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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/11/2024 08:59
Cacho Castaña junto a Cacho Fontana, Susana Giménez, Adriana Varela, Palito Ortega y Marina Rosenthal en Café La Humedad Se llamaba El Progreso. Y era un diminuto bar que quedaba en la esquina de Gaona y Boyacá, en el barrio de Flores. Sin embargo, para el pequeño Humberto Vicente Castagna, el hijo del zapatero, era un lugar enorme. No tenía edad para estar ahí. Sin embargo, con su grupo de amigos, solían citarse en ese lugar al que llamaban “el café de la humedad”, por la gran cantidad de moho que decoraba sus paredes. Allí jugaban al billar y pasaban noches enteras escuchando las conversaciones de los adultos, de los que aprendieron “los códigos de la calle”. El tiempo pasó. Y aquel niño que se consagró como uno de los mayores cantantes y compositores de la Argentina bajo el nombre artístico de Cacho Castaña, decidió plasmar sus recuerdos sobre ese antro, al que definía como una “escuela” de la vida, en un tango: Café la Humedad. Pero claro, la pluma del poeta había agigantado demasiado ese sitio. De manera que, cuando en sus últimos años se decidió a comprarlo para abrir allí su propio reducto porteño, se dio cuenta de que no iba a poder albergar a los muchos amigos que había cosechado a lo largo de su vida. Y decidió abrir un nuevo local en la calle Carlos Calvo al 2500, que se convirtió en su segundo hogar y que, tras su fallecimiento hace cinco años, sigue manejado por su última esposa, Marina Rosenthal. “El café abrió en 2016. Era un sueño de Cacho de toda la vida y lo pudo lograr. Lo vivió tres años. Y venía siempre. Yo le decía que el lugar tenía que trascender a su presencia física, porque muchas veces se afligía cuando no podíamos venir porque tenía fiebre y se sentía mal. O, en el último tiempo, porque estaba cansado. Pero él decía: ‘Tengo que ir porque, si no, no va a ir gente’. Y claro, había muchos que venían a verlo a él”, relata la mujer en diálogo con Infobae. Por eso, cuando el cantante murió el 15 de octubre de 2019, Marina temió no poder seguir adelante con el local. Pero Castaña seguía presente desde otro plano. “Él falleció, yo abrí el café el 15 de noviembre para un homenaje, después estuvo cerrado por las fiestas y, enseguida, vino la pandemia. Ahí fue cuando empecé a manejar fuerte las redes sociales, como para mantenerlo vivo. Quería que la gente no se olvidara de que el lugar existía. Así que empecé a subir material que quizá no se había visto, con lo que nos empezaron a subir mucho los seguidores. También hicimos recitales gratuitos de manera virtual. Y, cuando nos dejaron abrir con un aforo del 30%, hubo muy buena respuesta de la gente. Sobre todo, de la gente grande que estaba ansiosa por salir. Ahora, por suerte, está funcionando muy bien. Porque, además, estoy acompañada por un equipo que trabajaba con Cacho y que ya es como una familia”, cuenta la mujer. La prensa apostada frente al Café la Humead el día del casamiento de Cacho y Marina (Télam) La memoria de Cacho Castaña ¿Qué siente ella al estar en un lugar que conserva tan vigente la esencia de Cacho? “Al principio me costaba un poco, porque cada vez que pasábamos un video de él lagrimeaba. Yo no quería llorar delante de la gente, pero no podía evitarlo. Porque, además, venían a hablarme y me hacían emocionar con sus comentarios. Pero después, con toda la rutina del laburo que requiere que esté muy activa, produciendo, buscando artistas, preparando las mesas y todo lo demás, me fui sintiendo mejor. Y llegué a ese momento en el que, cuando me acuerdo de él, me pongo bien. Me da felicidad. Y me hace reír mucho escucharlo con sus ocurrencias en algún material viejo”, explica Rosenthal. Claro que, en estas circunstancias, a Marina no le resultó nada fácil elaborar el duelo tras 7 años de relación y 3 de matrimonio. Y necesitó recurrir a profesionales para poder salir adelante. “Al principio pensé que lo había resuelto, hasta que un día me cayó un camión en la cabeza y me di cuenta que estaba empezando el duelo tarde. Esto fue como a los dos años de su muerte. Arranqué con problemas de ansiedad, ataques de pánico y tuve una neuritis vestibular, que me hacía perder el equilibrio. Entonces, el psicólogo me dijo que el cuerpo me estaba pasando factura. Y empecé a delegar un poco de trabajo. Pero, fundamentalmente, me cayó la ficha de que Cacho ya no estaba y empecé a tener sesiones en las que lloraba como el primer día”, confiesa mientras recorre con la vista todos los recuerdos de Castaña que decoran el lugar. ¿Cómo comenzó el proyecto? “Cuando Cacho quiso poner el café, lo primero que hicimos fue ir a Gaona y Boyacá. El bar ya no existía, lo que había era un almacén. ¡Pero era mínimo! Yo le dije que no iba a poder entrar nadie ahí, porque era muy chiquito el lugar y solo iba a poder meter diez mesitas. Pero él estaba obsesionado. Contaba que le había puesto ‘café la humedad’ por la humedad que había en las paredes. Decía que caía agua, directamente, y que los baños eran terribles. De hecho, no entraban mujeres porque era imposible que estuvieran ahí”, recuerda Rosenthal. Y agrega la mujer: “Ahí Cacho vivió una época muy bohemia de Buenos Aires, como la describió en sus canciones. Siempre decía que en el café tenías a un médico, un chorro, un asesino, un filósofo, un artista...Como que ahí podían convivir todos porque había otros códigos. Él era un vago que, como un grupito de amigos todos menores que no tenían permitido estar ahí, se metían igual para jugar al billar. Y los dejaban. Pero me contó que un día había prendido un cigarrillo y que un señor le había pegado un cachetazo que lo voló por el aire. No lo dejó fumar porque era muy chico. Suena mal, pero en realidad para esa época lo estaba cuidando”. Marina y Castaña en el último cumpleaños del cantante ¿Cómo llegó a montar el café en el barrio de San Cristóbal? “Cuando Cacho se convenció de que en el viejo bar era imposible armar nada, empezamos a buscar otro lugar. Y llegamos a éste que en un momento había sido la Casa de Aníbal Troilo y, después, había funcionado como whiskería. Las dimensiones daban aunque, obviamente, tuvimos que remodelarlo mucho. Pero él dijo: ‘Es este’. Y acá nos quedamos. Alguna gente me dice que habría que mudarlo, porque ya nos está quedando chico. Es que, por suerte, nos está yendo muy bien. Pero hay algo que tiene que ver con que Cacho estuvo acá. Y me cuesta pensar en llevar todo esto a otro lado”, relata Marina. Cacho amaba tanto ese lugar, lleno de mística, que hasta le había propuesto armar un departamento arriba para no tener que moverse de allí. “Desde que abrió el local, todos sus cumpleaños fueron en el café. ¡Hasta nuestro casamiento lo festejamos acá!. Así que tengo los mejores recuerdos de él en este lugar. Se sentaba en su rincón, cantaba, miraba a los artistas que venían a actuar y era feliz. Por acá pasaron Dyango, Nacha Guevara, Marilina Ross, Sandra Mihanovich, Palito Ortega, la Gata Varela, Raúl Lavié, Jaf, Memphis, Ráfaga y tantos más, que sería imposible nombrarlos a todos”, cuenta Rosenthal. Por su parte, Marina asegura que no siente como un peso el hecho de tener que seguir adelante con el sueño de Castaña. “Yo lo vivo con felicidad. Me encanta. Aunque muchas veces me planteo a quién le voy a dejar esto cuando yo esté grande. Mientras yo esté con vida y tenga fuerza, me voy a quedar acá y me voy a hacer cargo. Pero Cacho armó esto para la gente, así que alguien va a tener que seguir adelante con esto después”, concluye Marina.
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