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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/11/2024 16:37
Donald Trump durante un evento de la noche de las elecciones en West Palm Beach, Florida, el 6 de noviembre (Win McNamee/Getty Images) Era la madrugada del 6 de noviembre y las luces doradas del salón de baile en Mar-a-Lago daban a Donald Trump ese brillo de estatua en el centro de su propio Olimpo. Rodeado de sus asesores, familiares y benefactores, se pavoneaba ante las cámaras. A las 2:24 a.m., aún sin la confirmación final de los resultados, Trump se dirigió al público: cientos de simpatizantes ondeaban banderas, mostraban camisetas de “Make America Great Again” y se entregaban al clamor de victoria. “Hemos logrado la cosa política más increíble de la historia”, soltó Trump, saboreando la frase. La multitud estalló en aplausos, y él asintió, complacido. Para muchos, esa noche no solo representaba el regreso de un hombre, sino el regreso de una causa. La mitad de Estados Unidos estaba decidida a que “su presidente” volviera, mientras la otra temía lo que vendría en el segundo acto de un mandato que ya había dejado profundas cicatrices en el tejido democrático del país. Elon Musk, CEO de Tesla y propietario de X, habla mientras Donald Trump observa(REUTERS/Carlos Barria) Desde su lanzamiento en 2023, la campaña de Trump 2024 se centró en una estrategia simple y brutal, que los asesores resumían en cuatro palabras: “Max out the men and hold the women” (Maximizar a los hombres y contener a las mujeres). Así, mientras millones de estadounidenses recuperaban el ritmo perdido tras la pandemia y enfrentaban precios en alza, Trump insistió en dos temas clave: economía e inmigración. Eran dos banderas que calaban en un electorado masculino de clase trabajadora, menos interesado en los valores progresistas y más en un retorno a la seguridad económica. “El caos, el aborto, la política de la primera presidencia… Eso quedó en el pasado,” decía Chris LaCivita, uno de los estrategas de la campaña. “Lo que queríamos es que nadie dejara de pensar que era un riesgo votar por Trump. Nuestra meta: no asustarlos, sino hacer que votaran con fuerza.” La atención se desvió de las controversias de su primer mandato: los desafíos a la democracia, las prohibiciones de aborto que Trump facilitó en la Suprema Corte, el asalto al Capitolio que todavía ardía en la memoria. Trump, a sus 78 años, optó por esquivar esos temas y enfocarse en lo que, según su equipo, tocaba a los votantes en el corazón: la economía que prometía devolverles. “Maximizar a los hombres”. Esa era la clave, repetía el equipo en reuniones cerradas, discutiendo tácticas y cifras de encuestas. En abril de 2023, tras reunirse con su amigo Dana White, CEO de la UFC, Trump se convenció de que debía centrarse en atraer a votantes jóvenes, apáticos, ajenos al juego político tradicional. Para ellos, diseñó una campaña de medios no convencionales. Influencers de los podcasts masculinos como Logan Paul, Joe Rogan y Theo Von pasaron a ser figuras clave en su narrativa. Trump apareció en sus programas y sus números volaron: millones de vistas, virales al instante, con mensajes sin filtros y directos. De alguna manera, su campaña se tornó en un espectáculo mediático donde se mostraba a Trump en su máxima autenticidad, lejos de los formatos tradicionales que se veían dominados por las “elites liberales”, como los llamaba su equipo. La estrategia funcionó. Latinos y afroamericanos, dos sectores tradicionalmente demócratas, respondieron con inesperado entusiasmo en estados clave. Hombres latinos en Pensilvania saltaron de un 27% a un 42% de respaldo; en Georgia, un grupo pequeño pero contundente de votantes afroamericanos impulsó sus números, desmoronando las expectativas demócratas. “Los hombres nos costaron la elección pasada. No íbamos a repetirlo”, decía un alto mando de la campaña. Los números finales lo confirmaron: entre votantes primerizos, Trump alcanzó el 54% y demostró que su apuesta había tocado fibras reales en jóvenes que nunca habían sido atraídos por la política. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la candidata presidencial demócrata y vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris (REUTERS/Kevin Lamarque) La llegada de Kamala Harris a la contienda, reemplazando al envejecido Biden en julio, sacudió a la campaña republicana. Harris no solo despertaba entusiasmo entre las bases demócratas, sino que era un desafío visible para los estrategas de Trump. “Este es el peligro,” dijo Susie Wiles, la arquitecta de la campaña, a su equipo. A diferencia de Biden, quien representaba la continuidad, Harris podía adoptar la imagen de cambio. Trump y su equipo ajustaron la retórica para enfrentar a la primera presidenta afroamericana y asiático-americana, a quien buscaron conectar con las políticas de inmigración y la crisis en la frontera. Sin embargo, la campaña de Harris también se tornó en un arma para Trump, quien intensificó los discursos que vinculaban a la ex vicepresidenta con la gestión de Biden en el tema de inmigración, mientras intentaba pintar sus propias políticas de deportación y “control de la frontera” como la solución definitiva a la crisis. El candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, y su compañero de fórmula, el senador de Ohio J.D. Vance (AP Foto/Evan Vucci) El mismo Trump, desafiante y seguro de su victoria, mantuvo la estrategia de mostrarse ante los medios no convencionales, negándose a responder a Harris en plataformas mediáticas tradicionales y siguiendo en cambio la narrativa en podcasts y redes afines. Para muchos en el salón de Mar-a-Lago, la victoria representaba la culminación de un retorno triunfal; para otros, era una advertencia de cuatro años de conflicto. Estados Unidos estaba más dividido que nunca. Las redes sociales, dominadas por figuras como Elon Musk, impulsaban teorías de conspiración sobre un sistema que “buscaba manipular” la voluntad popular. La narrativa de Trump, en la que él y sus seguidores eran víctimas de un complot del sistema, se transformaba en una ideología peligrosa, legitimada por su retorno al poder. Para sus votantes fieles, la visión de Trump era la esperanza de una Estados Unidos “recuperada”; para sus críticos, un paso a la autocracia. En ese salón en Mar-a-Lago, el hombre que había destrozado normas políticas en su primer mandato ya preparaba la maquinaria para instalar sus ideas: deportaciones masivas, cierre de fronteras, control absoluto de la burocracia y una reforma para reinstalar su autoridad por encima de cualquier freno institucional. Anoche, cuando sus allegados lo vitoreaban, el mundo veía a un hombre que estaba por asumir el poder con una convicción de hierro, sabiendo que, aunque medio país lo odiara, la otra mitad estaba dispuesta a seguirlo hasta el final.
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