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» Diario Cordoba
Fecha: 06/11/2024 07:38
Córdoba, atrapada en los márgenes de un informe reciente del INE, revela hoy una imagen desgarradora: una ciudad donde la pobreza se ha arraigado con la firmeza de quien no encuentra otro refugio. Barrios como Guadalquivir, Las Palmeras y el Sector Sur se erigen como testigos mudos de un declive que se palpa en el ambiente, donde la renta media apenas se sostiene, comparable a la de las zonas más desfavorecidas del país, y que dibuja un panorama en el que la miseria es más que una circunstancia, es casi un destino. Estos vecindarios, inscritos en una crónica de sueños truncados, revelan un desamparo no solo material, sino también espiritual. Mientras ciudades en otras latitudes encuentran renovación en la diversidad y el movimiento migratorio, aquí la presencia extranjera se ha reducido a una brizna fugaz. Zonas como Cañero, Arruzafilla o El Higuerón apenas cuentan con un 1% de residentes inmigrantes, como si un muro invisible los alejara de la posibilidad de integración y convivencia. En esta Córdoba, el inmigrante es una figura fantasmagórica, una presencia apenas susurrada, alejada de la vitalidad que en otros lugares revitaliza las urbes con nuevas culturas y energías. Otros artículos de Francisco Dancausa Paso a paso Sombras sagradas Paso a paso Desamparo sanitario Paso a paso Alas rotas El desempleo en nuestra urbe alcanza un dramático 21,1%, un número que se inscribe como una herida en la piel de una ciudad que se desvanece en la sombra de su propia carencia de oportunidades. Como los pueblos industriales que antaño prosperaron y hoy solo recuerdan el eco de lo que alguna vez tuvieron, Córdoba parece condenada a un ciclo de abandono. Las cifras económicas, tan duras como frías, nos devuelven una realidad que parece inmutable: la ausencia de un horizonte claro, el desgaste de la economía local y el desencanto de sus habitantes, cada vez más distantes de cualquier esperanza. El Proyecto Europeo Urban Audit, con su mirada objetiva y estadística, confirma un panorama que, de tan sombrío, se vuelve asfixiante: Córdoba, incapaz de sobreponerse a los embates de un sistema que prioriza la «homogeneidad» y renuncia a la diversidad, se encuentra atrapada en una rutina inerte. Sin la posibilidad de ideas nuevas ni de sangre fresca, la ciudad se asemeja al capitán Ahab, obsesionada con una estructura que, lejos de fortalecerla, la va desmoronando. Quizás en el fondo de esta tragedia resida la incapacidad de Córdoba para aceptar el cambio, un letargo del que parece no querer despertar. Y es que Córdoba enfrenta una especie de «náusea», como la descrita por Sartre, una repulsión ante su propia parálisis y una pérdida de sentido que sus habitantes solo observan con resignación. Es, pues, un tedio sofocante, un absurdo cotidiano que, como en El extranjero de Camus, enfrenta la desidia de una vida atrapada en una rutina sin horizonte ni renovación posible. Córdoba nos habla, con su desmoronamiento silencioso, de una crisis mayor: un modelo de desarrollo que, al evitar confrontar los problemas en su raíz, condena a la ciudad a un progresivo olvido de sí misma. *Mediador y escritor Suscríbete para seguir leyendo
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