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  • Una sana locura: lo que pasa cuando ya probaste de todo y no funciona

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 19/11/2024 04:56

    Samanta Schweblin autora de varios libros, entre ellos "Siete casas vacías obtuvieron" Perder la cordura. Unos abuelos que bailan desnudos en el jardín y desaparecen junto con sus nietos. La ropa de un hijo muerto que cae al vacío desde un balcón. Una mujer que tiene que decirle algo a su marido pero, en lugar de eso, sale a la calle, en bata y sin ropa debajo. Una madre, que sale en su auto a mirar casas ajenas y se roba una azucarera. Una anciana que hace listas y que desea morirse y no puede. Una suegra, y su nuera que comparten un espacio mínimo que asfixia. Una nena sin ropa interior y un desconocido que le consigue una bombacha. En Siete casas vacías, de Samanta Schwelbin la tensión y la extrañeza le roban la serenidad a cualquiera y hacen que no puedas dejar la lectura ni un segundo. No sabemos qué va a pasar. Pero esa incertidumbre nos fascina. Es hipnótica. Cautiva. Lo anormal es una presencia contundente en estos textos que ganaron el Premio Internacional Ribera del Duero,por los que Schweblin se llevó 50.000 euros y un prestigio internacional que pocos abrazan. Siete casas vacías Por Samanta Schweblin eBook $ 8,99 USD Comprar Sin embargo, hay algo de familiar en esas cosas raras, en esas cajas con cosas, en las listas, en los objetos, en los hijos, en las ausencias, en la vejez, en la muerte, en el desnudo. Y creo que es el desconcierto de sabernos capaces de hacer cualquiera. Lo que sucede cuando ya probamos de todo y no funciona. Y eso mismo hacen los protagonistas de los relatos de la escritora argentina que vive en Berlín. Y así encuentra el camino para hermanarnos: en la locura, en hacer de cuenta que somos normales, pero al final no. Lo que perdimos Puede ser un objeto, puede ser un hijo o puede ser la juventud. Por eso la obra de Schweblin es un libro de mudanzas, de lo que dejamos atrás, en cajas, que contienen lo incierto y para encontrar lo que perdimos hay que abrirlas, pero no queremos. La ropa se pierde, la gente se pierde, las cosas se pierden, como en el cuento “Mala racha” de Eduardo Galeano. Y es desde ahí –desde la pérdida- que se conectan los personajes de los siete cuentos de ficción y no tanto. En el relato “La respiración cavernaria”, el más extenso del libro, lo que amenaza a Lola es la muerte. La anhela, pero que no llega. Pareciera que morirse fuera un laburo tremendo. Y para ella, ese momento tan ansiado demora demasiado. Y en el mientras tanto, la rareza. Lola ya no quiere estar ahí. No sabe ni quien es ya. Está perdiendo la memoria. Y hace listas todo el tiempo. Y junta cajas. Es insufrible. Ella y toda la situación. No puede más. Y nosotros, tampoco. “La lista era parte de un plan: Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer. Había concluido, al analizar la experiencia de algunos conocidos, que incluso en la vejez la muerte necesitaba de un golpe final. Un empujón emocional, o físico. Y ella no podía darle a su cuerpo nada de eso. Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse. Lo que sí podía hacer, en cambio, era organizarlo todo en esa dirección. (…) de eso se trataba la lista. Recurría a ella cuando se dispersaba, cuando la alteraba o la distraía y olvidaba qué era lo que estaba haciendo”. "Siete casas vacías obtuvieron" (Páginas de Espuma) de Samanta Schweblin Da la sensación de que los protagonistas de Sietes casas vacías necesitan salir de sus casas para solucionar y un clima de tensión intenso lo gobierna todo. Se enfrentan a situaciones, algunas límites, y buscan soluciones en los bordes, afuera. Soluciones en las que hasta ese día no habían pensado y que podrían andar bien. Pero no. Por eso pienso que las casas de los cuentos podrán estar vacías, sí, pero el libro está lleno de situaciones que los protagonistas (y nosotros) no saben cómo atravesar. O sí saben, pero no se animan. La verdad es que no quieren pasar por ahí. Y entonces: la tangente como alternativa. Y bue. Cada línea es como caminar sobre vidrios rotos: duele, sangra, pero fingen demencia y siguen para adelante. Ellos y nosotros también. Pero: ¿de qué estamos hablando acá? Tal vez, el último de los relatos, “Salir”, lo explique mejor. “(…) estoy sentada en la mesa del comedor frente a mi marido, tras un largo silencio. Sus manos abrazan el té, ya frío, sus ojos rojos siguen mirándome con firmeza. Espera a que sea yo la que diga lo que hay que decir. Y porque siento que sabe lo que tengo que decir, ya no puedo decirlo. Tengo que decirlo, me digo y me acomodo la toalla que me envuelve el pelo húmedo y me ajusto el nudo de la bata. Tengo que decirlo, me repito, pero es una orden imposible. Y entonces sucede algo. (…) simplemente empujo la silla hacia atrás y me incorporo (…) salgo de casa y cierro. No tengo llaves, me digo (…) estoy desnuda bajo la bata. Soy consciente del problema, pero este insólito estado de alerta me libera de cualquier juicio. (…) Y me doy cuenta que estoy relajada, de que salir del departamento me está haciendo bien”. Suerte con este. Pero mi favorito es el que obtuvo el Premio Juan Rulfo 2012, el cuento que no estaba incluido en esta obra y se agregó para la edición del libro. Se llama “Un hombre sin suerte” y es la gran revelación de la esencia del ser humano. De que nada es lo que parece. De que el mejor escenario puede darnos terror y llevarnos al límite de lo soportable. Que la vida puede ser un gran malentendido y que una cosa lleva a la otra. El personaje, tal como lo describe la nena de 8 años que comparte la historia, es un hombre ojeado con la peor suerte del mundo. ¿Será? Te lo dejo. Traducida a treinta idiomas, Schweblin ha vivido en México, Italia y China. Actualmente reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios Como sea, todos los que conforman las historias: niños, mujeres, hombres, ancianos, jóvenes, comparten un escenario común: hacen cosas locas, y –en algún lugar de su mente- deciden que no hay otra manera. Y avanzan, sorteando los límites de lo tolerable. Es como un juego de convenciones que hay que patear, pero no sé y el que lo hace queda a medio camino entre lo normal y lo anormal. Y ni ellos ni nosotros sabremos de qué lado estamos. Es confuso. Es hermoso. Y es exactamente esta característica la que hace que su lectura nos quede dando vueltas en la azotea, que todo lo que no se dice nos obligue a mirar el bosque detrás del árbol. Lo absurdo, lo anormal, lo siniestro nos hará sentir que ese mundo de chiflados, es de otros, no es el nuestro. ¿Pero sabes qué? Sí es nuestro. Te lo puedo asegurar. ¿Quién es Samanta Schweblin? Samanta Schweblin nació en Buenos Aires (1978), donde estudió cine y televisión. Sus libros de cuentos El núcleo del disturbio , Pájaros en la boca y otros cuentos (Literatura Random House) y Siete casas vacías obtuvieron, entre otros, los premios Casa de las Américas, Juan Rulfo y Narrativa Breve Ribera del Duero. Su primera y celebrada novela, Distancia de rescate (Literatura Random House), fue nominada en 2017 al Man Booker Prize. En 2018, ganó el premio Shirley Jackson y fue elegida por el Tournament of Books como el mejor libro publicado en Estados Unidos. Kentukis (Literatura Random House), fue seleccionado como uno de los diez mejores libros de 2018 según The New York Times. Ganadora del Premio Konex de Platino 2024 en la categoría Letras. Traducida a treinta idiomas, Schweblin ha vivido en México, Italia y China. Actualmente reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios.

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