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    » Diario Cordoba

    Fecha: 15/11/2024 19:38

    Sin llegar a considerarme un animalista (ningún ismo me gusta), puedo decir que respeto a los animales y su derecho a vivir con la dignidad que se merecen al compartir con nosotros la misma naturaleza. Pero dicho esto, también debo reconocer que no me gusta el uso de un animal como mascota. Y menos aún me gusta ver una mascota humanizada como un niño pequeño. Desde su domesticación, algunos animales, en particular los perros, han desempeñado roles utilitarios como la caza, el pastoreo y la vigilancia. Esta relación dominante y utilitaria, que sitúa a los animales domésticos bajo el control humano, ha evolucionado en las sociedades occidentales hacia una relación más humanista, donde el perro se ve como un amigo cercano, uno más de la familia, o incluso como sustituto de los hijos. Este cambio de rol se atribuye a la progresiva expansión de la tenencia de mascotas y a cambios demográficos como la reducción del número de hijos y la densidad de las redes familiares. En la vida de muchos, el perro ofrece compañía y afecto en una so-ciedad menos relacionada. Los roles atribuidos a los perros también dependen de factores demográficos como la edad y el estado civil de sus dueños. Por ejemplo, los propietarios solteros y sin hijos tienden a humanizar más a sus perros, considerándolos como hijos, lo cual fortalece los vínculos afectivos y el apoyo que sienten con sus mascotas. La humanización de dioses, animales y objetos no humanos es una tendencia observada en el hombre desde la antigüedad. Permite a las personas proyectar rasgos humanos en animales y otros seres, como si estos pudieran experimentar emociones y motivaciones similares. Este fenómeno se ha incrementado especialmente en relación con los animales de compañía, como perros y gatos, que son tratados como «miembros de la familia» o «sustitutos de hijos» en muchas culturas occidentales, impulsando una fuerte conexión afectiva con ellos. Algunos estudios sugieren que la humanización puede estar ligada a factores como el deseo de compañía, la soledad, y una necesidad humana de empatía y comprensión. Esto resulta obvio en la forma en que los dueños responden a expresiones faciales o comportamientos de sus mascotas que recuerdan a las emociones humanas. Por ejemplo, los perros han desarrollado gestos faciales, como la elevación de las cejas, que los hace parecer más tristes, lo que despierta respuestas emocionales en sus dueños. Esta tendencia se ha fortalecido con el conocimiento de los beneficios emocionales y fisioló-gicos que los animales aportan a los humanos. La humanización de las mascotas puede favorecer actitudes positivas hacia los perros y la calidad de la relación con ellos. Por ejemplo, perros considerados «hijos» participan en actividades familiares y reciben mayor atención veterinaria. También es más probable que permanezcan en el hogar y tengan acceso a las habitaciones de sus dueños, lo que simboliza su estatus de miembros de la familia. Sin embargo, la humanización de las mascotas también puede ser problemática. El trato excesivamente humanizado puede derivar en cuidados inadecuados que comprometen el bienestar del animal. A menudo, los dueños interpretan incorrectamente las necesidades de sus mascotas, proporcionando cuidados que no corresponden a sus requerimientos biológicos, como dietas inapropiadas o accesorios innecesarios (ropa, perfumes, peluquería, cochecitos), lo cual puede afectar negativamente su bienestar tanto físico como emocional. En mi opinión, la razón de ser fundamental de las mascotas es la satisfacción de las necesidades de los dueños, por encima de la empatía por los animales y el reconocimiento de sus derechos. Tratar bien a un esclavo no nos debe hacer olvidar que se trata de un esclavo. *Profesor de la UCO

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