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» Diario Cordoba
Fecha: 23/11/2024 08:41
No era solamente pasar la bola muy deprisa con una raqueta por encima de una red. Se lo repetía su entrenador y tío, Toni Nadal, ahora ya convertido en conferenciante internacional sobre el valor del esfuerzo, la superación y la autoestima: no creas que eres especial por pasar una bola por encima de una red, cuando Rafa Nadal era un chiquillo. La frase tiene su sentido no sólo sociológico -hablamos de un icono internacional que se retira con 38 años y será recordado mientras el mundo exista-, sino incluso ético: es más importante salvar vidas en un incendio o en la mesa de un quirófano, es más necesario alimentar a quienes pasan hambre, es más decisivo escribir libros o rodar películas, es más imprescindible enseñar a los niños a leer. Todo eso puede ser y está muy bien que se le diga a un adolescente que de pronto puede poner su mente en órbita, a gravitar en esa lejanía sideral de un ego disparado por la fama. Y estaba fantástico que Toni Nadal se lo dijera una y otra vez a su sobrino Rafael, porque de ahí le viene esa sobriedad contenida a la hora de tentarse a sí mismo, esa exigencia pública que, en el fondo, es una intimidad. Pero no era solamente pasar la bola muy deprisa con una raqueta por encima de una red, porque nunca se ha tratado de eso con Rafa Nadal, sino de un combate cuerpo a cuerpo contra la inclemencia de vivir. Y ahora vendrá el avanzado de turno a responderme que qué va a saber Nadal, que es millonario desde hace veinte años, de la inclemencia de vivir. No se trata de lo que él pueda saber -y sin duda algo sabe-, sino de lo que inspira. No se trata sólo de lo que es, sino de aquello que evoca con un gesto o con un gemido de dolor, una carrera al límite o un salto en la pista, tras haber logrado un punto, con el puño hacia el cielo y el brazo de guerrero recortando el vacío, en la visión plena de sí mismo. Lo cuenta Roger Federer en una carta preciosa publicada en X, que nunca fue ni siquiera ganar, sino una resistencia ante la vida: las facturas del cuerpo, el envejecimiento. También lo explicó Rafa: «No estoy cansado de jugar, pero mi cuerpo no quiere seguir jugando al tenis». Lo ha exprimido todo lo que ha podido, y nos ha hecho soñar. Lo ha intentado tanto como Pau Gasol al final, y ha sido muy hermoso, y también trágico, asistir a esa resistencia. Los que hemos tenido la fortuna de ver jugar en directo a Rafael Nadal -yo varias veces, en Córdoba y París- sabemos de esa fuerza voraz que transmitía sólo cuando empezaba a calentar. Rafael Nadal ha escrito una épica y nos ha llevado a todos en su vuelo ante el muro de Troya del paso del tiempo. Porque la vida es eso: y seguir, y seguir, y aguantar, mientras que podamos sostenernos. *Escritor Suscríbete para seguir leyendo
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