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» El litoral Corrientes
Fecha: 16/11/2024 21:21
Se puso de moda San José de las Lagunas Aladas, es bueno que así sea, porque de ese modo se pueden rescatar del pasado sucesos y sucedidos que se transmiten de generación en generación. La persona que me relató esto cuyo nombre reservo como siempre, le daba mucho valor a su recuerdo. Por la casualidad de la vida conocí a una de sus hermanas, la historia teje las existencias para que los espíritus se conecten, para hacerlos saber que ocurrió con ellos. Así de pronto, una señorita que conocí en dos escenarios, era hermana de él, una con motivo de la Justa del Saber Provincial en 1964, otra en la localidad de Saladas Corrientes en 1967, en una fiesta en la Escuela número 97 Manuel Florencio Mantilla en ocasión que oficiaba de locutor. Me enteré que ella había fallecido en España y ahora habita el mundo de los espíritus. Vamos pues a la narración. Sucedía en la década de 1960 en la localidad de Saladas, cuando el pueblo dormía tranquilamente su siesta provinciana, con sus calles de arena, construcciones de galerías, naranjales alrededor de la plaza, el Club Antorcha, la iglesia y las colonias cercanas. Un hombre que se dedicaba al comercio en 1966, había comprado una Chevrolet realizando sus viajes hacia la zona rural, generalmente iba cargado de mercaderías de todo tipo, vendiendo en cada puesto o lugar escasamente poblado de las secciones del Departamento, boliches precarios levantados a fuerza de voluntad que congregaban a la gente de los alrededores. Algunos tenían cuenta corriente, otros no muy confiables al contado rabioso, así son los negocios dijo una señora que pitaba un cigarro de hoja. Un buen día uno de sus clientes le realizó un pedido grande, el que consistía en armas, municiones, lámparas, heladera a Kerosene, etc. En guaraní le expresó: -Antonio déjame toda la mercadería que tienes en tu chata, pero no tengo plata. Antonio respondió: -te fío correlí (correligionario, los dos eran autonomistas) pero intrigado y desconfiado el comerciante preguntó: -y cómo me vas a pagar, chamigo, grande kó es tu compra. El interpelado mirando hacia los costados, evitando a los concurrentes en el almacén, lo invitó a pasar a una pieza continua, hablando en voz baja e invitando a hacerlo de igual modo a su visita. Mire fulano, explicó, yo soy un hombre prudente y sencillo, la heladera es para la familia, las armas usted sabe se venden más que el pan Hace unos días cuando fui al escusado en el fondo del terreno, que fuera parte del fortín de Santo Domingo quemado por Andresito Guacurarí encontré esto, expuso, indicando con la mano un metal embarrado, largo como una espada en forma de elástico de camión, redondo, bastante pesado. Vi cuando estaba sentado una cadena, tiré y no la pude liberar, entonces fui a casa, traje el pico y la pala, comencé a cavar, apareció una botija, con joyas, monedas, espuelas de plata, estribos, frenos, etc., te imaginas mi asombro. No dije una palabra, ni a mi familia. Al sacar el cuchillo el correlí, Antonio peló su revólver 38, el otro lo calmó diciendo, tranquilo Antonio que es para mostrarte lo que hay abajo del barro. El objeto sucio mostró su contenido, apareció brillante el oro escondido tras su camuflaje barroso. Yo sé que vale mucho más pronunció, pero a mí no me van a pagar, lo que es peor, me pueden liquidar, porque una vez revelado el secreto corre como reguero de pólvora en chismes y corrillos. Así que si vos aceptas chamigo no vas a hablar tampoco, por las mismas razones que las mías, concluyó. Llevá kó el oro y por cancelada la deuda. Antonio aceptó el trato bajo la siguiente condición: que el oro fuera bueno. El comprador con toda tranquilidad aceptó, expresando a su vez: -te aclaro chamigo, explicó, uno más corto de igual metal, doné en Corrientes para el Asilo de ancianos por medio de un amigo fiel conocido de años, con el fin de dar de comer a esa pobre gente, como le prometí a un caballero con antigua capa raída, extrañamente embozado que se presentó a conversar conmigo amigablemente, sin levantar una sola vez la voz, me sorprendió porque nunca pude verle la cara, me expresó que debía donar el que te indiqué y con el producido del otro ayudar a ciertas personas pobres, tenía un mapa antiguo de estas tierras en los que se ubicaban los que pretendía ayudar, algo insólito no? se preguntó a sí mismo. Conocía a los antiguos habitantes de estas tierras. Antonio le señaló otra vez, todo queda sujeto a que sea oro de calidad, si estás de acuerdo, si no es así el pacto se rompe. El otro se rió rompiendo el silencio impuesto en el sitio. Ya mi amigo me avisó que es oro de buena ley. Por eso como sabes chamigo, con la mitad de la barra estaría pagado todo si calculas bien, porque con la otra mitad también va la carga, lo que sobra del precio es para que done a la caridad en Saladas, hay una familia antigua que ayuda a los prójimos, así allí debe establecer su cometido. Antonio hombre creyente asintió, ceremoniosamente. Bajó las mercaderías que traía, prometió al día siguiente traer lo demás, guardando el sigilo correspondiente, las balas y armas en bolsas o cajones de tomates. El comerciante quedó satisfecho, el del campo feliz, ambos cumplieron estrictamente lo que el vigilante espiritual del tesoro ordenó, antiguo resabio de el fortín de Santo Domingo que alguna vez tuvieran como habitantes a los dominicos. Cuentan los lugareños que en algunas noches, en el cementerio de Saladas, frente a la tumba de Antonio se observa a un hombre raro de capa embozado, como charlando con el finado, luego la figura a la que nadie se atreve a acercársele, se traslada a otro lugar del cementerio, se para frente a la tumba de un comerciante rural de la zona de Santo Domingo, donde prosigue la charla con otro finado, es la aceptación del custodio del tesoro de su cargo. ¿Será pá cierto chamigo?
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