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» Comercio y Justicia
Fecha: 04/11/2024 10:53
Por Luis R. Carranza Torres Desde que existe Estado, existen los impuestos. Tonia Sharlach, en su obra Provincial Taxation and the Ur III State, un desarrollo de su tesis doctoral sobre impuestos babilónicos, expresa que una de las particularidades de los sistemas impositivos de las ciudades de la antigua Mesopotamia, por no acuñarse moneda, era que los impuestos debían satisfacerse en especie, a lo largo del año. Existían tanto impuestos de capitación que obligaban a que cada hombre entregara una vaca o una oveja a las autoridades, como respecto de los comerciantes que transportaban mercancías de una región, lo que hoy denominaríamos peajes, tasas y otros impuestos. Por tal causa, no es raro hallar en el poco menos de un millón de tablillas cuneiformes que sobreviven actualmente en museos, informaciones referidas a los impuestos. En una de ellas, escrita alrededor del año 1900 a. C. puede leerse: “El hijo de Irra envió mercancías de contrabando a Pushuken, pero sus mercancías de contrabando fueron interceptadas. ¡Entonces el palacio metió a Pushuken en la cárcel! Los guardias son fuertes… ¡por favor, no contrabandeéis nada más!” Se trata de carta de un comerciante en la sede principal de negocios dando instrucciones a un empleado, reveladora por demás respecto de los mecanismos de control y castigo en materia fiscal de la época. Pero no solo se trataba de obligaciones de dar. La principal imposición en la materia, era una obligación de hacer, denominada “ir” o “carga” en las lenguas babilónicas. En virtud de ella, cada hombre libre, cabeza de familia, debía trabajar por un lapso de varios meses a órdenes al gobierno, cosechando los campos de cebada del gobierno o extrayendo el cieno de los canales para mantenerlos operativos, entre otras tareas. De hecho, lo que luego se estableció como la obligación del servicio militar, parte de este peculiar impuesto. No se trataba de algo personalísimo, por lo que podía enviarse un esclavo o pagar a otro para que lo cumpliera en su nombre. Pero, aun así, al parecer, los intentos de evadirlo eran lo suficientemente importantes como para que la ley Nº 30 del Código de Hammurabi penalizara con la pérdida de la tierra a los soldados o marinos que dejaban “su campo, huerto o casa debido a la obligación de trabajar y huyen”. David Silverman, una referencia en cuanto a la egiptología, ha tratado el tema en sus libros. De ellos destacamos Au coeur de L’Egypte Ancienne y El Antiguo Egipto: historia, religión, arte, ciencia y mitología. Textos administrativos, literarios, cartas y hasta escenas en las tumbas han brindado material respecto al sistema impositivo en tal civilización. La forma de tributación más antigua la hallamos en la primera dinastía del Imperio Antiguo (3000-2800 a. C.). Se trataba de un acontecimiento bienal denominado el “Seguimiento de Horus”. José Miguel Parra en su artículo “El pago de los impuestos en el antiguo Egipto” expresa al respecto: “Al principio era el propio rey el encargado de realizar la recaudación o, cuando menos, de propiciarla con su presencia. Junto a su corte se embarcaba en una flotilla con la cual recorría el valle del Nilo para trasladar su residencia desde Abydos, en el sur del país, a Menfis, en el norte, y viceversa (…) Las dificultades del viaje se reflejan en el hecho de que, al principio, se hacía solo cada dos años”. Una parte esencial de dicho viaje era que: “Aprovechando la presencia del soberano, los encargados de llenar las arcas del Tesoro -integrados en un departamento que existía al menos desde la dinastía I- organizaban en cada localidad ceremonias de recaudación, denominadas ‘el recuento del ganado’. Su relevancia era tal que se llevaba la cuenta para cada reinado y servían de referencia cronológica. Pero durante el Reino Antiguo la corte se sedentarizó y la recaudación fue tomando carácter anual, a la vez que dejaba de estar vinculada al viaje periódico del faraón por el Nilo”. En Las instrucciones de Amenemope, texto de un escriba elaborado hacia finales de la dinastía XIX, en el siglo XII a.C. se enumeran entre los cometidos del agrimensor jefe, además de controlar las medidas de los granos, fijar las cuotas de la cosecha para su señor, registrar las islas de tierra nueva, así como determinar las marcas de los límites de los campos “en el gran nombre de Su Majestad”, que también era quien “actúa para el rey en su enumeración de los impuestos, quien hace el registro de tierra de Egipto”. Los historiadores son concordes en que los antiguos egipcios tenían que lidiar de ordinario con fuertes impuestos anuales que incluían gravámenes sobre el ganado, el grano y el pago en varios tipos de trabajo personal. Eso sin contar los impuestos creados para determinados eventos por el faraón como una campaña militar o trabajar en las tumbas reales. Sally Kadary en el tercer volumen de la obra colectiva Taxation, se refiere a una carta durante el Imperio Nuevo, en que un sacerdote protestaba por considerar excesivo el impuesto que se le exigía, expresando enfático: “¡No es el impuesto que me corresponde en absoluto!” Tal vez estemos ante uno de los primeros recursos impugnativos en lo fiscal documentados de la historia. No obstante, existían “refugios fiscales”, cartas reales que dispensaban de pagar los impuestos, al menos desde la cuarta dinastía del Imperio Antiguo (2625-2500 a. C.). Por lo general se trataba de personas o propiedades relacionadas a los templos. También la Antigua Grecia y Roma harían su aporte a los sistemas de imposición, pero esa es ya otra parte de la historia.
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