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  • Esta es la mejor columna de la historia

    » Elterritorio

    Fecha: 10/11/2024 18:09

    domingo 10 de noviembre de 2024 | 6:00hs. Imagen ilustrativa. Antes que nada, aclaro que no creo en lo que enuncia el título, pero su objetivo no sólo es atraer la atención de los lectores, sino -y principalmente- dar pie a lo que voy a desarrollar a continuación. Hablemos de la percepción, subjetiva, y cómo actúa ante los datos objetivos, los hechos, lo que es innegable. Pero, ¿es innegable? Pues parece que no. "No hay hechos, sólo interpretaciones", dijo Nietzsche, y de eso parecen agarrarse unos cuantos, que probablemente ni lo hayan leído. "Miente, miente, que algo queda", dijo Goebbels, que aunque usó el concepto a favor de sus intereses… no lo dijo -pero sí que quedó esa mentira-. Los sentidos (que son más de cinco) reciben información que le transmiten al cerebro, de modo que alguno podrá señalar que la realidad no existe, sino que la crea nuestro cerebro. Como sea, hay algunos acuerdos básicos que parecen indicar que ciertas cosas sí son reales, no meras interpretaciones personales. Una manzana puede parecerle más dulce a usted que a mí o el brillo de su cáscara resultar más o menos atractivo, pero si usted dice que es un tomate y yo que es una pera, hay métodos técnicos con lo que podemos alcanzar una respuesta que no dependa del "me parece". Pasa lo mismo con la evaluación a los gobiernos. Los gustos personales están ahí, los datos aislados pueden dar lugar a que cualquiera lleve agua para su molino, pero qué pasa con el conjunto de la información, de qué manera analizarla para que no se preste a miradas interesadas. Esa es una de las grandes falencias de la historia económica de nuestro país. ¿Es la inflación el único condicionante? ¿Las cifras de la pobreza? ¿El crecimiento? ¿El PBI? ¿La deuda externa? ¿La cobertura de vacunas? ¿Las necesidades básicas insatisfechas? ¿El analfabetismo? Los gobiernos podrán tener distintas orientaciones ideológicas e ideas diferentes sobre qué rumbo tomar, esto es tan viejo como la democracia. Sin embargo, no se han acordado puntos centrales, requisitos mínimos que cualquier administración debe cumplir independientemente de la postura partidaria. Están la Constitución y las leyes, podrá usted argumentar. Es claro que no han bastado hasta aquí. Y por eso mismo, cualquier presidente vendrá a decir que estamos mejor porque tal o cual indicador le da favorable, ¿y quién dice que no tiene razón? Al fin y al cabo, quizá con eso solo baste. El problema será de aquel que no la ve. Vamos, que eso de verla o no verla es tan subjetivo que en un país futbolero a más no poder, los dos clubes más populares usan las combinaciones de colores más feas que se puedan encontrar (ódieme usted si quiere, pero en el fondo de su corazón sabe que estoy en lo cierto). Son estos tiempos de desinformaciones, de bombas de humo, de golpes de efecto para distraer de lo que no conviene que se discuta (aunque pasó siempre, en estos años se potenció), de burbujas que refuerzan nuestro pensamiento y no nos permiten poner a prueba aquello que sostenemos (quizá tenga usted razón, pero cómo está tan seguro, si jamás se lo cuestiona). ¿Cuántas veces se da una vuelta por los medios que no le son afines ideológicamente? ¿Cuántas veces hace el ejercicio de escuchar lo que del otro lado proponen y pasarlo por el filtro de la razón en vez de salirle al cruce para desestimarlo de plano? Puede que los equivocados sean los que no la ven. O, por el contrario, es probable que aquellos que sí la ven lo hagan impulsados por su deseo de que sea real. A lo mejor el problema sea qué miramos para decidir si la vemos o no la vemos. Necesitamos fijar indicadores que permitan evaluar a los gobernantes. Y que no sean esos mismos gobernantes quienes los fijen. Para que por fin podamos estar de acuerdo en algo. Por ejemplo, en que esta no es la mejor columna de la historia.

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