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» Diario Cordoba
Fecha: 18/11/2024 05:46
Mis abuelas profesaban una devoción especial por el agua de lluvia. Ambas guardaban en sus respectivos cuartos de pilas, que estaban en las azoteas, unos enormes barreños de zinc que se sacaban al exterior cuando los nubarrones presagiaban lluvia; la predicción del tiempo entonces era casi una intuición, no una certeza como ahora. Decían que el agua de lluvia era muy buena para lavarse el pelo, que lo dejaba suelto y brillante; y tenían razón, porque su pH es casi neutro y bajo su contenido en sales minerales. Supongo que a mí me lo lavaron con ella alguna vez, pero no lo recuerdo; sí recuerdo el trajín de los barreños e incluso el empeño en no recoger o tirar las primeras aguas, porque eran menos puras que cuando ya llevaba lloviendo un rato. También decían que era buena para el remojo y cocción de las legumbres y para lavar la ropa negra. Después de todo, la costumbre de almacenar agua llovediza es muy antigua y los métodos para hacerlo mucho más sofisticados que los barreños de mis abuelas. A mí, como niña que era, lo que me gustaba era jugar con el agua, chapotear en ella y, con las botas katiuskas, el impermeable y el paraguas, pararme bajo los chorros de los caños que desaguaban los tejados mientras iba camino del colegio, eso sí, con la riña continua de la persona que me acompañaba: «que te tapes bien, que no te pongas el paraguas como si fuera una sombrilla, que no te metas en los charcos, que ya estás empapada, que verás como esta noche te da fiebre y vas a tener que estar en la cama una semana»; porque antes los catarros infantiles se curaban en la cama. Y también me gustaba oír palabras y frases relacionadas con la lluvia, quizá por su poca frecuencia, porque en Córdoba siempre ha llovido poco: «No salgas ahora, espérate a que pase el chaparrón. Sólo está chispeando. ¡Madre mía, lo que está cayendo; va a ser el diluvio universal!» Esto último me aterraba, porque ya sabía toda la historia de Noé y del arca -tardé en comprender que el arca era un barco y no el cajón grande de madera y cuero que había en el pasillo- y de la pareja de animales de cada especie y de la paloma... Otros artículos de Marisol Salcedo Escenario La academia Escenario Amabilidad Escenario Paseadores de perros Y hacía bien en aterrarme. En las últimas semanas hemos podido comprobar el horror del agua de lluvia, su fuerza devastadora, su descontrol, su afán por recuperar, invadir, destruir, asolar... Su indiferencia ante la edad y el amor. Y sin embargo, en medio del duelo y del dolor, a pesar la rabia contra ella, que ha transformado una tierra fértil y bella en el peor escenario que pudiéramos imaginar, seguimos necesitándola y deseándola. Agua de lluvia convertida en lágrimas de corazones afligidos. *Académica
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