorde. En una primera instancia, iban a ser destinados a la Granja de la Infancia, pero luego se estableció el Anexo Imusa, donde se instalaron 10 jaulas con la idea de que esos animales pasen los últimos momentos de su vida allí. “Con Fabian, mi pareja, seguimos cuidándolos en el anexo”, relató Gisela y recordó que encontró en el amor también entre jaulas, alimentos balanceado y guardazoo. Ese conjunto de animales, por suerte, fue donado en noviembre de 2001 a la organización Mundo Aparte, a cargo de “Beba” Linaro, la exdirectora del zoo, como secuela del establecimiento rosarino. Ser guardazoo La agrupación de voluntarios, los “bicheros”, tenía varias tareas entre ellas estaba el limpiado de la jaula, pintar las paredes y asistir a los veterinarios. También, en momentos de expansión del zoológico, llevaban adelante las charlas educativas para las escuelas o visitas guiadas, en ellas se escuchaba la voz en contra del tráfico de fauna o la utilización de especies en los circos. Gisela Sica llegó a ser coordinadora de uno de los grupos y se abocó a los animales, tentando a la suerte al enfrentarse a un león que no quería comer “y no sabía si me iba a arrancar la mano”, cambiando los pañales a los monos para “sacarlos a pasear” o pararse frente a los osos meleros, sin olvidarse que son de tipo salvaje. “Una mona macaca, entró de muy chiquita y era amorosa, iba de brazo en brazo. Cuando creció su humor cambió, mostró verdaderos rasgos salvajes y no pudimos estar en la misma jaula con ella”, recordó Sica. Zoológico de Rosario04.jpg La trágica historia de Resorte, un mono papión -parecido al mandril-, el cuál atacaba exclusivamente a los hombres también está relatada entre las líneas del libro. En los pasillos del zoológico era vox populi los fuertes maltratos sufridos por el animal. Al zoológico se entraba por el arco que aún hoy se pueden encontrar en el Parque de la Independencia. La tapa del libro la muestra como la puerta a un mundo inexistente, pero no irreal. Al pasar por el portón, los visitantes se topaban con una fuente artesanal y juegos para los más chicos. Tanto para la izquierda como para la derecha estaban las jaulas. Poco queda del lugar en un punto central de la ciudad. Los más jóvenes verán a este establecimiento como el de una ciudad lejana, ajena y antigua. Los entrados en años, tendrán un grato recuerdo de paseos familiares o tardes rodeadas de animales.

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