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    » Diario Cordoba

    Fecha: 10/11/2024 06:35

    Cuando oigo hablar del síndrome de Estocolmo recuerdo a Patricia Hearst, la rica heredera americana que en los años 70 fue secuestrada por un grupo terrorista llamado Ejército Simbiótico de Liberación (aunque nunca se supo con quién o qué había hecho simbiosis). Lo sorprendente fue que decidió unirse a la banda y participar en sus atracos a bancos. Para dar fe de ello posó en una foto abrazada a un rifle que dio la vuelta al mundo. Tras su detención, la defensa sostuvo que su extraña conducta derivaba de padecer dicho síndrome, pero el juez la consideró responsable y fue condenada a 35 años de prisión, aunque no llegó a cumplir dos. Después se casó con uno de sus guardaespaldas, se hizo actriz y se dedicó a la cria de perros. Como no he conocido ningún caso de síndrome de Estocolmo, siempre he pensado, igual que la psiquiatría oficial, que si la víctima de un secuestro desarrolla un vínculo de afecto hacia el secuestrador al mismo tiempo que odia a los que quieren liberarla, nos encontramos con una forma de reaccionar frente a un trauma, no con una enfermedad en sí misma. Hasta ahora, ya que al ver los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos no consigo dejar de pensar que el síndrome de Estocolmo existe. Y no solo eso: es contagioso y puede expandirse como las pandemias. ¿Acaso el señor Trump no es un secuestrador? Pues sí: secuestra los principios fundamentales de la democracia al no garantizar los derechos humanos para todos; enarbola la libertad mientras restringe libertades; secuestra la verdad cuando siembra mentiras (unas tan delirantes como decir que la señora Clinton come niños; otras, tan dramáticas como que todo inmigrante es un violador) y al repetirlas una y otra vez calan en las mentes de los ciudadanos. Su discurso va dirigido a los blancos ricos, pero es votado también por sectores sociales desfavorecidos cuya rabia y frustración canaliza contra los que considera enemigos, los otros: mujeres feministas, negros, inmigrantes, homosexuales, universitarios, periodistas... Trump otorga a sus seguidores la identidad que les niega a los otros, les da la pertenencia a un club en el que estarán a salvo y consigue que, como las víctimas de los secuestros, vean en él a un secuestrador bondadoso y protector. De momento. El secuestrador Trump es capaz de decir una cosa y hacer la contraria. Solo así se entiende que sea un delincuente convicto por transgredir leyes inconvenientes para sus intereses o que, tras ostentar actitudes misóginas, sostenga que con él de presidente, las mujeres estarán más protegidas. Promete además hacer su país más grande (sea lo que sea eso), reducir imposiciones del estado, como los impuestos, porque ni la sanidad ni la educación públicas son necesarias, solo las mereces si las pagas, y eliminar toda protección a minorías, a la inmigración o al clima, obstáculos para el libre mercado. No continúo porque me estoy asustando, puedo entrar en crisis, traumatizarme, sufrir un síndrome de Estocolmo, enamorarme de Donald Trump y dejar de creer en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Así que he emprendido una campaña en las redes sociales para recoger firmas y enviarlas a las asociaciones internacionales de psiquiatras. Les pido que consideren el síndrome de Estocolmo como una enfermedad grave, incluso contagiosa, que afecta al intelecto de los ciudadanos y les induce a votar en contra de sí mismos, de sus intereses y de los de la sociedad. Es urgente luchar por su prevención y descubrir una vacuna. ¿Acaso quieren verme posando abrazada a un robot de cocina como símbolo de la protección de Donald? *Psiquiatra

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