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» Diario Cordoba
Fecha: 18/11/2024 05:45
En esta terraza se siente uno centroeuropeo, un burgués no agrícola. Cruzo las piernas y miro a mi alrededor. Estoy en el patio del Colegio de Arquitectos, un edificio modernista de más de un siglo. A mi izquierda están la escalinata de acceso y la marquesina metálica. La fachada, con motivos florales, rima con la vegetación del espacio. Los árboles, rodeados por alcorques circulares, filtran la luz del sol. El conjunto reporta frescor y cobijo al mismo tiempo. En sintonía con el personaje decimonónico que he decidido interpretar esta mañana, he ido a una exposición de pintura: De lo espiritual a lo profano: Romero de Torres y Zuloaga, la muestra organizada por el ciento cincuenta aniversario del nacimiento del artista cordobés. La idea era establecer un diálogo entre los dos pintores, y creo que ambos están cómodos con la conversación. Además, nunca es mal momento para volver a mirar Horas de angustia, un cuadro hipnótico de pincelada impresionista, cuyo juego de luces y sombras sobrecoge. Quizá hubiese sido más estético pedirme un café solo, pero al final he optado por un café con leche y media de jamón. La perfección es una barrabasada. Otros artículos de Álvaro Gálvez Medina Calma aparente Planes Levanto la vista y veo en el edificio de enfrente, a través de una ventana, a un hombre haciendo deporte, levantando pesas al borde del estallido cerebrovascular. Se me hace raro ver un gimnasio en un lugar así, pero el contraste me hace gracia, y redobla mi regocijo: prefiero estar en este lado de la calle. Donde no se encuentran contrastes es en la plantilla de este café-bar. Todos los camareros son guapos y jóvenes. Supongo que es un principio indiscutible del negocio. Quien esté al mando podría probar un día a contratar a un camarero más feo que un demonio; un poco de desconcierto, moderado, resultaría estimulante. Aunque no siempre salen bien estos juegos. Hace poco vi la otra exposición que han organizado por el aniversario de Julio Romero de Torres, la que está en la plaza del Potro, y la verdad es que la relación que han intentado establecer entre el pintor y otros artistas me pareció impuesta a punta de pistola. Se ve que al hombre lo han obligado a dialogar. Acaban de sentarse a mi lado tres hombres vestidos con traje y sin corbata. Con tantas tostadas, no tienen suficiente espacio como para estar cómodos. Frente a mí, una mujer lee atentamente el periódico con las gafas a media asta. Pago y me voy. Luego llegará la tarde, y el ambiente será otro. Se beberá alcohol, se fumará con ansia. Se interpretarán, entre contrastes y contradicciones, otros personajes. *Escritor
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