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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/11/2024 02:40
Omar Chabán El 30 de diciembre de 2004, horas antes de que la tragedia convirtiera su vida en un infierno y la de 194 chicos en un cadalso, Omar Emir Chabán pasó por un restaurante para reservar una mesa donde celebrar el Año Nuevo al día siguiente. La noche era especial: en República Cromañón, el boliche de Once que regenteaba, tocaría por última vez en el año Callejeros, la banda que había impulsado en el último tiempo. Minutos antes de que la banda comenzara su breve show, Chabán observaba todo desde la zona de sonido, en su papel de anfitrión. La pirotecnia y el uso de bengalas comenzó antes que Callejeros comenzara a tocar. Según los testimonios de varios sobrevivientes, Chabán advirtió por los parlantes: “Paren porque nos vamos a morir todos, nos vamos a prender fuego”... “No sean boludos, no tiren bengalas porque va a pasar lo mismo que en el shopping de Paraguay” (por la tragedia del Ycuá Bolaños, donde murieron 327 personas)... “Déjense de joder con la pirotecnia, son todos unos hijos de puta, unos pelotudos”. Recibió como respuesta un abucheo, una rechifla. Cuando una bengala impactó sobre la media sombra e inició el desastre, el lugar se convirtió en una trampa mortal. Hubo testigos que vieron a Chabán con un matafuegos, a los gritos. Él juró que cuando previó el tsunami de humo tóxico se le vendría encima, se arrojó sobre la consola ubicada en el primer piso, frente al escenario, cortó el sonido y buscó una manguera. La encontró desenrollada y le gritó a alguien que intentaba mover la llave del agua. Fue en el momento exacto, señaló, cuando sintió una explosión que cortó la luz. “En ese instante me sentí morir”, admitió. Pero no murió aquel 30 de diciembre de 2004, si no el 17 de noviembre de 2014, hace exactamente diez años. Chabán, detenido en Marcos Paz Luego, en la oscuridad, como un zombie, salió por una de las dos puertas vaivén de la entrada y se dirigió, por la salida de Bartolomé Mitre 3060, hacia el ingreso del garaje del hotel Central Park, el edificio contiguo. En la puerta alternativa de emergencia —que él indicó cerrar por orden de Rafael Levy, el verdadero dueño de Cromañón— vio a Diego Argañaraz, el jefe de seguridad de Callejeros que intentaba abrirla, y le señaló hacia dónde debía hacerlo. Maximiliano Djerfy, uno de los dos guitarristas de la banda, que estaba en el lugar esforzándose por desbloquear esa salida, también vio allí a Chabán. Lo describió como paralizado. “Caminaba y tenía una gran opresión en el corazón. Me movía como un autómata. Entré al lugar tres veces. En una me dirigí cerca del kiosco y saqué a tres chicos. Pasando la escalera no se podía respirar. Hice dos metros y no podía pasar. Estuve shockeado y paralizado. En un momento, a las doce y cinco de la noche, llamé a Cemento. Y luego volví a entrar. Toda esa sensación de que un gran peso se me vino arriba del cuerpo”, relató luego Chabán. Ya en la calle, la figura del empresario se desdibujó entre el horror. Hubo testigos que lo vieron caminar aturdido por Plaza Once. Chabán fue uno de los principales impulsores de las bandas under del rock Fue detenido el 31 de enero en un local de la calle Salta. La policía llegó a él por una serie de allanamientos que comenzaron en cuatro direcciones de las calles Montevideo, Luis Viale, Rodriguez Peña y Rivadavia (donde vivía) y Estados Unidos 1228/56, la sede de Cemento. En las requisas a esos lugares se halló una factura de servicio público a nombre de Omar Emir Chabán, con domicilio en la calle Rivadavia al 1300. El fiscal Juan Manuel Sansone dispuso el allanamiento y el arresto del empresario. El 31, a las tres menos cuarto de la tarde, la policía llegó al mencionado inmueble. Al mismo tiempo, la minuciosa revisación del departamento de Montevideo al 300 se secuestró un boleto de compraventa firmado en el año 2001 a favor de Chabán, donde figuraba la dirección de la calle Salta al 600. A las 17.30, la patrulla policial que arribó al lugar encontró a Chabán. No ofreció resistencia. El informe señaló que estaba “correctamente vestido y evidenciando adecuados cuidados en su vestimenta e higiene personal”. Sansone entendió que Chabán intentó huir desde el primer momento: “El encausado en estudio eligió para refugiarse un domicilio que no era el que habitaba usualmente, y en el que fue localizado por la fortuita circunstancia de encontrarse un antiguo documento que permitió conocer su relación con esa propiedad. Sin duda alguna, el nombrado no contaba con ese riesgo -el hallazgo del aludido documento- cuando tomó la decisión de dirigirse a ese lugar”. El sueño había terminado. Los comienzos El 31 de marzo de 1952 llegó al mundo el primer hijo de Ezzedin Chaban y Angelica Halouma Hadid, el matrimonio entre un sirio y una mendocina. Su padre tenía una personalidad magnética, era políglota y dueño de un bazar llamado Nasser, porque admiraba al general nacionalista egipcio, así como a Perón. La pareja tuvo dos hijos más: Yamil y Fátima. A su hijo mayor le transmitió una mezcla de pensamiento rígido y vena artística: Ezzedin tocaba el violín y el laúd, y su hogar era un hervidero de debates políticos. De niño, Omar estudió en el Hölters Schule, un colegio alemán donde, siendo un niño de raíces árabes y cabello oscuro, aprendió a lidiar con un sentimiento de exclusión que nunca lo abandonó. En cierta oportunidad contó que cursar allí le dejó “resentimiento… Iba a un colegio alemán, era árabe y me sentía inferior porque no era rubio”. Provocador y transgresor, Chabán se convirtió en un símbolo del under porteño Pese a su ascendencia y esa experiencia, Omar Chaban era germanófilo, admirador de la disciplina alemana, colectividad de gran arraigo en la localidad de Ballester. Alguna vez confesó que su ideología política fue siempre “de derecha”. Fue un adolescente rebelde y creativo, que se destacaba por pequeñas transgresiones. Cuando un preceptor le ordenó que se cortara el pelo, ya que le gustaba dejarlo más largo de lo permitido, se rapó la cabeza a cero como protesta. A los veinte años, seducido por la bohemia porteña, se distanció del bazar familiar —que continuó atendiendo su hermana Fátima— y se sumergió en la noche porteña. Frecuentaba lugares como el Instituto Di Tella, el epicentro de la vanguardia artística. Era una época de noches largas y trenes de regreso al amanecer. En 1979 hizo un viaje iniciático a Europa. Más precisamente a Berlín Occidental, pero el deslumbramiento inicial chocó con una realidad hostil. En un pub, intentó cantar una baguala y lo expulsaron. Fue una humillación, lloró amargamente y regresó a la Argentina, frustrado pero con la cabeza llena de ideas. La dictadura militar endurecía sus garras, pero Chabán encontró refugio en la transgresión creativa. Abrió el Bar Einstein en 1982 en sociedad con Sergio Aisentein y Helmut Ziegerun. Fue un espacio donde el rock y las performances eran moneda corriente. Surgieron colaboraciones con bandas que se convertirían en leyendas, como Sumo y Los Twist. Por esa época comenzó a salir con la actriz Katja Alemann, de actitud transgresora, familia adinerada y ascendencia germana: su medio hermano Juan había sido secretario de Hacienda de José Alfredo Martínez de Hoz, y el hermano de éste, Roberto, ministro de Economía de Leopoldo Fortunato Galtieri y, en la década del ‘60, de Arturo Frondizi. Luca Prodan, en el primer disco de Sumo, Corpiños en la noche, le dedicó un tema a Aisentein y Chabán por la ambición por la plata que tenían: “¡Sergio, Omar, quiero dinero!”. El llando de Chabán en la cárcel En 1985, Cemento tomó la posta, sobre la calle Estados Unidos en Balvanera, y se volvió un emblema rockero. La inauguración de Cemento, el 28 de junio de 1985, mostró la esencia de Omar Chabán. Aquella noche, una feroz tormenta se abatió sobre Buenos Aires. El salón, todavía fresco de obras y con la argamasa húmeda, comenzó a transformarse en un lodazal cuando el agua se filtró por el techo a través de agujeros sin cubrir. Chabán, empapado y desesperado, subió al techo bajo la lluvia, para intentar en vano tapar las goteras. A modo de anécdota, contó: “Cemento tardó dos años en abrirse. Se retrasó porque no soldaron bien las vigas y el techo se cayó. El día de la inauguración fue un caos porque se inundó. El personal que tenía atendiendo la barra era gente que había quedado de la obra. Se acercaron a pedir un ‘destornillador’ y le dieron la herramienta, en vez del trago”. Con los años, esa precariedad se convertiría en su sombra. Alguna vez le preguntaron si él iría a un lugar como Cemento, y respondió: “No”. Más que el rock, lo que Chabán amaba eran las representaciones teatrales que tenían lugar los miércoles. Por el escenario pasaban Batato Barea, que podía recitar un poema, orinar en público o echarse a dormir; la bailarina contemporánea Ana Itelman; o Katja Alemann ingresando en una carroza tirada por caballos y con su pelo rojo simulando una antorcha. A veces, Chabán recibía al público en la puerta vestido de mujer. O con smoking. Y también, circular por el lugar en bicicleta, desnudo, cuando había poca gente. Su terror al ser escrachado por los familiares de las víctimas de Cromañon en un traslado a San Martin Los años siguientes consolidaron a Chabán como el mentor del rock under. En 1987 se separó de Katja Alemann, aunque ella nunca lo abandonó ni en los peores momentos. Pero nadie vio, o nadie quiso ver, que su pasión por descubrir nuevas figuras escondía cierta desidia por la seguridad de los lugares que administraba. La apertura de República Cromañón en 2004 fue para Chabán una renovación en su carrera. Aunque parezca insólito, llegó allí por un aviso en el diario Clarín donde los antiguos gerentes convocaban a quienes quisieran hacerse cargo del lugar. Ahí se sostenía que la capacidad era de cinco mil personas. Se presentaron Chabán y un grupo musical peruano. Luego de varias reuniones entre el propietario, Rafael Levy, y Chabán, acordaron que el performer aportaría su conocimiento del negocio y Levy el local. Entre ellos nunca hubo nada firmado. Chabán contaba por qué había bautizado así al lugar: “República, por los ideales de la Revolución Francesa; Cromañón porque el rock sale de los sótanos, como Los Beatles y The Cavern. Estoy contento con el lugar. Es un espacio ganado a la bailanta”. Anteriormente, el boliche se llamaba El Reventón. El 12 de abril de 2004, Callejeros inauguró Cromañón. Como sea, allí Chabán incurrió en irregularidades que desembocaron en la tragedia. Según declararon en la justicia varios empleados, al organigrama de Cromañón lo encabezaba Omar Chabán, luego su hermano Yamil, debajo de éste Raúl Villarreal –una especie de mano derecha de ambos- y por último Mario Díaz, quien muchas veces oficiaba de encargado de seguridad del boliche, excepto cuando las bandas traían su propia seguridad, como sucedió con Callejeros. Otra empleada, Ana María Sandoval, quien se encargaba de la limpieza, fue quien suministró a los investigadores el panfleto que conectó a Chabán con el subcomisario Carlos Rubén Díaz, donde según la Justicia se probaron las coimas que le pagaba por hacer la vista gorda, en cuanto a la seguridad del boliche, por parte de la policía. La angustia de Chabán en Tribunales (Télam) La cárcel El primer amanecer de 2005 encontró a Chabán recluido en un subsuelo de la Superintendencia de Investigaciones Generales en Mataderos, al otro lado de la General Paz, de Villa Celina, patria chica de Callejeros. En esas primeras horas, Chabán lloró en forma incesante. El informe psicológico inicial describió al empresario como un hombre en crisis, sin signos de remordimiento aparente, pero con una obsesión manifiesta por la muerte y un discurso teñido de fatalismo. Se hablaba allí de la necesidad de vigilancia, para evitar un posible suicidio. Durante los primeros días, pocos amigos se acercaron. Raúl Villarreal, su mano derecha, fue uno de ellos. Lo encontró mal de ánimo, sin comer más que ensaladas y pollo mientras leía La Biblia (una de sus ideas era impulsar el rock cristiano en Cromañón) libros de Dante Alighieri, Antonin Artaud y Bioy Casares. El 17 de enero lo trasladaron a la prisión de Marcos Paz bajo un fuerte operativo policial que incluyo helicópteros. Su mundo quedó formado por un reducido espacio, una ventana diminuta, tres estantes para objetos personales, y una cama al lado de un inodoro. Allí, Chabán comenzó a leer la causa judicial hasta la obsesión, practicaba Tai Chi y pintaba. Chabán con la barba crecida, en su celda Cuando el 13 de mayo se permitió su excarcelación bajo fianza, que garantizó su hermana Fátima, los familiares de las víctimas de Cromañón comenzaron a escracharlo. En un operativo de poca seguridad lo llevaron hasta la calle Carlos Pellegrini al 200, en San Martín, donde Angélica, su madre, tenía un departamento. Al ingresar, tropezó y cayó al suelo. La turba que lo acechaba casi lo lincha. Hay una fotografía que lo muestra con cara de terror. Esa noche, con su madre y su hermana, cenó empanadas. Luego llamó a todos los amigos que lo visitaron en la cárcel. También fue la primera vez, desde que conoció una celda, que apagó la luz para dormir. En San Martín, acosado por los familiares, no estuvo demasiado tiempo. Arrojaban piedras al departamento y hasta contrataron una grúa para alcanzar el piso donde se hallaba. De allí fue trasladado a una casa llamada Papillón, en el Tigre. A los dos días, los dueños lo expulsaron. Pasó a la isla Don Mariano, en el Delta del Tigre, custodiado siempre por la Prefectura y en ocasiones vistiendo un chaleco antibalas. En la isla, junto a un puñado de amigos leales como Guillermo Silva y el ex comisario Rodolfo Campisi, Chabán ocupaba su tiempo cocinando pizzas, leyendo y esbozando su propia versión de la tragedia. Sin embargo, el 24 de noviembre de 2005, un veredicto de la Cámara de Casación Penal revocó su excarcelación. Se enteró de la orden de detención llegó mientras desayunaba por un llamado telefónico de Campisi. El gerenciador de Cromañón insultó al aire y quedó pálido después de oír sus palabras, luego confirmadas por su abogado, Pedro D’Attoli. Regresando de su libertad condicional en el Tigre, cuando le informaron que debía volver a la cárcel Regresó a Marcos Paz. Pero en esta segunda etapa en la cárcel, comenzó a deteriorarse. Cuando llegó el 2008, con el juicio oral ya próximo, Chabán repetía que solo deseaba volver con su madre. Cuando tuvo lugar su alegato, habló de las puertas de emergencia, de la pirotecnia, de una culpa compartida, y pronunció su deseo más sincero: “Soy inocente, pero he pedido perdón infinitamente”. La condena final En 2009, la sentencia judicial fue contundente: 20 años de prisión por incendio doloso calificado y cohecho. Apeló con la esperanza de revertir el fallo, y eso le permitió permanecer en libertad hasta que la decisión fuera definitiva. En 2012, cuando el camino judicial se agotó y la condena quedó firme, Chabán regresó al Complejo Penitenciario II de Marcos Paz. La prisión lo encontró muy delgado y enfermo. Los primeros síntomas de su enfermedad fueron confundidos con las secuelas de un encierro prolongado. Tenía fiebre alta, pérdida de peso y cansancio extremo. El primer diagnóstico fue erróneo: tuberculosis biliar, una enfermedad común en las cárceles. Los picos de fiebre que tenía superaban los 40 grados. Por fin, en agosto de 2013, un hemograma mostró la verdad: padecía la enfermedad de Hodgkin en estadio IV, un tipo de cáncer linfático. Y en su etapa más avanzada. Chabán luchó contra esa enfermedad, no se dejó vencer así nomás. Le hicieron quimioterapia y transfusiones de sangre. En 2014 le concedieron la prisión domiciliaria. Regresó a su departamento de Rodríguez Peña y Rivadavia. Allí tenía sus libros y sus discos. Miraba programas de televisión como ShowMatch y Los Ocho Escalones cuando lo conducía Gerardo Sofovich. Buscaba con desesperación alejarse de los fantasmas de aquel 30 de diciembre. En una nota que brindó a la revista Gente señaló: “Hubiera preferido morir en Cromañón”. El 26 de septiembre de 2014, su estado de salud lo llevó a una nueva internación, esta vez al CEMIC. Una mejora circunstancial lo devolvió a su casa. Pero en los primeros días de noviembre recayó y fue trasladado al hospital Santojanni. Murió a las 12.30 del 17 de noviembre de 2014, en terapia intensiva. Tenía 62 años. Fuente: libro “Cromañón, la República del dolor y la impunidad: corrupción, rock y 194 muertos”, escrito por el autor de esta nota
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