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» Diario Cordoba
Fecha: 21/11/2024 11:04
Nadie es eterno, ni imprescindible. No lo es en las relaciones personales o en el ámbito laboral, pero sobre todo no hay nadie indispensable en las instituciones. En éstas el cambio es hasta higiénico, pues permite la entrada de aires nuevos e impide ese riesgo de estancamiento –y a veces males peores- al que puede verse abocada toda obra humana si dura demasiado. Sin embargo, esta evidencia no quita para que se reconozca la labor bien hecha, un gesto de justicia especialmente oportuno si viene de quienes recogen la antorcha en esta carrera de relevos que es la vida. Así lo hará mañana la Real Academia cordobesa, con Bartolomé Valle Buenestado como nuevo presidente, al ofrecer un almuerzo de homenaje en el Círculo de la Amistad –están invitados a él cuantos quieran sumarse- a la anterior junta rectora, que durante ocho años encabezó con suave mano firme José Cosano Moyano. Integraron durante dos mandatos ese equipo de gobierno Manuel Gahete Jurado como vicepresidente –que lo es también del actual-; como secretario José Manuel Escobar Camacho durante los primeros seis años y después, tras su dimisión por asuntos familiares, Diego Medina Morales; José Roldán Cañas fue el tesorero y Mercedes Valverde Candil la bibliotecaria. Todos han realizado, al igual que sus muchos antecesores en una corporación con más de dos siglos, una loable tarea que no siempre trasciende en favor de la cultura en la ciudad y los pueblos. Pero como este espacio es limitado, les hablaré de José Cosano, un hombre tan sabio -y de acuerdo al cliché de sabio algo despistado en ocasiones- como entrañable; un protagonista de la cultura con mayúsculas al que Córdoba debía hace tiempo un reconocimiento público. Nacido hace 79 años en Fernán-Núñez, pueblo por el que bebe los vientos aunque fue Villaharta el municipio que lo nombró su cronista oficial, Cosano es historiador, fue un político conciliador durante su etapa de delegado provincial de Educación en el cambio de milenio y ahora se ha destapado como notable articulista en este periódico. Pero por encima de todo él se siente profesor, y hasta la más improvisada conversación la impregna de su pasión por la docencia. Maestro en primer oficio y vocación, se doctoró en Geografía e Historia, y como catedrático de ambas disciplinas ejerció en el instituto Góngora, del que llegó a ser director lo mismo que antes lo había sido en el IES Juan de Mena de Bujalance (hoy Mario López) y en el de Bachillerato a Distancia. Impartió innumerables cursos de perfeccionamiento del profesorado y, en sus últimos años de actividad profesional, ha llevado la coordinación provincial de la Cátedra Intergeneracional. Ha centrado sus investigaciones, tanto en libros como en revistas especializadas, en Historia Moderna de España y América e Historia de Filipinas, a la que dedicó su tesis doctoral, premio de investigación en 1984. En la Academia este señor laborioso y concienzudo ha dado lo mejor de sí mismo, que es mucho, desde su ingreso como correspondiente en Fernán-Núñez, allá por 1980. Elegido numerario en 1990, fue responsable de Publicaciones y bibliotecario hasta acabar dirigiendo la entidad con absoluta entrega. Al llegar al cargo se marcó dos objetivos: una labor de excelencia que tuviera eco en la sociedad cordobesa y recuperar la sede de Ambrosio de Morales. Lo primero lo logró con creces a través de una frenética actividad que incluyó la edición de numerosos libros y la puesta en marcha de la Fundación pro Real Academia. Lo de la casa propia, ay, sigue siendo una asignatura pendiente, aunque parece que bien encaminada, que la nueva junta rectora se propone aprobar en este nuevo tramo de la carrera de relevos.
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