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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/11/2024 04:42
La reina Isabel murió en 2022, fue la monarca que más tiempo pasó en ese cargo en el Reino Unido. El Castillo de Windsor fue sede del último adiós treinta años después de incendiarse. Foto: Dek Traylor/Pool vía REUTERS Iba a ser un un año de celebraciones. Isabel II se había convertido en reina cuarenta años atrás, así que 1992 marcaba festejos por un jubileo de los resonantes para la Corona Británica. Su reinado, que se convertiría en el más largo del Reino Unido hasta su muerte en 2022, gozaba de buena salud si se lo medía en términos de popularidad. El nivel de detalle con el que la Reina se interiorizaba sobre el día a día del territorio en el que era monarca, su pragmatismo y determinación a la hora de ejecutar decisiones y la serenidad que había logrado mantener en su entorno durante las primeras décadas de su reinado -aunque se tratara, al menos, de apariencias- fueron los ladrillos con los que construyó la simpatía que le tenía la opinión pública. Pero 1992 rompió con esa tradición estable. El año se pobló de escándalos protagonizados por tres de los cuatro hijos de Isabel II, todos con el mismo final: el divorcio. Las tapas de los medios británicos y del mundo hablaron de la Corona Británica más que nunca antes, profundizando el sensacionalismo con el que habían empezado a mirar a los Windsor en la década del 80. La debacle fue tal que, el 24 de noviembre de ese año, en el discurso en el que justamente se conmemoraban sus cuatro décadas en el trono, la Reina definió el año en curso como un “annus horribilis”, una expresión latina equivalente a “año horrible” o “año terrible”. El impacto fue inmediato e internacional: al otro día, la definición de Isabel II estaba en las tapas de los diarios, y los medios británicos más sensacionalistas hasta se atrevieron a titular “Año de mierda”. En noviembre de 1992, en su tradicional discurso de cada año, Isabel II aseguró que ese año era "horrible" para la Corona. Foto: Grosby La propia Isabel II contó durante su discurso cómo había llegado a esa expresión para definir un año que esperaba dejar atrás lo antes posible y sobre el que aseguró que “no volvería a mirar con placer al echar la vista atrás”. Uno de sus colaboradores más íntimos, Sir Edward Ford, que había sido su secretario privado, le había hecho llegar una carta expresándole su solidaridad por lo tumultuoso de su año. Él se refirió a 1992 como “annus horribilis” y la Reina adoptó la expresión inmediatamente. La frutilla (podrida) de un postre (demasiado amargo) había ocurrido apenas cuatro días antes de ese discurso, el 20 de noviembre de 1992, hace exactamente 32 años. Un cortocircuito en las obras de mantenimiento de una capilla privada del Castillo de Windsor desencadenó un incendio feroz en el bastión de la Corona. El fuego se propagó velozmente por la gran presencia de madera en muchos de los salones del ala noreste de la construcción, y alcanzó el famoso salón de San Jorge, reconocido por la presencia de grandes obras de arte. Algunas se perdieron para siempre, otras, como pinturas de Rembrandt o de Rubens, pudieron salvarse de las llamas. El centro físico del poder que los Windsor habían construido con el correr de sus reinados se prendía fuego en medio de un año completamente sobresaltado para la familia real: parecía una metáfora pero era pura realidad. Isabel II no tenía dudas: ese era el año más difícil de su reinado, por eso pronunció el discurso histórico que provocó que la Enciclopedia Británica incorporara una referencia para “annus horribilis”. Crisis que terminaron en divorcios El primer anuncio oficial fue el 19 de marzo de ese año que sólo empeoraría. El príncipe Andrés, tercer hijo del matrimonio que construyeron Isabel II y Felipe de Edimburgo, se separaría de su esposa, la duquesa de York, con quien se había casado en 1986. Andrés, duque de York, se casó con Ferguson en 1986. Tuvieron dos hijas antes del divorcio. La duquesa, Sarah Ferguson, había conquistado a Andrés a pura desfachatez y desparpajo, características con las que también había seducido -sólo en primera instancia- a la familia real. Pero ese mismo desparpajo sería el que, apenas unos años más tarde, agotaría a la Corona y saldría en la tapa de los diarios. “Casarme con Sarah ha sido la mejor decisión de mi vida”, dijo Andrés en 1991. Faltaba apenas un año para que se anunciara el divorcio. El escándalo entre los dos recién empezaba. La princesa Anna, segunda hija del matrimonio real, también se separó ese año, apenas unos meses después de que su hermano anunciara la disolución de su pareja. Se había casado con el capitán Mark Phillips en 1973 y habían tenido dos hijos, y al momento del anuncio oficial llevaban al menos dos años separados de hecho. La pareja había cometido infidelidades de un lado y del otro, pero el escándalo público fue cuando se conocieron las cartas que el capitán de fragata Timothy Laurence, que había estado al servicio de la Reina, le había enviado a la princesa hacia 1989. Fue un escándalo y también fue una historia de amor verdadero: Anna y Timothy están juntos hasta hoy. Pero nada de eso podía preverse en los tabloides sensacionalistas que ya contabilizaban el segundo divorcio real en apenas unos meses. Una foto, demasiada lujuria Nunca se supo fehacientemente, pero la estimación fue que el Daily Mirror, uno de los medios británicos más amarillistas, había pagado 8 millones de libras esterlinas por la foto. Tomada por un paparazzi en la Costa Azul, se veía a Sarah Ferguson, la ya ex esposa de Andrés, junto a John Bryan, su asesor financiero. La princesa Anna también anunció su separación en 1992. Años después se casaría con el hombre con quien había mantenido un romance por aquellos años. Photo: John Walton/PA Wire/dpa Las circunstancias de la foto detonaron la indignación y el morbo de la sociedad: ella estaba en plena práctica del topless, él le besaba los pies. Era agosto de 1992 y, a principios de ese año y antes de que se oficializara la separación de Ferguson y Andrés, ya habían circulado fotos de ella junto a un magnate petrolero estadounidense. “Vulgar, vulgar, vulgar”, fue el comentario que la Casa Real hizo correr después de que la foto de Sarah junto a Bryan, en plena intimidad, viera la luz. Los diarios más amarillistas aseguraban en su tapa, en títulos tamaño catástrofe: “Fergie fue robada”. El escándalo en Reino Unido era total, y apenas era mitad del “annus horribilis”. Lady Di y el príncipe Carlos, un capítulo aparte El príncipe Carlos -que hoy es el rey Carlos III- y Diana ya estaban separados de hecho. Los rumores de crisis matrimonial entre el heredero del trono y la Princesa de Gales ya habían corrido en la sociedad británica, pero el 16 de junio de 1992 fue un quiebre sin vuelta atrás. Ese día llegó a las librerías la biografía autorizada Diana, su verdadera historia, escrita por el autor Andrew Morton y con el testimonio de la princesa y de su entorno más cercano. Las infidelidades por parte de Carlos, el maltrato y el destrato por parte de la familia real -incluida Isabel II-, la depresión y hasta las autolesiones que esto le había provocado a Diana son parte del libro que fue un éxito de ventas a nivel global y que profundizó sobre la vida cotidiana de la Corona a través de Lady Di, tal vez el personaje más carismático de todo ese mundo. Andrew Morton publicó la biografía autorizada de Diana en 1992. La conmoción y el malestar fueron inmediatos. Unos meses después de la publicación del libro, siempre durante 1992, se dio a conocer una conversación entre Diana y un amigo de la infancia, James Gilbey. En esas conversaciones, Lady Di criticaba a los Windsor en general y a la Reina en particular: “No me mira con odio, es una especie de lástima e interés mezclados. Cada vez que levanto la vista veo que me está mirando”, dijo Diana. The Sun transcribió la conversación entre la princesa y su amigo, y los británicos dimensionaron como nunca antes el nivel de depresión que padecía Diana. A la par, los rumores sobre la relación extramatrimonial entre el entonces príncipe Carlos y Camilla Parker Bowles no paraban de crecer. No se trataba de una novedad, pero la intensidad de esos rumores combinada con la biografía y la conversación entre Diana y su amigo de la infancia hizo que todo el escenario resultara escandaloso. Como en el caso de su hermana Anna, algunos años después de que la historia comenzara como amantes, Carlos terminaría por casarse con Camilla, actual reina consorte. Fuego en Windsor y en la opinión pública El 20 de noviembre de 1992 todo el Reino Unido miró hacia el Castillo de Windsor. Ahí donde la Familia Real había forjado su estirpe monárquica ardían las llamas. La conmoción fue total y ese fue el tiro de gracia para que la Reina considerara que ese año había sido de lo peor que le había tocado vivir al frente de su reino. Pero además de la conmoción, la Reina y la Corona debieron afrontar las críticas masivas sobre el financiamiento de la monarquía. “La factura nos llegará a nosotros, es decir, al contribuyente”, dijo en una conferencia de prensa el portavoz del área de Patrimonio del gobierno inglés. El enorme castillo, tan valioso, no estaba asegurado. Y era el Estado -los civiles- quienes financiaban su mantenimiento. La suma entre lo que había que recomponer y lo que se había perdido en el fuego era incalculable, pero desde Patrimonio decían “decenas de millones de libras”. Unos años después de aquel 1992 fatídico, Isabel II y Felipe de Edimburgo se mostrarían entre las ofrendas enviadas a Buckhingham como un homenaje a Lady Di. Ese costo económico enorme sobre los hombros de los ciudadanos de a pie fue una fuente inmediata de malestar generalizado hacia la Corona. Y ese malestar se sumó al que ya había construido la pila de escándalos que la realeza británica venía arrastrando a lo largo de 1992. Isabel II tuvo reflejos rápidos. Anunció que tanto ella como el Príncipe Carlos empezarían a pagar impuestos, algo que no ocurría antes: el 40% de sus ingresos irían a la recaudación. A la vez, para financiar la reconstrucción de Windsor sin que todo ese costo recayera sobre los contribuyentes -o al menos, para que no recayera de forma directa-, la Reina dispuso que el Palacio de Buckingham abriera sus puertas varias veces al año para recibir público. Lo que se recaudaba en cada una de esas jornadas se destinaba a la recuperación del palacio. Esa recuperación era edilicia y, para Isabel II, también se trataba de recuperar a los Windsor. De lograr que la sociedad pudiera mirar con perspectiva -de eso también habló en su discurso- todos esos escándalos que habían rodeado a su familia en apenas unos meses. Ya no había nada que pudiera reparar las desgracias que habían hecho de 1992 ese “annus horribilis”. Así que la Reina apostó al futuro, a volver a mejorar su imagen y la de la Corona. A que se apagara el incendio de (los) Windsor y el tiempo desdibujara los detalles de aquel año en el que todo lo que podía salir mal, salió mal.
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