Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • El equilibrio diplomático de la motosierra sin nafta

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 24/11/2024 14:36

    La cumbre del G20 volvió a demostrar ante el mundo el giro de 180 grados dispuesto por el presidente Javier Milei en materia de política exterior. De pronto, un país que acompañaba a pies juntillas las declaraciones en defensa del medio ambiente y la diversidad de género, abandonó el ideario progre para adherir afanosamente a las posturas más conservadoras que niegan el efecto invernadero, rechazan la protección de las minorías vulnerables y hacen muecas de disgusto frente a propuestas de gravar las grandes fortunas. Ya en su discurso ante la asamblea general de la ONU, en septiembre, el presidente Milei había dejado en claro que la Argentina viró hacia nuevas coordenadas que van en franco rechazo de las metas conocidas como “Agenda 2030”, el paquete de propuestas elaboradas por Naciones Unidas para mejorar las condiciones de vida de la humanidad a través tres tópicos troncales: la lucha contra la pobreza, la eliminación de las desigualdades y el cuidado del medio ambiente. El presidente argentino había tachado de “socialistas” las políticas impulsadas por el organismo internacional, a la vez que denunció el peligro de un “Leviatán de múltiples tentáculos” integrado por los gobiernos proclives a las regulaciones estatales. Por ende, se esperaba que su presencia en el cónclave de Río de Janeiro se orientara hacia la ruptura y el aislamiento, cosa que no ocurrió. Milei viajó con la motosierra a Brasil, pero sin nafta. Con la prevención propia de la distancia ideológica que lo separa de Lula Da Silva, el líder argentino exhibió su ductilidad para hacer lo que mejor le sale desde que aterrizó en la arena política: exagerar posturas en los discursos y amagar con fracturas definitivas para luego bajar el tono en los hechos, al punto haber suscripto con Itamaratí un acuerdo de largo plazo por el cual Argentina compartirá su riqueza gasífera con Brasil. ¿Quién iba a pensar que después de llamar comunista corrupto a Lula, el libertario estrecharía su diestra en la cumbre de Río? ¿Qué pasó entre aquella declaración de guerra y esta demostración de concordancia? La respuesta es la diplomacia, tanto la ejercida por los acreditados brasileños en la Argentina como la practicada -con denuedo- por los miembros del servicio exterior de nuestro país, quienes llevaron a buen puerto las negociaciones finalmente plasmadas en el entendimiento bilateral. ¿El gas de Vaca Muerta tendría otro destino exportable más práctico que las cocinas, estufas y polos industriales de los hermanos brasileños? Sin dudas que no, pues basta con prolongar las cañerías hasta las fronteras o con instalar una planta de licuefacción para que el fluido argentino llegue en generosas cantidades a la nación vecina, que de esa forma se transformará en un socio estratégico para el gran objetivo de financiar obras de infraestructura mediante la inversión privada, a través del régimen conocido como RIGI, para la intensificación exploratoria de los yacimientos patagónicos. El memorándum de entendimiento Argentina-Brasil contempla la provisión de 30 millones de metros cúbicos diarios desde la Mesopotamia hasta Río Grande do Sul, a través de un vínculo subterráneo que unirá los gasoductos de ambas jurisdicciones a fin de garantizar el stock de gas que las plantas brasileñas de fertilizantes necesitan para producir sin sobresaltos. El acuerdo, suscripto por el ministro de Minas y Energía de Brasil, Alexander Silveira, y el ministro de Economía argentino, Luis Caputo, pasó inadvertido en medio de las definiciones multilaterales de fondo y las gestualidades de los dignatarios, pero configura un dato revelador de que la política se subordina a la geopolítica en tanto los intereses comerciales resulten favorecidos por coincidencias entre administraciones que, aunque se presente como antagonistas, a la hora de la verdad se alinean en función de objetivos superiores. Lula podrá ser persona no grata para Milei y viceversa, pero sus respectivos agentes diplomáticos recibieron instrucciones precisas de custodiar los intereses comunes de ambos países, con lo cual quedó a la vista un nivel de consenso tranquilizador para los grupos empresarios que temían la interrupción del diálogo por razones subalternas como la vieja dicotomía entre izquierda y derecha. Los impulsos verbales de Milei encontraron, gracias a los buenos oficios de los negociadores de ambos países, un cauce para drenar hacia los desagües sin anegar la relación con el vecino más influyente del Cono Sur. De esa manera, los encargados de llevar adelante las tratativas lograron el objetivo tras desandar un camino empinado por las complicaciones propias de las divergencias entre los modelos políticos y económicos imperantes en cada país. El pragmatismo mileista se manifestó varias veces en el G20. La que más impacto logró en las marquesinas del cónclave fue el encuentro entre el presidente argentino y su par chino, Ji Xinping, en otro claro ejemplo de que los dichos y los hechos son para el líder libertario dos dimensiones de su performance que no necesariamente deben coincidir. Después de haber perjurado que no negociaría con China en razón de que prefería orientar las relaciones comerciales con “el lado civilizado de la vida”, Milei arrió las banderas anticomunistas y prodigó un saludo afectuoso a quien, además de gobernar la potencia oriental, es nada más y nada menos que secretario general del Partido Comunista de ese país, cabeza de la hibridación conocida como “capitalismo de estado”. El ejemplo chino, que conjuga ingredientes de los esquemas de libre mercado con los controles propios de un régimen totalitario de partido único, se transformó en una fuente de inspiración para Javier Milei desde que Jinping decidió renovar el swap de monedas con Argentina y evitó así una crisis económica que pudo haber sido devastadora para la gestión de La Libertad Avanza. A partir de ese momento, el gigante asiático se transformó en “un socio interesante” para el actual morador de Olivos. Al final de cuentas, la mezcla de los dos sistemas que durante el siglo pasado se mantuvieron enfrentados en el marco de la Guerra Fría, hoy representa una oportunidad de recuperación para países que, como la Argentina, se aferraron ciegamente a un determinado tronco ideológico por razones dogmáticas. Hete aquí una virtud del aleonado jefe de la Casa Rosada: hasta su asunción, ningún gobernante argentino había probado con unir los polos para obtener ventajas tanto de su devoción “trumpista” como de sus amistades “comunistas”. La foto con Xi Jinping indica que aun como declarado admirador del nuevamente electo Donald Trump, el presidente argentino es capaz de mantener relaciones abiertas con los Estados conducidos por lo que él mismo denominó Leviatán socialista, en alusión a la subyugante creación retórica de Thomas Hobbes para representar el funcionamiento del estado. Al culminar el G20 la Argentina rubricó la declaración final de presidentes con reservas. Es decir, hizo equilibrio para no romper con el concierto de naciones pero mantuvo su posición en contra de los programas contra la pobreza, el calentamiento global y la discriminación por razones de género. Se pronunció así como exponente central de la nueva corriente anti-woke, el movimiento político que reniega de las ideas socialdemócratas y de izquierda. La pregunta si, dada su condición de aliado estratégico de Estados Unidos, Milei podrá continuar en buenos términos con China y Brasil, socios determinantes en el proceso de recuperación que necesita iniciar la Argentina. De la diplomacia depende.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por