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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/11/2024 04:47
"Niño leyendo", de Henry Lamb. Hola, ahí. Por estos días pienso seriamente que nunca estuve más a contramano en cuanto a mis intereses y a mi trabajo. El periodismo, el oficio con el que me gano la vida hace 35 años, hace rato que está bajo fuego y el asedio a la cultura y a sus protagonistas no cede. En este contexto, ser periodista cultural hoy puede ser visto como un estéril ejercicio de resistencia pero también como una formidable provocación contra el oscurantismo. Elijo la provocación. "Las tumbas", de Enrique Medina, fue un best seller a comienzos de los 70. El sexo de los libros 1973. Tenía doce años cuando en medio de una reunión familiar retiré discretamente de la biblioteca de mis tíos el ejemplar de Las tumbas, de Enrique Medina y me fui a un rincón de su casa a leerlo: nadie entre los míos iba a venir a monitorear qué estaba leyendo. En mi casa había libros, muchos. Pero en su mayoría eran clásicos que se publicaban en las colecciones como Centro Editor de América Latina, que mi papá compraba regularmente. En la casa de mis tíos, en cambio, había libros comprados en librerías, no en los quioscos. Libros nuevos y de autores contemporáneos, bestsellers de los que se hablaba en la televisión, literatura argentina y extranjera: un festival para una niña lectora y curiosa. Y preadolescente. Había escuchado hablar de Las tumbas; sabía que era un libro muy leído en ese momento y también que era una historia durísima de chicos que crecían en un instituto de menores (vaya a saber qué entendía por eso entonces) y también que algunos se habían escandalizado por el lenguaje crudo con el que el autor abría la puerta a los lectores comunes de un tipo de institución con códigos y jerarquías propias. "Leer", de James Charles. En cuanto empecé a leerlo, no pude abandonar el relato de El Pollo, el chico que es el protagonista de esta novela de iniciación en la que la violencia es la que educa. Fue en ese libro que leí las primeras escenas sexuales, que eran entre varones. Lo digo de nuevo: tenía doce años cuando yo solita me procuré esa lectura. Un año después muere Perón y se decreta semana de duelo nacional, de modo que tenía por delante varios días sin ir a la escuela. Perón murió el lunes 1 de julio de 1974. Justo el día anterior habíamos tenido reunión familiar y me había llevado a casa –con permiso de sus dueños– otro libro que había husmeado y retirado de la biblioteca de mis tíos: Boquitas pintadas. "Boquitas pintadas", de Manuel Puig. Acababa de estrenarse la película de Leopoldo Torre Nilsson basada en la famosa novela y en la tele daban la publicidad. Todos los actores eran muy conocidos (¡Alfredo Alcón! ¡Marta González! ¡Luisina Brando! ¡Cipe Linkovsky! ¡Raúl Lavié! ¡Leonor Manso!), la ansiedad por ver la película me corroía pero no me daba la edad para ir a verla. Pero la novela de Manuel Puig, publicada en 1969, sí estaba al alcance de la mano y fue así fue que me devoré las historias de Juan Carlos (el picaflor atorrante enfermo de tuberculosis) y sus enamoradas Nené, Mabel y la viuda Di Carlo y también las de la Raba y Pancho, todos habitantes de Coronel Vallejos, ese pueblo en el que Puig volcó el cruce de clases sociales de su General Villegas natal. Otra vez las escenas de sexo llegaron por la literatura. Otra vez me las había rebuscado sin asesoramiento alguno para llegar hasta el reino del pecado. ¿Se iba acentuando mi perversión? Pero qué desvergonzada… "Miedo a volar", de Erica Jong, circulaba de mano en mano entre las mujeres que querían saber sobre pasiones y desenfreno. Las chicas solo quieren divertirse No sé de dónde lo saqué, no tengo claro el recuerdo ni si también fue un libro que estaba en lo de mis tíos Benito y Chichita. Más bien tiendo a creer que no, que llegó a mí a través de alguna mujer adulta que lo había leído (¿una amiga de mi madre? ¿la madre de alguna amiga? ¿la peluquera del barrio, tal vez?) Miedo de volar, de Erica Jong, era el libro que las mujeres lectoras que comenzaban a transitar la madurez se pasaban de mano en mano a mediados de los 70. Comenzaban a caer los antifaces del sexo y todas querían saber los secretos del erotismo: la historia de Isadora, esa escritora que quiere parecerse a Mary Shelley y a Virgina Woolf y busca conocer cómo se siente una pasión desenfrenada era perfecta para ese momento en el que muchas mujeres pensaron que se caían las barreras que les impedían gozar sexualmente sin culpa. Niños leyendo en una pintura de Pierre Bonnard. Desde ya, no tengo que aclarar que a los 14 o 15 años, cuando leí la novela que muchos hoy siguen viendo como bibliografía feminista, yo no tenía nada que ver con todo eso y por esa época lo único verdaderamente desenfrenado en mi vida era la lectura. Mi hambre de lectura era voraz, así que ahí me metí de cabeza, a leer algo que me quedaba grande y lejano pero que no me dejó ningún trauma de por vida. Es más, si lo pienso un poco, siento que incluso me ayudó enormemente en lo que más tarde fueron mis propias experiencias vitales. "El matadero", de Esteban Echeverría, en una vieja edición de Kapelusz. La violación original “-¡Insolente! Te has embravecido mucho. Te haré cortar la lengua si chistas. -Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa. Apenas articuló esto el Juez, cuatro sayones salpicados de sangre, suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros. -Primero degollarme que desnudarme; infame canalla. Atáronle un pañuelo por la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre. -Átenlo primero -exclamó el Juez. -Está rugiendo de rabia -articuló un sayón. En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando: -Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Sus fuerzas se habían agotado; inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmobles y los espectadores estupefactos. -Reventó de rabia el salvaje unitario -dijo uno. -Tenía un río de sangre en las venas -articuló otro. -Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio -exclamó el Juez frunciendo el ceño de tigre-. Es preciso dar parte, desátenlo y vamos. Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del caballo del Juez cabizbajo y taciturno. Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas. En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran los apóstoles que propagaban a verga y puñal la federación rosina, y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso anterior puede verse a las claras que el foco de la federación estaba en el Matadero”. Edición de "El matadero", de Esteban Echeverría, con ilustraciones de Carlos Alonso. ……………. A propósito de El matadero como relato fundacional, David Viñas escribió que la literatura argentina comienza con una violación. Generaciones y generaciones leímos este texto de Esteban Echeverría (1805-1851) en la escuela secundaria pero a las almas puras de la época no se les ocurrió que una violación en manada impulsada desde el poder autoritario pudiera ser algo pernicioso para los jóvenes argentinos. "Las aventuras de la China Iron", de Gabriela Cabezón Cámara. Sexo con y sin violencia Leímos El matadero y aprendimos, entre otras cosas, a entender el eje civilización y barbarie que atraviesa no solo la literatura sino la cultura argentina en general y también pudimos vislumbrar desde el aula el significado de la violencia política. No sé si nos entusiasmaba El matadero como lectura, intuyo que no demasiado y supongo que cada uno lo experimentó de manera singular y que, sobre todo, tuvo fundamental importancia en esa experiencia la figura del docente a cargo de dictar la materia. Por lo que recuerdo, y también por los relatos de otras personas que tuvieron en clase esa lectura, sé que no importaba mucho que el autor del relato hubiera utlizado la palabra “verga” para nombrar una forma de vara con la que los verdugos torturaban a sus víctimas. El “Abajo los calzones” y “a nalga pelada denle verga” siempre llegaban envueltos en risitas y susurros. "La mesías", de los Javis, una de las series más vistas en España. Leíamos sobre la tortura, sobre el goce de la tortura y el poder sobre el otro. Muchos de nosotros leíamos esas atrocidades en tiempos de la dictadura, mientras la tortura por razones ideológicas –y los asesinatos– se desarrollaba en las mismas ciudades o pueblos en los que estudiábamos. No recuerdo que haya habido impugnaciones a la indicación de ese relato en la escuela, tal vez porque detrás había un clásico, un prócer de la cultura de otro siglo. Tal vez porque la mayoría elegía no ver la connotación sexual de esa forma de torturar y humillar. Tal vez porque no había en esa escena una mujer, un par de tetas, sus genitales. "El cuento de hadas", obra de Walter Firle. En las últimas semanas, bajo el paraguas de un gobierno que celebra la libertad como elemento central de su ideario pero hostiga con todas las formas posibles de la retórica a quienes no comulgan con sus ideas, sectores ultraconservadores atacan programas educativos que promueven libros de autoras argentinas que contienen algunas escenas de corte sexual que, es importante señalar, suceden entre pares y sin violencia. Y si resalto que son autoras es porque no parece en absoluto casual que esta campaña ruidosa llegue en un momento de cuestionamiento brutal al feminismo en general y a los logros de la ola feminista de los últimos años en particular, no solo en Argentina. Y si también destaco lo de “algunas” escenas es porque hasta que las buenas almas se detuvieron en ellas, ni siquiera era algo que en lo personal tuviera tan presente de esas obras, es decir, no es el asunto dominante de los libros. Y esto es así porque se trata de momentos de una totalidad y momentos que, por supuesto, se dan en un contexto. "Cometierra", de Dolores Reyes. Leer, después hablar No voy a hacer un análisis de las novelas objetadas, que forman parte de una colección editada y publicada por el Ministerio de Educación bonaerense; no voy a hacerlo, sobre todo, porque estoy convencida de que quienes las objetan no las leyeron, por lo que cualquier comentario será puesto en tela de juicio ya que, aún sin conocer el texto en su conjunto, decidieron impugnar y censurar obras enteras, aún cuando se trata de libros traducidos a varias lenguas y celebrados en todo el mundo, incluidos varios países centrales. A nadie se le ocurriría decir que la trascendencia internacional de esas novelas es resultado de alguna clase de favoritismo político. Sí podría decirse, en cambio, que algunas de ellas se hicieron conocidas porque pudieron traducirse gracias al Programa Sur de apoyo a las traducciones llevado adelante por la Cancillería Argentina desde 2009, uno de esos programas de estímulo a la cultura que el macrismo mantuvo y que están siendo desfinanciados por el gobierno del presidente Milei. "Piedra papel o tijera", la premiada novela de Inés Garland. Retomo: no voy a analizarlas aunque son ficciones que conozco muy bien, así como conozco la totalidad del trabajo de sus autoras, a quienes entrevisté y con quienes conversé sobre estas novelas centrales de los últimos años de la literatura argentina como son Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, y Cometierra, de Dolores Reyes. Las entrevistas, para quien tenga interés, están a un click en Google. De las objeciones delirantes a Piedra, papel o tijera, de Inés Garland, novela ganadora en 2014 del Premio Alemán de literatura juvenil que se entrega cada año en la Feria de Frankfurt, tampoco voy a ocuparme hoy: esas objeciones evidencian la profunda ignorancia que habita en el oscurantismo. Muchos de quienes cuestionan el programa de lecturas optativas que hay en las escuelas de la Provincia de Buenos Aires con epítetos dramáticos mientras enarbolan novelas en una pica sostienen que la escuela solo debe ofrecer lectura para el conocimiento de las materias y que la lectura por placer (no lo dicen así, en general placer no es una palabra que aparezca seguido en su diccionario) debe tener lugar en casa y siempre monitoreada por los padres. Pensaba en estas personas en estos días, mientras veía en modalidad atracón La mesías, la serie española creada por los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo, brillantes mentes creativas detrás de Paquita Salas y Veneno) en la que varios hermanos crecen encerrados en su casa sin ir a la escuela ni intercambiar con nadie por fuera de la familia, asfixiados bajo el ala de una pareja que enloquece por la religión. "La mesías" es una historia sobre la fe y la locura, en la que un grupo de niños crecen aislados del mundo por la locura mesiánica de sus padres. En esta historia, la educación corre por cuenta de los padres (en algún momento, también de una tía) y los niños crecen en un espacio aislado del mundo y en absoluto estado de dominación, como en una secta. Aquellos que los deben cuidar son quienes en realidad los someten. La mesías es muchísimo más que este resumen -es una serie fascinante y adictiva- pero funciona también como un atrevido análisis del modo en que algunos humanos golpeados por el desamparo pueden terminar atrapados en una red de violencia que, en este caso, lidera la propia familia. La serie cuestiona la fe pero, también, explica la necesidad de ella como refugio para quienes se sienten solos y perdidos. Es posible que algunos solo vean blasfemia en estos siete capítulos. Por mi parte, solo veo humanidad y compasión. Y porque ambos temas están relacionados, me gustaría hacer una última referencia a la ola de condenas a la ESI, la Educación Sexual Integral que es ley en la Argentina desde 2006 y que permite que a través de sus clases y talleres los chicos y las chicas aprendan lo que necesitan saber pero no para tener una sexualidad plena a los 6 años (como imaginan algunas mentes sinuosas) sino para poder denunciar abusos, que en la enorme mayoría de los casos son intrafamiliares. Trailer oficial de 'La Mesías', creada por Los Javis Los números del Ministerio Público Tutelar del Poder Judicial de la Ciudad indican que el 80% de los chicos y chicas de entre 12 y 14 años que denuncian en CABA abusos sexuales lo hacen luego de tener una clase de ESI. Ese dato, ese único dato debería servir para comprender que es indispensable que se hable de temas sexuales en la escuela. ¿Quieren discutir el modo de hacerlo, la calidad de la formación de los docentes, los programas para llevarlo a cabo? Excelente. Pero buscar la derogación de una ley tan central sabiendo que es lo que brinda herramientas sensibles a todos los chicos por igual, más allá de las clases sociales y de que les hayan tocado buenas familias en suerte, sería un retroceso fabuloso y, a su manera, también una forma de la barbarie. Me despido pero antes te agradezco que hayas llegado hasta acá, incluso si no estás completamente de acuerdo con lo que escribo. No me perturba el disenso, me horroriza en cambio la hostilidad, el hostigamiento, el insulto como herramienta de intercambio. "Joven leyendo", de Albert Bartholome. Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Las imágenes que ilustran este envío son de los libros mencionados, de la serie La mesías y pinturas sobre niños y libros. Te deseo una buena semana y tranquilidad, que es lo que precisamos todos. Hasta la próxima. *Para suscribirte a “Fui, vi y escribí” y a otros newsletters de Infobae, ingresá acá. ** Para leer los “Fui, vi y escribí” anteriores, clickeá acá.
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