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» Diario Cordoba
Fecha: 17/11/2024 09:30
El rápido serpentear de noviembre nos coloca a las puertas de la Navidad que los venezolanos llevan dos meses soportando y Puente Genil, una semana. La DANA de Valencia agudiza el ingenio y pone las pilas a algunos políticos (a otros ya se ve que no). El Ayuntamiento ha brindado a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir una generosa oferta que quiere enterrar añísimos de pelea: Córdoba se ofrece a limpiar el río, si la CHG lo drena. Aunque aún tienen que concretar, el ofrecimiento en sí ya es un logro que le debemos a los valencianos. La Junta de Andalucía no ha construido aún el centro de salud en Villarrubia, pero ha puesto en verea 34,5 millones para la ronda Norte, sobre la que el alcalde quiere seguir haciendo pedagogía. Pero con todo, expulsar o desalojar, ese ha sido el dilema semanal. El alcalde se planta ante el manifestódromo del salón de plenos y anuncia que, a partir de ahora, se ceñirá al reglamento, que dice expresamente que los asistentes no podrán intervenir en las sesiones, ni tampoco hacer manifestaciones de agrado o desagrado. Quien quiera hablar en el pleno tendrá que pedir de manera previa la palabra o solicitar a la oposición que promueva una moción en la que se aborden sus demandas. Pancartas, sí; gritos, no. Punto final. ¿Qué será de nosotros y del secretario de la CGT? El reglamento del Pleno, que como saben no se ha cumplido jamás, es más generoso que el de otras cámaras (el Congreso, el Parlamento andaluz o, por ejemplo, el Pleno de Sevilla obligan al público a acreditarse e impiden aplaudir), pero recoge bien lo que se puede y no se puede hacer. «Protestar, sí; reventar un pleno; no», resumió el portavoz popular, Miguel Ángel Torrico, después de lo ocurrido el jueves. Los alcaldes de Córdoba han ido bandeando las situaciones complicadas de protestas en Capitulares -algunas de ellas de tensión máxima- en función de los tiempos y de su propia personalidad. Algunos han tirado más de mano izquierda (Rosa Aguilar, por ejemplo, interrumpía la sección, dejaba la presidencia e iba a hablar con los manifestantes de tú a tú), y otros más de mano derecha (José Antonio Nieto obligó a los vecinos a acreditarse de manera previa para poder asistir a las sesiones), pero el reglamento, como saben, no se ha cumplido fielmente jamás. El jueves, José María Bellido sentó un precedente (suspendió y además se pospuso el pleno para otro día en vez de reanudarse en la misma jornada) y lanzó un órdago a la oposición al anunciar que hará cumplir el reglamento a rajatabla. A partir de ahora, dará tres avisos, y si el respetable hace caso omiso, ordenará el retiro del pleno a los corrales. La decisión no la tomó tras la protesta más intensa, ni tampoco después de soportar a los manifestantes más combativos. El alcalde llegaba al pleno calentito y tras haber recibido serias críticas por el desalojo que ordenó en el anterior. En octubre, expulsó al AMPA del colegio La Aduana -que había ido a quejarse porque sus niños seguían dando clases con luz de un transformador- y le salió el tiro por la culata informativa: la oposición lo puso como un ropón por cercenar la libertad de expresión y salió en La Sexta. Este jueves, el regidor optó por no desalojar a nadie y evitar el vídeo de la Policía Local dando amables empellones a unos manifestantes que generalmente gritan alto, pero se conducen de forma pacífica. Bellido se limitó a suspender y salir él mismo y sus concejales del salón de plenos, dejando sentados en sus asientos a la oposición y a los tres autocares de jubilados de Villarrubia que habían acudido a Capitulares para reclamar un centro de salud. Como quiera que María Jesús Botella, delegada de Sanidad, no estaba en Capitulares, y mucho menos Juanma Moreno, y es a ellos a quien el pueblo (unido jamás será vencido, vivan siempre Quilapayún) debiera exigirle el ambulatorio , como quiera que, decimos, allí no había nadie de la Junta de Andalucía, era el alcalde, también del PP, el único que podía dar la cara. El alcalde prefirió suspender que expulsar, pero a partir de ahora corre el riesgo de que con esa dinámica no se celebre ni un pleno más. Es por eso que el órdago también se lo lanza a la oposición, que tendrá que ordenar mesura a las protestas cuando las promocione (de alguna manera, y es legítimo, siempre se ha hecho así), si es que quiere debatir y hablar de la ciudad. Para protestar habrá que quedarse en la puerta, pedir la palabra o montar una moción. No habrá más. Suscríbete para seguir leyendo
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