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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/11/2024 02:53
El Rosedal tiene unos 18.000 rosales, con gran variedad de especies. Los gansos y patos son parte del paisaje habitual. Ocupa 4 hectáreas. Foto: Pablo Alejandro Hrubiesiuk / GCABA El estallido fue en 1899. París, la Ciudad Luz que con su esplendor alumbraba a todo Occidente, inauguró el primer jardín de rosas del mundo. El contagio fue inmediato: todas las grandes ciudades quisieron replicar la idea y tener su propia rosaleda. Es que a fines del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX el cultivo de rosas se había expandido y daba prestigio a aquellos lugares o jardineros que exhibían los ejemplares más vistosos. Para 1899, las rosas no eran ninguna novedad. Las habían cultivado los persas y los griegos varios siglos antes de Cristo. Los romanos habían multiplicado cada vez más los canteros que les dedicaban porque usaban sus pétalos en las fiestas. La Edad Media no las tuvo como grandes protagonistas de la vida pública, pero los monasterios perfeccionaron su cultivo en sus claustros y, por ese vínculo religioso, creció la asociación entre la imagen de la rosa y la de la Virgen María. Pasado el Renacimiento, el cultivo de las rosas volvió a cobrar protagonismo y hacia fines del siglo XVIII y durante todo el XIX fueron furor. Es que por primera vez se expandieron en Europa algunas variedades de rosales chinos que permitieron la generación de híbridos: los jardineros especializados en esa flor cada vez más asociada al romanticismo fueron descubriendo cómo lograr una flor amarilla o anaranjada, y la pasión por los jardines de rosas de colores y aromas variados se popularizó. La capital francesa fue la punta de lanza. El caso cero del que pretendieron contagiarse las grandes ciudades del mundo. Buenos Aires, en plena expansión de su riqueza agropecuaria y sus aspiraciones europeizantes, no fue la excepción. Así que el 24 de noviembre de 1914, hace exactamente 110 años, el Rosedal de Palermo abrió sus puertas. Los años lo convertirían en un destino de descanso y contemplación para los porteños, sobre todo los que tienen la fortuna de vivir cerca del Parque Tres de Febrero, y en un destino casi obligado para los turistas que llegan a la Ciudad. En temporadas de cruceros internacionales, la rosaleda está entre las excursiones más demandadas por quienes desembarcan en Buenos Aires. Una de las postales más frecuentes: una visitante se acerca a una flor para sentir su aroma. Foto: Emanuel Zerbos / GCABA “Todo el Parque Tres de Febrero tiene unos 10.000 visitantes diarios de lunes a viernes, generalmente son los vecinos de Palermo los que más se acercan. Un fin de semana, esa cantidad de visitantes crece a entre 70.000 y 100.000, sobre todo por la llegada de gente que viene de barrios más lejanos; y cuando es temporada de cruceros pueden llegar a venir 3.000 personas en una mañana sólo procedente de ese público. Dentro del enorme parque, el Rosedal es uno de los principales atractivos”, explica Martín Cantera a Infobae. Es el presidente de la Comuna 14 y, por eso, tiene a cargo el Parque Tres de Febrero, que alguna vez tuvo 370 hectáreas de acceso público y al que, varias privatizaciones después, le quedan 210. Un poco más de la mitad. El Rosedal ocupa cuatro de esas 210 hectáreas. El Parque Tres de Febrero, uno de los grandes pulmones verdes de una Ciudad con mucho más acceso a esos espacios en su corredor norte que en el sur, había sido alguna vez una gran extensión de tierra perteneciente a Juan Manuel de Rosas. Después de que el líder de la Confederación fuera derrotado en la Batalla de Caseros, en 1852, ese enorme terreno le fue confiscado y pasó a ser de dominio público en vez de privado. Sería el puntapié inicial para que se convirtiera en el parque que llega hasta nuestros días. “Vengo desde que soy chiquita, me traía mi abuela. Yo al principio me aburría y a ella le encantaba, pero con el tiempo aprendí a apreciar la belleza de las flores y también la tranquilidad que hay acá adentro. Ahora traigo a mi nieto, que un poco se aburre pero ya va a disfrutar, ojalá”, dice Susana, que tiene 73 años y vive a siete cuadras del Rosedal. Lo dice a la hora que el sol empieza a caer y a la que los gansos y los patos caminan a sus anchas por los senderos de grava que organizan el paseo en esta rosaleda. Alrededor de Susana, de los gansos y de los patos, hay miles y miles de rosas de 93 especies que se fueron hibridando en distintos lugares del mundo y que llegaron a este parque para enriquecerlo. Hay rosales “grandiflora”, que dan de a una flor más bien grande por ramillete, y hay otros “floribunda”, en los que brotan varias flores cercanas. Hay espinas y, en los días más concurridos, hay fila para sacarse una foto junto a las rosas más rojas: la pose habitual es acercando la cara a la flor, haciendo el gesto de sentir ese aroma tan característico de algunas especies. Esas que se ganaron el derecho a representar simbólicamente el amor desde hace al menos dos siglos. Cada especie tiene su nombre y su lugar y año de origen. El Rosedal es muy buscado por hibridadores de semillas del hemisferio norte. Foto: Pablo Alejandro Hrubiesiuk / GCABA “Nuestro Rosedal es un fiel exponente que se vino desarrollando desde el siglo XVIII y XIX en todo el mundo. Representa con gran fidelidad los jardines de rosas más destacados que se diseñaban en grandes ciudades, en los que cada carpeta de césped se aislaba de otras para que cada arbusto se destacara por su color y también por su aroma”, explica a Infobae el arquitecto especializado en paisajismo Jorge Bayá Casal, que se desempeñó durante años en el prestigioso Estudio Thays. El Rosedal de Palermo se inauguró en Buenos Aires por iniciativa del intendente Joaquín Samuel de Anchorena, que fue quien decidió reservar una parte del Parque Tres de Febrero a esos fines. Benito Carrasco, ingeniero agrónomo y paisajista y Director de Parques y Paseos de Buenos Aires hacia 1914, fue el encargado de diseñar el espacio. Fue él quien decidió que la rosaleda fuera perfectamente simétrica y también fue él quien diseñó el Puente Helénico, uno de los espacios más destacados de todo el paseo. Por sus características arquitectónicas, permite que crezcan plantas hacia arriba en una glorieta y que otras queden colgando hacia abajo: un verdadero jardín colgante. Según destaca Bayá Casal, el diseño del Rosedal se destaca por decisiones como que haya zonas en las que quien recorre el espacio lo haga a una altura mayor que la destinada a los rosales: “El aroma sube, y eso hace que desde mayor altura pueda apreciarse mejor la forma y el color de la flor, pero sobre todo la fragancia”, explica. Rodeado por uno de los lagos, es un paseo completamente simétrico diseñado por el paisajista Benito Carrasco. Foto: Pablo Alejandro Hrubiesiuk / GCABA “Cuando ves qué aprecia el público, te das cuenta de que buscan ejemplares de colores bien vívidos. La roja sigue teniendo un éxito enorme, pero también la amarilla y las que llaman mucho la atención porque mezclan algunos colores en sus pétalos. Viene público de todas las edades, y después de la pandemia vimos que muchos vecinos cercanos descubrieron el Rosedal como un espacio al que venir en la semana. Antes tal vez no lo apreciaban tanto”, describe Cantera. Son 12 los jardineros dedicados exclusivamente al Rosedal, que es de acceso gratuito y en el que hay unos 18.000 rosales. Cada julio se lleva a cabo la poda anual destinada a eliminar las ramas más viejas y conservar las más jóvenes de cada ejemplar. Desde 2015 esa poda tiene un correlato entre los porteños a los que les gusta la jardinería: se reparten esquejes de los rosales para que quien se lleve algunos ejemplares a su casa pueda intentar esa plantación en su jardín, balcón o terraza. El reparto de esquejes fue la formalización de algo que ya se hacía: “Vimos que los más entendidos en el tema buscaban esquejes entre lo que descartábamos de cada poda, así que decidimos organizarlo. Se arman unas filas larguísimas”, cuenta Cantera. Este año, 12.000 personas se llevaron sus esquejes a su casa. En cada edición crece la cantidad de gente que va en busca de su futuro rosal, pariente del mismísimo Rosedal. La temporada más alta del paseo es en noviembre, época de floración de la gran mayoría de los rosales. Recorrer el espacio implica cruzarse con los nombres y los orígenes de las especies: “La sevillana” es bien roja, “Tchaikovsky” tiene una flor enorme y entre blanca y anaranjada en cada ramillete, “Comtesse du Barry” luce flores blancas. El Puente Helénico, uno de los espacios más destacados del Rosedal, fue pensado por su diseñador original en 1914. “El borde del Rosedal delimitado por el lago le da un romanticismo muy especial por el reflejo de los árboles y de las luces en el agua. Ese romanticismo se vincula con el simbolismo que se le otorga a la rosa”, describe Bayá Casal, y suma: “Es un espacio de gran valor histórico para la botánica porque uno puede entender la evolución de las rosas a través de las distintas especies plantadas”. Son exigentes las rosas: alrededor de cada arbusto pueden verse las mangueras del sistema de riego diseñado para este paseo. Hay que fumigarlas y fertilizarlas regularmente. “Por suerte no hemos tenido más que algún caso anecdótico de vandalización o incluso de robo de algún ejemplar. Hay mucho respeto por el Rosedal”, describe Cantera. A diferencia de varios sectores del Parque Tres de Febrero, este está delimitado o por el lago o por un vallado que impide el acceso fuera de los horarios estipulados, que hasta hace apenas unos días seguían siendo los de invierno. Entrar a un espacio verde de los más atractivos de la Ciudad, a fines de noviembre, estaba sólo permitido hasta las 17.30, más de dos horas antes del atardecer. El horario de verano, que permite ingresar hasta las 19.30, empezó a implementarse este viernes, según confirmó Cantera a Infobae. “El Rosedal tiene una de las colecciones más grandes de la región. Fue el único jardín de Latinoamérica premiado por la Federación Mundial de las Sociedades de la Rosa, que viene a controlar el mantenimiento del espacio desde 2012 para revalidar ese premio”, cuenta Cantera. La mezcla de colores es uno de los grandes atractivos ante los ojos de los visitantes. Foto: Pablo Alejandro Hrubiesiuk / GCABA La hibridación de rosas más actual busca, generalmente, pétalos más chicos que antes y un ramillete del que salgan varias flores. La fragancia pasó a un plano no tan central respecto de hace algunas décadas. Esas nuevas variedades son buscadas -y, en el mejor de los casos, logradas- por hibridadores que mezclan semillas y avanzan a pura prueba y error. “Como la mayoría de los hibridadores vive en el hemisferio norte, nuestro Rosedal es un gran lugar para que prueben el funcionamiento de sus semillas en otras condiciones climáticas. Hace algunos años el Rosedal fue parte del concurso anual de rosas en el que hibridadores de todo el mundo enviaban sus nuevas creaciones para probarlas, pero hacia 2009 o 2010, por un cierre de importaciones, quedaron semillas en la Aduana y se pudrieron. Nunca más se pudo participar”, cuenta Cantera, encargado del mantenimiento del parque junto al Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad. En 2011, el paseo fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad por la Legislatura porteña. En criollo, eso significa que se debe respetar el diseño original que pensó hace más de un siglo Benito Carrasco, discípulo del gran Charles Thays, cuando quiera hacerse cualquier restauración o modificación. Es que, así como está, el Rosedal es uno de los grandes íconos del paisaje porteño. Lo saben los turistas que piden a sus guías poder verlo, lo saben los vecinos de Palermo que son habitués, y también los de barrios bastante más lejanos, que aprovechan los fines de semana para acercarse a este paseo que a esta altura del año muestra su mejor versión. Lo sabe Susana: “No me canso de venir. Siempre le descubro algo nuevo, y me di cuenta con los años de que eso mismo le pasaba a mi abuela cuando me traía. Nunca se agota el Rosedal: cada vez que traigo a mi nieto puedo mostrarle una flor que nunca vio y contarle un poco de esa historia o que nos inventemos un cuento juntos. Mi sueño es que él venga de grande a recordarme acá, como yo recuerdo a mi abuela”, dice. Detrás de los gansos, grandes lugartenientes de este paseo, asoman las flores rojas, rosas, blancas, amarillas y anaranjadas que desde hace 110 años se empeñan en hacer de Buenos Aires una ciudad todavía más hermosa. Si eso es posible.
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