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» Diario Cordoba
Fecha: 16/11/2024 15:29
Ignacio Aldecoa aparece en el panorama literario de los 50 como el más preclaro exponente y seguidor del naturalismo poético vigente de la novela norteamericana de la época, entonces poco conocida y tímidamente traducida por su generación, aunque el narrador español iniciará con su prosa una renovación de la vieja tradición realista. Aldecoa no se propone imitar estilo o fórmulas literarias ajenas sino que, conocedor de la técnica, se mueve en el campo narrativo, se revela con una acusada personalidad que le lleva a una originalidad que se aleja de los temas y personajes precedentes; léase el influjo evidente de un Faulkner que ordena y estructura el relato bajo la trágica visión del mundo que describe en sus obras; aunque el español concreta sus novelas y lo reducido de sus personajes que, estilísticamente, ofrecen ese efecto doble de veracidad y distancia, y porque el autor vasco siempre entendió su literatura como el cumplimiento de una ética más vocacional que otra cosa y, a impulsos de un auténtico deber, había forjado todo un programa para desarrollar su literatura, tanto breve como extensa. Aquello que denominaría «la épica de los grandes oficios» que ofrece así el conocimiento concreto de ese vivir del obrero español de la época, un hecho que provocaría ese convencimiento de que existía una realidad española, cruda y tierna, al mismo tiempo que poco o nada se desarrollaría y que, según Aldecoa, él llevaría a cabo en tres trilogías. La primera sobre el mundo de la guardia civil, los gitanos y los toreros; la segunda, los trabajadores del mar, la pesca de altura, pesca de bajura, y el trabajo en los puertos; y la tercera, la referida al hierro, con los trabajos en la mina, los altos hornos, y el uso de las herramientas de gran envergadura. El proyecto nunca fue llevado a cabo en su totalidad, y deberíamos hablar de Aldecoa cuentista más que novelista, porque de la primera llegó a publicar, ‘El fulgor y la sangre’ (1954) y ‘Con el viento solano’ (1956); un volumen sobre el mar, ‘Gran Sol’ (1957) de la segunda y una cuarta novela, ‘Parte de una historia’ (1967), ambientada en un escenario marino, y que nada tiene que ver con sus pretensiones de agrupar su obra. La novela La novela populista se preocupa por la menesterosa colectividad trabajadora; la novela antiburguesa prueba la desarticulada existencia de las clases que consumen el ocio usurero y subyace una sensibilidad existencial angustiada por la conciencia social responsable. Esa preocupación por la clase trabajadora tan característica durante los duros años del franquismo la llevarán a sus páginas, el propio Aldecoa y Luis Goytisolo y otro puñado de excelentes narradores, Francisco Candel, Lauro Olmo, Jesús López Pacheco, Ramón Solís, Antonio Ferres, Armando López Salinas, Ramón Nieto, Alfonso Grosso y José Manuel Caballero Bonald. Ignacio Aldecoa concibió ‘El fulgor y la sangre’ y su desarrollo como algo original que se alejaba de los modelos narrativos anteriores, y centraba su atención en ese clima de horror y angustia que ya había experimentado el autor de ‘El ruido y la furia’ (1929), con una visión de las tierras devastadas y desérticas de la meseta castellana, aunque en este caso el español se apropiaba de conceptos raciales autóctonos que servían a su propósito para contar la historia: un puesto de la Guardia Civil, ubicado en unas ruinosas murallas y las almenas de un viejo castillo en la raya fronteriza con Castilla y en el que conviven un cabo y cinco números con sus familias. Aldecoa condensa la acción de un pequeño suceso desde el mediodía de un ardiente mes de julio hasta el crepúsculo y, el detonante, una llamada de teléfono que el guardia Ruipérez recibe notificando que una de las dos parejas, que está de servicio en la feria de un pueblo cercano, ha sufrido una baja y no se sabe cuál de los guardias ha resultado herido o muerto, así que la pareja que ha quedado de retén en el puesto de mando ignora la identidad de la baja y solo puede esperar la vuelta de sus compañeros. El recurso narrativo empleado por Aldecoa tiene algún notorio precedente en la literatura norteamericana que el autor vaso conocía perfectamente, y recuerda sin duda a la novela ‘El puente de San Luis Rey’ (1927), de Thornton Wilder, donde cinco personas perecen juntas al romperse este famoso puente peruano, y entremezcla las vidas de un heterogéneo grupo de personajes en el Perú colonial, vidas que sólo tienen un punto en común, el accidente en el que mueren, y es cuando el autor bucea en la historia de cada uno de los fallecidos y la suerte del azar que pudo reunirlos en el momento del accidente; aunque Wilder intentara buscar cierto determinismo, algunas conclusiones seudo-filosóficas, Aldecoa, realista y objetivo, centrará su empeño en la pintura de unos seres y sus circunstancias, sobre todo porque representan a hombres y mujeres que han sobrevivido durante años al deseo de prosperar y de un bienestar para su futura vida porque, el tiempo impasible, va dejando atrás las dificultades de una postguerra. Lo que importa en ‘El fulgor y la sangre’ es que las historias convergentes de la espera femenina no solo acaparan el interés y la atención del lector, sino se convierten en el verdadero motivo protagonista del relato, aunque las horas de espera se diluyen demasiado entre la intensidad con que son contadas las historias particulares y solo el enriquecimiento de situaciones, ambientes y tipos logran esa animada visión de la vida española en unos años determinados. El estilo de Aldecoa El narrador vasco Ignacio Aldecoa llega a la novela cuando ya se había ejercitado en la forja del cuento y, tal vez, esa madurez explica que muchos de los tipos, las situaciones, la ambientación, y el tratamiento de la técnica narrativa muestre una mayor solidez en esta primera entrega suya, aunque su posterior dedicación al cuento acentuaría esa precisión en los rasgos por la viveza de sus conversaciones o diálogos, la agilidad de juicios de muchos de sus personajes, la mordacidad, condensada en escuetos y precisos rasgos que ofrecen un estilo más desnudo y tajante en lo breve. Su compañero de generación y amigo, Medardo Fraile, llegó a escribir que «(...) Aldecoa tenía estilo, pero el estilo, a veces, le dominaba. Me atrevería a decir que un estimable número de sus cuentos se frustraron por eso: por dar primacía a las palabras. Tenemos la sensación de que el escritor ponía sobre su mesa treinta o cuarenta vocablos y, a continuación, el título o primera línea de un cuento, y se empeñaba en colocarlos todos». Sobre el autor vasco, sobre todo en las décadas de los 70 y 80, se escribía sobre la complejidad de una visión total de su obra, manejada sutilmente y con gran maestría, donde se tejen el credo ideológico y el artístico del escritor, expresados en un estilo personal e inconfundible de impresionante naturalidad. Ignacio Aldecoa falleció el 15 de noviembre de 1969, mientras se disponía a visitar al maestro Dominguín para, quizá, ambientar su nueva novela sobre el mundo de los toros. Suscríbete para seguir leyendo
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