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» Diario Cordoba
Fecha: 07/11/2024 11:11
Querida familia: Ignoro cuándo volveremos a vernos. Aún resuenan en mis oídos vuestras advertencias por lo que, a todas luces, fue una elección temeraria. Aunque era consciente del riesgo, me pudo la confianza que inspiraba el feliz resultado de ocasiones precedentes. Hoy, pese a estar en una ciudad extraña, exhausto y rodeado de otros muchos que han corrido la misma suerte, todavía albergo la esperanza de poder reencontrarme con vosotros antes de Navidad. Maldigo la hora en la que tomé tan infausta decisión. Nunca debí viajar en un tren de Renfe. Viajar en ferrocarril por España y salir indemne es una quimera gracias a un ministro de Transportes cuya única relación con las infraestructuras se limita a apellidarse Puente. Hasta la fecha, su mayor logro ha sido que el loro sea el ave que más rápido cruza la Península. De haber nacido ahora, la Penélope de Serrat tendría epicondilitis de tanto menear el abanico esperando sentada en un banco del andén. Si el asesinato del Orient-Express se comete en el trayecto Madrid-Sevilla, el cadáver llega a Santa Justa en estado de descomposición. Para amenizar las eternas esperas, en el hilo musical de los vagones sólo suena El Consorcio y su «chacachá» del tren. El panorama es tan desolador que la guardería de mi barrio ha trasladado el patio del recreo a las proximidades de un paso a nivel; dice su directora que es el sitio más seguro para que jueguen los niños. Estar como un tren ya no es un piropo, sino sinónimo de averiado. Algo falla cuando el único medio de transporte puntual es el Falcon del presidente. Se preguntaba Pablo Neruda si había algo más triste en el mundo que un tren inmóvil en la lluvia, claro que él no conoció la estación de Chamartín. Subir hoy a un tren es cumplir el sueño de viajar al pasado, un ejercicio de nostalgia que nos retrotrae a épocas pretéritas, el verso de Antonio Machado («El tren camina y camina/ y la máquina resuella/ y tose con tos ferina» ). La renovación de la red ferroviaria ha entrado en vía muerta, y hay quien se malicia que esto sólo mejoraría si regresasen las locomotoras de vapor. Más le valdría al ministro dejar de descarrilar en Twitter para subirse de una vez al tren de la modernidad. No es serio que se construyan vagones más grandes que los túneles, que el tren de alta velocidad (sic) a Granada circule en algunos tramos a 25 kilómetros por hora, o que quienes viajan a Barcelona lo hagan en la firme creencia de que a su llegada verán acabada la Sagrada Familia. Me resisto a normalizar que la manera más rápida de llegar a Cáceres sea en vespino. Resulta paradójico que tanto caos también tenga su contrapartida, pero no sería justo silenciar que el número de suicidios ha disminuido considerablemente, y es que ya nadie puede quitarse la vida arrojándose a las vías del tren. Ayer ayudé a mi sobrina Elisita con las tareas de matemáticas, pese a que ha demostrado apuntar a matrícula de honor. No en vano resolvió en clase el tradicional problema de los trenes, que, en esta ocasión, preguntaba dónde y en qué tiempo se encontrarían dos convoyes que arrancan a la vez y se desplazan a 80 kilómetros por hora en sentido contrario entre Castellón y Valencia. «Dudo mucho que alcancen esa velocidad, señorita» contestó brillantemente. Ante la insistencia de la profesora, aceptó responder a regañadientes: «en La Coruña... y no antes del 2027». *Abogado Suscríbete para seguir leyendo
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