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» Diario Cordoba
Fecha: 19/11/2024 17:25
A principios de este año, la cineasta e investigadora Gala Hernández (Murcia, 1993) se hizo con un César, el equivalente a los Goya del cine francés, por su cortometraje documental La mecánica de los fluidos. Aquella era una película en torno a los incels , esa comunidad de hombres que odian a las mujeres porque son incapaces de tener relaciones románticas y sexuales con ellas, muy vinculada a la extrema derecha y algunos de cuyos miembros han llegado a participar en atentados terroristas. A pesar de la distancia que la separa de sujetos de ese tipo, Hernández abordaba el retrato de aquel 'célibe involuntario' llevada por la necesidad de entender, con la empatía necesaria para observar sin prejuicios a un tipo de personas que "son síntomas, pero también víctimas de un sistema que no funciona". Y lo hacía con los mimbres de lo que podríamos llamar videoensayo, aunque ella no se sienta cómoda con las etiquetas. Algo parecido hace en siguiente corto, con el que recorre ahora los festivales: for here am i sitting in a tin can far above the world (Aquí estoy sentado en una lata volando por encima del mundo). Este se centra en los extropianos, un movimiento transhumanista que confía en que las personas alcanzaremos la vida eterna por medio de tecnologías como la criogenización, y que no está muy alejada del mundo de las criptomonedas, la comunidad en la que se centrará específicamente su siguiente película, todavía en proceso. Este periódico habló con ella hace unas semanas, cuando for here... se hizo con el Premio del Jurado Joven en Curtocircuito, el festival internacional de cine de Santiago de Compostela. Estos días le dedican un 'Foco' en el de Gijón, donde se exhibirá toda su obra, incluidos algunos minutos del corto que tiene sin terminar. Hernández vive entre Berlín y París: en la primera tiene su casa, en la segunda ha sido profesora en la Universidad de Paris VIII y está el grueso de su vida profesional. A partir de febrero estará haciendo una residencia artística en Toronto. "Suena muy bien, pero es durísimo. Me tengo que mudar de país cada seis meses para poder vivir, como una pelota de ping pong de residencia en residencia. La precariedad es absoluta", le dice al periodista esperando que este lo refleje. Si su corto anterior hablaba de la soledad contemporánea a través del retrato de un 'incel', en esta lo hace del miedo al futuro a partir de la comunidad extropiana o cripto. Sí, para mí habla de nuestra relación con el futuro y de una especie de disonancia cognitiva en la que creo que vivimos inmersos en el turbocapitalismo. Llevamos unas vidas que sabemos que están participando en un colapso inminente, por la manera que tenemos que consumir y de vivir, sobre todo en Occidente. Pero al mismo tiempo hay una especie de entusiasmo generalizado, muy tecnooptimista, que pone la esperanza en la tecnología como solución a todos los problemas. Yo vivo atravesada por esta tensión: el miedo al fin del mundo y al mismo tiempo una especie de fascinación por la tecnología. Hay un momento en el corto en el que se dice justo eso, “me aterra el futuro”. ¿Esa narradora es usted, la representa? En La mecánica de los fluidos era muy claro que yo me identificaba con la narradora, de hecho en un momento dado hasta se dice mi nombre, y la voz era la mía. En este no quería repetir la misma fórmula. Así que me inventé un personaje que es un poco mi alter ego, pero que habla en inglés, básicamente porque la comunidad de la que hablo es americana, y que también es joven. Me interesaba poner en diálogo a esa chica que pertenece a mi generación, o incluso más joven que yo, con la generación de Hal Finney [destacado extropiano ya fallecido a partir del cual se desarrolla el corto], que se podría considerar que es un boomer. Son dos antagonistas: un hombre y una mujer, un boomer y una milenial o Z, y quería ver cómo estas dos generaciones se relacionan con el futuro de manera muy distinta. Los jóvenes somos mucho más conscientes de este riesgo de colapso que la generación de mis padres. Ellos vivieron una especie de optimismo desenfrenado en el que el futuro era brillante y prometedor, mientras que nosotros, o al menos yo, tengo una sensación de falta de horizonte. De que las cosas van a ir a peor, no a mejor. Se dice en la película que el futuro es solo otro activo financiero. Incluso en la conversación cotidiana, parece como si no hubiera posibilidad de pensarlo más allá de lo económico: tendré casa, tendré pensión... Sí, esto era lo que unía a las dos tecnologías de las que hablo en el corto, las criptomonedas y la criogenización. Ambas son tecnologías especulativas para las cuales el futuro se convierte en un activo económico, en un recurso del que se pueden extraer ganancias y beneficios. Yo no tenía ni idea de que había tantos vínculos que las unían, me enteré cuando me puse a investigar las criptomonedas para otra peli que estoy ahora terminando. Descubrí que las grandes whales (ballenas) del mundo de las cripto, esas personas o entidades que poseen tantas criptomonedas que son capaces de afectar al mercado, están invirtiendo muchísimo dinero en Silicon Valley en lo que se conoce como life-extension technologies [tecnologías de extensión de la vida] y en criogenización. Hay varios personajes que formaron parte tanto de la comunidad en la que se inventó el bitcoin como de los extropianos, estos transhumanistas que creen en alcanzar la inmortalidad con la criogenización. Cartel del segundo corto de la trilogía en la que trabaja Hernández. / Cedida Ambas son tecnologías bastante problemáticas. Por eso digo en el corto “tus máquinas del tiempo rotas”. Por ahora, por ejemplo, no se ha conseguido 'descriogenizar' a nadie, sacarlo de ahí con vida. Son tecnologías que depositan todas sus esperanzas en funcionar en un futuro, y eso del futuro como una especie de terra ignota a conquistar me interesaba mucho. Por eso también, en el corto, la gente busca maneras de predecir el futuro con técnicas absurdas: mirando el vuelo de los pájaros o la yema de huevo que cae en un vaso de agua. Quería hablar de esta obsesión con controlar el futuro, de que no se nos escape. Porque la incertidumbre nos da mucho miedo. ¿Cómo dio con Hal Finney y los extropianos? Yo estaba preparando otro corto que rodamos hace poco sobre la comunidad cripto en España, las plataformas de neuromarketing, el desarrollo personal etc. Leí muchos libros sobre criptomonedas, entre ellos Digital Cash, de Finn Brunton, donde dedica todo un capítulo a hablar de los extropianos. Porque antes de que el bitcoin se implantase se intentaron otros proyectos de dinero digital que fracasaron, muchos dentro de la comunidad de los extropianos. De hecho, Hal Finney lanzó su propia moneda digital. Cuando descubrí a los extropianos coincidió que me encargaron una pieza en una bienal de arte en París. Tenía que hacer una nueva peli, y pensé que podía aislar la investigación, separar las dos películas. Arranca el corto con una secuencia de una caída libre que parece sacada de un videojuego, como si todos estuviéramos cayendo de ese edificio. Ahí está realmente el origen del corto. En ese libro que he mencionado leí la expresión suspended animation, animación suspendida, que es como llaman a la criogenización las empresas que se dedican a esto. Me pareció como un oxímoron extraño que no entendía bien, y me obsesioné. Había algo en lo que, tanto a nivel estético como de contenido, podía escarbar un poco más. Empecé a ver en YouTube vídeos de suspensiones, y a pensar qué imágenes me venían a la cabeza. Me acordé de un texto de Hito Steyerl que se llama In free fall (En caída libre), en el que ella dice que cuando caes a una velocidad suficientemente rápida, el cuerpo deja de percibir que está cayendo y puedes sentir que estás flotando. Y empecé a pensar en esa dicotomía, en que quizá estamos todos esperando un futuro mejor, en ese estado como suspendido, y en realidad estamos en caída libre. Pero no nos damos cuenta porque es indistinguible. Hay una especie de dificultad intrínsecamente masculina para lidiar con los límites. Una fantasía de omnipotencia y de invulnerabilidad, una necesidad de rebasar los límites" En su primer corto utilizó como objeto de estudio un perfil muy masculino, el de los incels, y en este vuelve a usar otro estereotipo bastante masculino como es el de los usuarios de criptomonedas. ¿Qué está pasando con los hombres cis-hetero? Esto es una trilogía, y tiene lógica que todos sean protagonistas masculinos: en el otro capítulo que acabo de rodar, sobre las criptomonedas, también es un chaval joven. Las tres son unas comunidades eminentemente masculinas, y creo que lo que las atraviesa es una especie de dificultad intrínsecamente masculina, y cuando digo esto me refiero a la cultura hegemónica, para lidiar con los límites. Una fantasía de omnipotencia y de invulnerabilidad, una necesidad de rebasar esos límites. En el caso de los incels está muy claro que el límite es el que ha puesto el feminismo: "no tienes derecho a acceder al cuerpo de cualquier mujer". Y los incels son una especie de reacción que dice: "cómo que no, yo tengo derecho a tener sexo con una mujer". En el caso de los extropianos es parecido: el límite es la muerte, algo biológico, natural. Y en el caso de la comunidad cripto, son el estado y los impuestos. Las cripto nacieron para no tener que pagar impuestos y poder saltarse el intermediario que son los bancos o el estado. En el corto incluyo otra cita, que no es mía: “La muerte y los impuestos son dos problemas de ingeniería no resueltos”. Ellos los ven como problemas que hay que resolver a través de la ciencia y la tecnología. Esa fantasía de tener un poder sin límites está muy arraigada en la masculinidad. Como con los 'incels', aquí también trata a Hal con cierta ternura: es un padre de familia entregado que se inventa juegos para sus hijos, pero que luego contribuye a una cosa que es muy perversa. Todo el proyecto de la trilogía partía de mi propia curiosidad por acercarme a esas subjetividades que están tan alejadas de mí en el espectro político, e intentar entenderlas. Me interesa acercarme a ellos no desde el enjuiciamiento moral o intentando demostrar que se equivocan, sino con una mirada empática, o más bien analítica, sociológica: por qué piensan lo que piensan y por qué son tan distintos a mí. Cuando te acercas, las cosas no son tan sencillas, tienen muchos matices. Con el protagonista de mi última peli, al que sí que he conocido, nos hemos hecho muy amigos. No tiene nada que ver conmigo, pero entiendo por qué hace lo que hace: viene de una precariedad, de un tema de superación personal… A menudo juzgamos a los demás desde nuestro privilegio, sin entender que para algunos es muy fácil ser de izquierdas. Siempre ha hecho cine, pero maneja un tipo de discurso que tradicionalmente hemos encontrado más bien en los libros. ¿Por qué utilizar la imagen, el audiovisual, en lugar del texto? Es una muy buena pregunta que creo que todo cineasta tendría que hacerse antes de rodar una película, y que yo misma me hago: ¿por qué esto tiene que ser una película y no un libro? O un artículo, o un disco… Para mí, por ejemplo, utilizar la pantalla dividia y la voz en off era muy interesante para evocar la dicotomía, esa disonancia cognitiva un poco esquizofrénica que buscaba en la película. Que estuviera muy saturada de información, tanto a nivel visual como auditivo, el texto… A veces hay dos imágenes, texto encima de la imagen, y al espectador le cuesta seguir la peli. Porque yo quería que se sintiese un poco sumergido en esta esquizofrenia en la que vivimos en el sistema capitalista. No saber qué pensar, dónde mirar, esa desorientación existencial que es un poco el estado en el que vive el sujeto. Eso lo podría haber buscado con el texto, pero para mí el lenguaje cinematográfico, la música, el sonido, todo lo que aporta... es lo que sé hacer mejor. Yo no sé escribir tan bien, no podría plasmarlo en un texto literario.
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