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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/11/2024 04:16
María Estela Martínez de Perón anuncia el inicio de la construcción del Altar de la Patria el 23 de noviembre de 1974 “Esta obra, cuya monumental estructura y su acabada perfeccionalidad (sic) como expresión del arte y de la técnica constructiva, será, a no dudar, la admiración de cuantos la visiten en el futuro. Pero esta valoración quedará empequeñecida por la inmensidad de la grandeza patriótica de los preciados símbolos de argentinidad que en su momento reposarán en este Altar de la Patria”, dijo dificultosamente María Estela Martínez de Perón frente a la placa que daba testimonio del inicio de la construcción. Corría la mañana del 23 de noviembre de 1974 y el acto montado en el terreno ubicado sobre la Avenida Figueroa Alcorta, entre Tagle y Austria – donde hoy está el edificio de la Televisión Pública - se desarrollaba con toda la pompa que exigía el caso: se plantaba la piedra fundamental de la construcción del monumento más ambicioso de la historia del país. Flanqueada por el arzobispo de Buenos Aires, Juan Carlos Aramburu, y el ministro de Bienestar Social de su gobierno, José López Rega, la presidenta se disponía a correr la tela que cubría el mármol. “Porque naturalmente, como naturalmente llegaron un día los restos del Libertador, tendrán que venir los de Eva Perón, los de Juan Manuel de Rosas. Pero no llegarán a ser ‘banderas de división’. Vendrán a unirse en el Altar de la Patria con quienes fueron sus adversarios o sus aliados. Que de esto se trata. Que nadie quede fuera de allí, porque el Altar es el clamor nacional de la convivencia de los hombres y mujeres de hoy”, agregó la viuda de Perón sin reparar en repeticiones. El Cardenal y el Brujo aplaudieron. Aramburu estaba allí para bendecir la piedra fundamental del monumento, López Rega porque era omnipresente, pero en este caso también porque el Altar de la Patria había sido idea suya, una obra digna del gran personaje que creía estar destinado a ser en la historia. El lugar elegido por “El Brujo” para levantar el altar estaba cargado de simbolismo: era el mismo donde yacían enterrados los cimientos de otra mega obra soñada por un gobierno peronista, el “Monumento al Descamisado”, cuya construcción se aprobó el 4 de julio de 1952. Tras el derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955, la autodenominada “Revolución Libertadora” había borrado todo vestigio de aquella obra. Juan Domingo Perón y otro mega proyecto que tampoco se concretó: el Monumento al Descamisado Ensoñado en su delirio de grandeza, López Rega sonreía mientras escuchaba a la presidenta. Era su proyecto, en el que había empezado a trabajar apenas unos días después de la muerte de Juan Domingo Perón. El folleto del Brujo “Morir es el destino común de los seres humanos, pero morir con gloria y gozar del respeto de sus semejantes es el patrimonio único de los seres elegidos por Dios como expresión de su bendición a los pueblos del mundo. Esta es la idea rectora del Altar de la Patria. Constituye una apelación a la unidad de los argentinos. Es la representación simbólica de una trascendente síntesis de la nacionalidad personalizada en los nombres de sus hijos más ilustres. Esa búsqueda de unidad, necesidad de concordia y ansia de paz estará resumida en las palabras que desde el frontispicio del Altar de la Patria constituirán una permanente lección para todos los argentinos: ‘Hermanados en la gloria, vigilamos los destinos de la Patria, que nadie utilice nuestro recuerdo para destruir a los argentinos”. Así terminaba el prólogo del folleto impreso por el Ministerio de Bienestar Social pocos días después de la muerte de Perón para anunciar la mega obra que simbolizaría para los argentinos y el mundo entero la grandeza de la “Argentina Potencia”. No hacía falta reparar en la firma al pie del texto para descubrir la identidad de su autor. En el estilo esotérico-patriótico que rebosaba de cada uno de sus párrafos se reconocía la pluma de José López Rega, la misma que había utilizado en su libro profético, “Astrología Esotérica”. La violencia política ejercida desde el gobierno contradecía el mensaje de unidad nacional que el Altar de la Patria pretendía representar El proyecto había sido aprobado por una ley del Congreso sancionada el 8 de julio de 1974, apenas 8 días después de la muerte de Perón, y allí descansarían sus restos junto a los de Eva Perón, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Facundo Quiroga, Fray Mamerto Esquiú, y otros insignes de la historia argentina. Se trataba de un gigantesco mausoleo que, según el folleto, sería emplazado “sobre una plaza cívica de 180 metros de lado”, cuya amplitud “permitirá la realización de diversas ceremonias a cielo abierto con la participación de grandes masas de público”. El texto – ilustrado con una foto de Isabel Perón con los atributos presidenciales, otra del propio López Rega y una maqueta de la obra – no vacilaba en arriesgar comparaciones para describir su magnitud: “Su altura será de 50 metros, con un total de 60 si se tiene en cuenta que los subsuelos alcanzarán una profundidad de 10,50 metros. Como pauta comparativa de su grandiosidad ha de señalarse que el famoso Cristo del Corcovado, de Rio de Janeiro, se eleva a una altura de 38 metros sobre el nivel del suelo”, describía. El Cardenal Juan Carlos Aramburu asistió para bendecir la piedra fundamental, mientras José López Rega ideó el proyecto Una obra en espejo Con la construcción del Altar de la Patria – utilizando el mismo terreno – El Brujo se planteaba de alguna cumplir con el sueño que Eva Perón había tenido con el “Monumento al Descamisado”. Aquel iba a ser “el monumento más alto del mundo”: tendría 137 metros de alto, con un pedestal de 70 metros sobre el cual se emplazaría la estatua del “Descamisado”, de 61.50 metros de altura, construida en hormigón y recubierta de cobre. Pesaría 43.000 toneladas. “Que sea el mayor del mundo. Tiene que culminar con la figura del Descamisado, en el monumento mismo haremos el museo del peronismo, habrá una cripta para que allí descansen los restos de un descamisado auténtico, de aquellos que cayeron en las jornadas de la Revolución. Allí espero descansar también yo cuando muera”, había dicho una casi agonizante Eva Perón en 1952. Después de la muerte de Evita, al proyecto original se incorporó una cripta con un sarcófago que tendría una cubierta de plata que reproduciría el cuerpo yacente de Eva. Un haz de luz dirigido desde lo alto de la cúpula lo iluminaría para darle mayor brillo. Allí descansarían sus restos. El “Altar de la Patria” no alcanzaría semejante envergadura, pero no escatimaba pretensiones de grandeza. “Exteriormente, el edificio estará revestido con mármoles, cubriéndose las zonas de iluminación con grandes paños de vitrea (sic) y cristales. Los sarcófagos y tumbas estarán constituidos por piezas monolíticas de granito tallado. El monumento se ornará, además, con murales, vitrales y esculturas sobre motivos relacionados con próceres y la Historia patria. Se ha previsto, para la realización de esas obras, el aporte de renombrados artistas plásticos del país”, anunciaba el folleto lopezrreguista. El Monumento al Descamisado sería “el monumento más alto del mundo”, con 137 metros de alto La violencia de la “unidad” Si se le daba crédito al discurso con que María Estela Martínez de Perón puso la piedra fundamental de la obra, el altar de la Patria se erigiría hacia el cielo como testimonio de la hermandad de los argentinos más allá de toda diferencia. Sin embargo, por esos días el clima político del país distaba mucho de la unidad nacional que pretendía simbolizar el monumento con sus cuerpos yacentes. “Un viejo adversario despide a un amigo”, había dicho el líder radical Ricardo Balbín frente al cajón en la capilla ardiente montada en el Congreso Nacional para despedir los restos de Juan Domingo Perón. Sus palabras no sólo respondían a la solemnidad del momento, eran también un gesto político que buscaba llamar a la calma en un clima que se iba recalentando día tras día por las luchas intestinas del peronismo y que pronto se extendería a la persecución y el asesinato de adversarios políticos de todo signo perpetrados por bandas parapoliciales nacidas de las entrañas del propio gobierno. Que fuera José López Rega el ideólogo de un “Altar de la Patria” que simbolizara la unidad nacional de una Argentina Potencia era toda una paradoja. En los sótanos del ministerio que conducía se guardaban las armas que utilizaban las patotas que pronto se identificarían con un nombre que sería sinónimo de terrorismo de Estado, la Alianza Anticomunista Argentina. Para entonces la Triple A de López Rega, lejos de buscar pacíficamente la unidad de los argentinos, llevaba tiempo encadenando asesinatos de adversarios políticos, entre ellos los del cura Carlos Mugica y el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña. En ese sentido, el símbolo que encarnaría el Altar de la Patria era una hipócrita ficción. Un tal Franco Macri Las obras comenzaron menos de dos semanas después del discurso inaugural de Isabelita. La constructora adjudicataria del trabajo pertenecía a un empresario cuyo nombre era por entonces prácticamente desconocido por la inmensa mayoría de los argentinos pero que hacía muy buenos negocios con la obra pública del gobierno peronista: Franco Macri. Los problemas empezaron el mismo día del inicio. Al realizar las primeras excavaciones para hacer la base, los obreros encontraron gran cantidad de cables de alta y media tensión de Segba, antiguas colectoras cloacales y la base de hormigón del frustrado Monumento al Descamisado. También hubo otros inconvenientes que provocaron protestas. La Avenida Figueroa Alcorta quedó cortada durante meses al tránsito; junto a las vallas se podía ver un monumental cartel de la Secretaría de Vivienda y Urbanismo anunciado que allí se levantaría el “Altar de la Patria”. Al malhumor de los automovilistas se sumó el de arquitectos y paisajistas urbanos. Las obras incluyeron la demolición de un puente de hormigón que cruzaba la avenida Figueroa Alcorta que ya se consideraba parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad, porque su inauguración, en 1960, había sido parte de las celebraciones del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo. Los trabajos del Altar de la Patria fueron suspendidos después del golpe militar del 24 de marzo de 1976 A mediados de agosto de 1975 los inconvenientes hacían que los trabajos avanzaran a paso de tortuga, pero para entonces también se levantaban voces contrarias al Altar incluso dentro del propio peronismo. La estrella José López Rega se había apagado. Las movilizaciones obreras de julio de ese año obligaron a Isabelita a pedirle la renuncia. Para salvarlo de los procesos judiciales que iban a caer sobre él, lo envió al exterior como “embajador plenipotenciario”. Poco después, El Brujo se esfumó y por años se le perdió el rastro. La voz más discordante fue la del gobernador de La Rioja, Carlos Menem. En una entrevista que le dio a la revista Cuestionario se quejó de algunos de los futuros habitantes de los sarcófagos del altar, como Mitre y Urquiza, a los que calificó de “traidores y vendepatrias al servicio del imperialismo anglo-francés” y exigió al gobierno de Isabel Perón que las puertas del Altar estuvieran cerradas para esos “malos argentinos”. Las preocupaciones de Menem perdieron sentido apenas unos meses después. Así como la “Libertadora” había abortado el “Monumento al Descamisado” luego del golpe de 1955, una de las primeras medidas tomadas por la dictadura instalada el 24 de marzo de 1976 fue suspender los trabajos y borrar todo rastro de las obras del Altar de la Patria.
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