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» Diario Cordoba
Fecha: 17/11/2024 09:30
Desde hace pocos días, dos excelentes obras de arte con otros tantos milenios de antigüedad reposan para su disfrute en el Museo Arqueológico de Córdoba. Son los dos efebos hallados en Pedro Abad en 2012, bautizados como Apolíneo y Dionisíaco por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, encargado de una restauración que ha durado dos años. Conocemos hasta su edad gracias al análisis del Carbono-14 de restos de mortero empleado para fijar los ojos: el anónimo orfebre que los fundió lo hizo en el año 180 de nuestra era. En su día sirvieron como ornamento en la mansio de algún patricio cordobés en la ribera del Guadalquivir, a escasos kilómetros de Córdoba. No sabemos cómo ni cuándo acabaron bajo tierra, pero ha sido una suerte que así ocurriera. De haber sido hallados antes, es probable que hubieran terminado fundidos para hacer monedas, cañones o candelabros. Ni siquiera estuvieron a salvo tras volver a ver la luz hace 12 años, ya que el destino que pretendían darle sus descubridores era el palacio de algún jeque catarí para su disfrute privado. Previo pago de una cantidad astronómica, por supuesto. La recuperación de los dos efebos de Pedro Abad sólo fue posible tras una compleja operación de la Policía Nacional que logró desenmarañar una madeja de tráfico internacional de objetos de arte, digna de una trama novelesca o serie de streaming. Algunos detalles de la llamada Operación Bronce se han ido conociendo con el tiempo y gracias a la actuación judicial. Otros han permanecido ocultos hasta ahora. El relato que sigue ha sido elaborado a partir del testimonio de Alfonso Ruiz, policía nacional de Jaén ya jubilado que dirigió en su momento todo el dispositivo policial, tal como lo narró en una conferencia en Córdoba. Los efebos en el Arqueológico. / AJ González El expolio del patrimonio histórico y de obras de arte es un tipo de delito que por lo general no se denuncia. La razón es muy sencilla: los robos se realizan sin testigos, en zonas aisladas, deshabitadas o en ruinas. Y cuando se trata de piezas enterradas, nadie las echa de menos porque nadie sabía de su existencia. Por eso la Policía Nacional rara vez parte en sus investigaciones de una denuncia, aunque sea anónima -una excepción fue el hallazgo de la leona de La Rambla-. En vez de eso, los agentes disponen de una amplia red de informadores para rastrear a quienes participan de algún modo en este mundillo. No son sólo delincuentes. Hay piteros (los que buscan restos arqueológicos en el campo; su nombre viene del pitido de los detectores de metales), anticuarios, traficantes, intermediarios... pero también arqueólogos, directores de museos, aficionados y sobre todo los guardas y agentes forestales. «El punto débil de esta gente es el dinero», asegura el inspector Ruiz, porque son «presuntos amantes del arte pero en realidad son amantes del dinero». Por ahí empezó la investigación de la Operación Bronce en 2012 que culminó con el rescate de Dionisíaco y Apolíneo. A finales de 2011, y gracias a los contactos de esta red, la Policía Nacional de Jaén tuvo conocimiento de que en un pueblo de Córdoba, que luego se supo que era Pedro Abad, el propietario de una finca había encontrado dos estatuas romanas de bronce que estaba intentando vender en el mercado negro. Aparte de eso, los agentes sólo sabían que quien quería desprenderse de los efebos trabajaba como repartidor en la provincia de Jaén. Suficiente para empezar a investigar. Los efebos en 2012, tras ser rescatados. / AJ González «Nos llevó mucho tiempo identificar a los propietarios de la finca», recuerda Ruiz, pero lo consiguieron. Eran dos hermanos de Pedro Abad, Rafael y Manuel, que ya habían contactado con algunos intermediarios. El primero, un posible comprador de Baeza, lo que llevó a principios de 2012 a la intervención de los teléfonos con el permiso judicial. «La investigación empieza a dar resultados positivos», recuerda el inspector. Los efebos eran de tal valor que el corredor no tenía capacidad para ponerlos en el mercado negro. Rafael y Manuel recurrieron entonces a otro intermediario, esta vez de Sevilla, que según la Policía sí podía vender las piezas «en cualquier parte del mundo». Por su modus operandi, sabía lo que hacía, ya que sólo se ponía en contacto con los dos hermanos llamando desde cabinas de teléfono (por entonces aún quedaban algunas), cada vez una diferente. El rastreo de las llamadas permitió a la Policía Nacional saber de antemano el día y la hora de la primera cita presencial entre los vendedores y el comprador. Sin embargo, no sabían el sitio exacto, de modo que los agentes dispusieron un amplio dispositivo de seguimiento con detectives camuflados desde primera hora el día. Durante la jornada, el comprador, un tal José, fue cambiando una y otra vez el lugar de encuentro hasta acercar a los vendedores a Sevilla capital. Allí finalmente se produjo la reunión, con los expoliadores rodeados, sin saberlo, de policías. «Nos enteramos de todo lo que hablaron», afirma Ruiz. Ahí pudo acabar la operación, pero la Policía Nacional quería ir más allá. El seguimiento les sirvió para identificar a José, que resultó ser otro intermediario, y pinchar su teléfono. Las escuchas llevaron hasta otro comprador dispuesto a pagar tres millones de euros por cada efebo. Una verdadera fortuna. Los efebos durante su restauración en el IAPH en 2020. / AJ González La pista de Roma Todos los caminos conducen a Roma y no podía ser menos en una historia de romanos. El nuevo comprador resultó ser Orazio, residente en la capital italiana, un traficante internacional que -sólo después se supo- iba a revender los efebos por siete millones cada uno a algún millonario catarí. Pero de nuevo, la Policía desconocía su identidad y aquí las cosas se complicaban al traspasar las fronteras del país. El cuerpo de seguridad solicitó la colaboración de los policías destacados en la embajada española en Roma para identificar a Orazio. «Era un riesgo que asumimos», detalla el inspector jubilado. Orazio llamaba a veces desde Italia y a veces desde Francia y por las conversaciones supieron que el italiano se iba a encargar de falsificar la documentación para poder sacar las piezas del país; iba a usar para ello a un profesor de Oxford «amigo suyo». Los efebos restaurados y expuestos en el Arqueológico. / AJ González Fue difícil identificarlo pero la investigación consiguió localizar a un sospechoso que podría ser Orazio. Los agentes sabían que en algún momento se iba a producir un encuentro en un hotel para realizar la venta. «Tú me das y yo te doy», recuerda Ruiz. Sólo quedaba atraparlos a todos con las manos en la masa durante la venta. A partir de aquí la Operación Bronce se torció sin que se sepa cómo. Orazio dejó de coger el teléfono y, cuando por fin lo hizo, no dejó hablar al intermediario español, el sevillano José. Le espetó lo siguiente: «¡Yo soy una persona honrada y vosotros unos delincuentes!». Así le hablaba la sartén al cazo. La Policía Nacional supo entonces que Orazio no se estaba dirigiendo a José, sino a los propios agentes. Se había producido una filtración en Italia y alguien había avisado al intermediario del seguimiento. Según Ruiz, «este era un hombre importante, no un cualquiera, y de ahí le vino el chivatazo». Orazio escapaba de la red, como también el posible comprador final, pero la Policía Nacional tenía localizados casi con seguridad a los efebos en un cortijo. No podían dejar que el chivatazo en Italia terminara llegando a oídos de los intermediarios españoles y que hicieran desaparecer las valiosas piezas. Todo se precipitó y hubo que formar un amplio dispositivo para rodear la finca. Los hermanos de Pedro Abad, cuando supieron de la presencia policial, no opusieron ninguna resistencia y llevaron a los agentes hasta el escondite de los efebos. Las imágenes los muestran envueltos en papel higiénico y bolsas de plástico, como vulgares salchichones, en un cobertizo. Por suerte, no habían sufrido más desperfectos y ahora pueden ser admirados por cualquier verdadero amante del arte y de la historia, en vez de por millonarios y traficantes. Suscríbete para seguir leyendo
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