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» Diario Cordoba
Fecha: 18/11/2024 06:24
«A los 70 años he recibido la educación que no tuve de pequeña», dice Rosario Navas, una de las alumnas del Centro de Educación Permanente (Ceper) de Miralbaida. Allí, decenas personas, en su gran mayoría mujeres mayores, reciben la educación que en su día la sociedad les negó: aprender a leer, escribir y realizar operaciones matemáticas más complejas. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en Andalucía el 2,16% de la población es analfabeta. Sin embargo, un importante sector de la misma, aunque tiene capacidad para leer y escribir, cuenta con dificultades para lograr una comprensión lectora adecuada o redactar textos más complejos. En Córdoba, los Ceper disponen de los llamados grupos de Patrimonio, en los que se imparte formación básica, como multiplicación, división y lectura y redacción de textos con estructuras más avanzadas. También se incluyen nociones de historia y patrimonio de Córdoba y Andalucía, con el objetivo de proporcionar una base cultural sin importar la edad. Panorámica de la clase del Ceper de Miralbaida. / Víctor Castro «Por suerte, los talleres de alfabetización como tal desaparecieron hace casi dos décadas», señala María José Alarcón, directora del Ceper de Miralbaida, el más grande de la ciudad. Este centro, ubicado en la carretera de Palma del Río, también ofrece formación en idiomas, español para extranjeros e informática. Alarcón recuerda que, «aunque prácticamente todo el mundo sabe leer y escribir, hay un porcentaje importante de la población que necesita aprender a hacerlo de manera más compleja». Además, subraya que «normalmente también necesitan completar esto con nociones de historia y matemáticas más allá de sumas y restas». Es tiempo de aprender El perfil de quienes asisten a este tipo de formación es, en su mayoría, mujeres mayores que dejaron el colegio muy jóvenes, generalmente para asumir las tareas del hogar. «Ahora, cuando la vida se los ha permitido, generalmente tras jubilarse, han retomado los estudios», explica la directora, quien añade que «después de años sin estudiar, han perdido parte de lo poco que aprendieron, por lo que a veces prácticamente tienen que empezar desde cero». Rosario Navas demuestra que nunca es tarde para adquirir los conocimientos esenciales. / Víctor Castro Es el caso de Rosario Navas, nacida en Luque, quien desde muy joven trabajó en el campo y no aprendió a leer ni a escribir hasta los 30 años. «Con diez años ya estaba echando una mano en el campo. Luego me convertí en ama de casa y me fue imposible ir a la escuela», relata Rosario. Esta enérgica mujer se fue adaptando a cada circunstancia de la vida. Por eso, a los 30 años, se inscribió en una escuela para personas mayores, «trabajé tres veranos en una residencia y me dijeron que, para seguir, necesitaba estudios básicos, por lo que me apunté a la escuela. Tenía que ponerme las pilas, y desde entonces no me las he quitado», cuenta con orgullo. Su intención era seguir formándose, pero el trabajo y el cuidado de sus hijos se lo impidieron: «Trabajaba como celadora en Cabra, me despertaba a las cinco de la mañana y regresaba doce horas después y tenía que hacerme cargo de mi familia», recuerda. Tras jubilarse, se inscribió en el Ceper de Miralbaida. Para ella, las clases son de gran ayuda para reforzar y ampliar sus conocimientos, aunque lamenta que la edad le pesa y se siente «muy torpe». Ellas reciben ahora la educación que les fue privada en una sociedad machista que las ató a las labores del hogar. Ahora, demuestran que nunca es tarde para aprender Rafi González sí aprendió lo básico en la escuela, «pero nada más», aclara. En su caso, fue a clase hasta los diez años, momento en que comenzó a aprender a coser a máquina. Luego, su madre empezó a trabajar en una tienda, por lo que ella tuvo que hacerse cargo del hogar. «Como no aprendí mucho de joven, me apunté hace años a la formación para mayores», dice. Sin embargo, tuvo que dejarlo para cuidar de sus nietos primero y de su madre después. Al liberarse de estas responsabilidades, «me tocó reaprender la poca base que tenía». Tras cuatro años en Miralbaida, ahora presume de «comprender cosas más complejas y poder multiplicar y dividir». Destaca además el carácter social del centro, ya que «salgo de casa y hago nuevas amistades». Una actividad social Fuensanta García, en su primer año en el curso, también resalta el «compañerismo y la calidad del profesorado». Dejó el colegio a los 14 años, donde «me enseñaron lo básico», explica. Fuensanta habla con cierta inquietud de cómo «la edad pesa» y de «todo lo que ha perdido» después de tantos años sin estudiar, aunque agradece la oportunidad de «recuperar el terreno perdido». Plano detalle de las tareas que realiza una de las alumnas del Ceper de Miralbaida; en este caso, multiplicaciones. / Víctor Castro Horacio Extremera es el único hombre del grupo. Acompaña a su mujer, María Isabel Entrena, y, aunque ambos están más interesados en la parte cultural, también aprovechan la oportunidad para aprender sobre patrimonio e historia ahora que están jubilados y tienen más tiempo para viajar. María Isabel, además, pasó por una enfermedad «que me hizo bajar mucho el nivel intelectual». Para estas mujeres y hombres, aprender va más allá de leer y escribir, significa recuperar las oportunidades que la España en blanco y negro les negó. Además, encuentran en el aula un espacio para salir de la rutina y socializar. Ellas, demuestran con su tenacidad y paciencia que nunca es tarde para aprender, ni siquiera lo más básico. Suscríbete para seguir leyendo
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