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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/11/2024 05:28
La tumba de Tutankamón, identificada por inscripciones jeroglíficas en una puerta sellada, era la primera que se hallaba casi intacta. En la foto se ve el sarcófago y el ataúd de oro macizo que alojaba la momia del faraón (Créditos: Biblioteca Nacional de España) A finales de noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter y su patrocinador, el noble inglés Lord Carnarvon, contemplaron por primera vez el interior de una cámara funeraria que había permanecido cerrada por más de 3.300 años en el Valle de los Reyes de Egipto, en Luxor. La espera había sido larga y costosa para ambos, pero el esfuerzo culminó en un descubrimiento que deslumbraría al mundo entero. Al mirar a través de un pequeño agujero en la piedra, Carter declaró ver “cosas maravillosas”: miles de objetos mostraban una visión del antiguo Egipto que nadie de su época había imaginado. Con esto, el arqueólogo y su equipo se encontraban frente a uno de los tesoros arqueológicos más extraordinarios del siglo XX. La tumba del rey Tutankamón (ca. 1341 - a.C. 1323 a.C.), identificada por inscripciones jeroglíficas en una puerta sellada, era la primera tumba faraónica que se hallaba casi intacta. Durante la exploración inicial de las cámaras, Carter y su equipo descubrieron una colección extensa de objetos funerarios: cofres, tronos, altares, divanes, estatuillas de oro y plata, suntuosas vestiduras y utensilios ceremoniales, muchos de ellos en perfecto estado de conservación. Se sumana un manto de piel de leopardo, cuatro tableros de juego, seis carros, 30 jarras de vino y 46 arcos. Estos elementos, destinados a acompañar al faraón en el más allá, incluían tanto artículos personales como armas y vehículos de guerra, que revelaron aspectos desconocidos de su vida cotidiana y rituales. Entre los ítem más deslumbrantes del faraón de 18 años figura la máscara mortuoria, que supera los seis kilos de oro. Los trabajos de clasificación se extendieron por años, ya que se trataba de más de 5.000 piezas únicas. La excavación no estuvo exenta de conflictos, especialmente debido al creciente sentimiento nacionalista en Egipto, que veía en este hallazgo un tesoro cultural que debía permanecer en el país. El patrimonio egipcio ya había sido expoliado en el siglo XIX, cuando se convirtió en el epicentro de una intensa actividad arqueológica y comercial, impulsada por la demanda europea de antigüedades egipcias. Dos figuras destacadas en este contexto fueron Bernardino Drovetti y Henry Salt, cónsules de Francia e Inglaterra respectivamente, quienes lideraron una competencia encubierta para hacerse de las piezas más valiosas del Egipto faraónico. Ambos emplearon agentes que, con permisos oficiales del sultán otomano, recorrían el país en busca de tesoros para enriquecer las colecciones de sus naciones. Momento en que Howard Carter rompe el sello de acceso a la cámara sepulcral de Tutankamón, en Mundo Gráfico. (Créditos: Biblioteca Nacional de España) La fiebre por las antigüedades egipcias tuvo su origen en la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798. Acompañado por un grupo de 160 científicos, no imaginó que sus investigaciones, publicadas a partir de 1809 en la obra monumental “La descripción de Egipto”, desataría un gran interés por el antiguo Egipto en toda Europa. Esta obra, ilustrada con más de tres mil grabados - unos 2000 artistas intervinieron en su creación-, capturó la atención de coleccionistas y académicos por igual. Este entusiasmo también provocó uno de los mayores saqueos arqueológicos de la historia. Durante la primera mitad del siglo XIX, numerosos exploradores europeos, que actuaban como arqueólogos y traficantes, fueron en busca de un botín. Bajo la mirada permisiva de los bajás y otras autoridades locales, estos aventureros acumularon cuantiosos artefactos que hoy se exhiben en los principales museos europeos. Una página del libro "La descripción de Egipto" El hallazgo extraordinario El descubrimiento de la tumba de Tutankamón fue, en gran medida, el resultado de una intensa perseverancia. Howard Carter, llevaba una década excavando en el Valle de los Reyes y no era ajeno a los desafíos de la búsqueda de tesoros en un lugar tan antiguo y saqueado. Desde 1907, el arqueólogo británico trabajaba junto al noble británico Lord Carnarvon, quien financiaba las excavaciones en las tierras bañadas por el Nilo. No obstante, Carnarvon empezó a dudar de que su inversión rindiera frutos. En 1922, cuando Carter ya llevaba cinco años excavando en el valle sin resultados significativos, Carnarvon lo presionó para dar por terminado el trabajo. Le había concedido una última temporada de trabajo en el otoño de ese año. Su última oportunidad. El 4 de noviembre de 1922, Carter y su equipo llevaron a cabo un descubrimiento increíble con un golpe de suerte. Un miembro de su equipo, un aguatero, tropezó accidentalmente con una piedra que resultó ser el primer escalón de una antigua escalinata. Intrigado, Carter ordenó excavar con rapidez y, poco a poco, el equipo desenterró una serie de escalones descendentes que llevaban a una puerta sellada con inscripciones en jeroglíficos. Estos sellos indicaban que se trataba de una tumba real, y Carter comprendió que estaba ante el hallazgo de su vida. Un acontecimiento histórico. De cada tira de lino que envolvía a la momia encontraron dentro tesoros, talismanes, joyas del faraón (Créditos: Biblioteca Nacional de España) A pesar de la ansiedad, Carter decidió detenerse antes de abrir la tumba. Sabía que debía esperar la llegada de Lord Carnarvon, quien estaba en Inglaterra y querría ser testigo de la apertura. Así que ordenó cubrir nuevamente los escalones y envió un telegrama urgente a su mecenas, notificando sobre el hallazgo. La espera duró casi tres semanas, seguramente eternas para el arqueólogo. Carnarvon llegó finalmente a Egipto el 23 de noviembre, acompañado por su hija Evelyn Herbert. Al día siguiente, Carter y Carnarvon volvieron a destapar la escalinata y examinaron juntos el umbral de la tumba. El 26 de noviembre, Carter hizo una pequeña abertura en la puerta de la tumba y, con una vela, se asomó para ver el interior. Cuando Carnarvon le preguntó si veía algo, Carter respondió con la frase que pasaría a la historia: “Sí, veo cosas maravillosas”. Dentro, el arqueólogo divisó una asombrosa colección de objetos que brillaban con el reflejo de la luz: cofres, estatuas, muebles dorados y otros objetos destinados al uso del joven faraón en su viaje al más allá. Al día siguiente, tras obtener la aprobación de un inspector egipcio, Carter y su equipo ingresaron por primera vez en la cámara ante funeraria y comenzaron a catalogar el valioso tesoro. Lo que encontraron desbordaba cualquier expectativa: un total de cuatro cámaras llenas de artículos de lujo, como carros de combate, armas, vestidos, tronos y adornos, muchos de ellos en perfecto estado de conservación. La tumba, sellada desde hacía 3.300 años, contenía casi 5.400 objetos destinados a Tutankamón, el joven faraón cuyo papel histórico había pasado hasta entonces inadvertido. Durante su breve reinado, que comenzó cuando tenía apenas nueve años, Egipto se encontraba en un estado de caos religioso. Este desorden fue provocado por su padre, Akenatón, quien había intentado reemplazar el tradicional politeísmo egipcio con una religión monoteísta centrada en el dios Atón. El reinado de “Tut” fue significativo por la restauración de las antiguas prácticas religiosas. Esta restauración fue en gran parte orquestada por un consejero real llamado Ay, quien habría manejado al joven rey como una marioneta para revertir las reformas religiosas de sy oadre y reinstaurar el culto a los dioses tradicionales y sus templos. Tesoros ocultos entre las vendas de la momia Uno de los momentos más fascinantes y minuciosos en la exploración de la tumba de Tutankamón fue la revelación de los tesoros escondidos entre las capas de lino que envolvían su momia. Tras años de excavación y catalogación de los objetos hallados en las cámaras funerarias, Howard Carter y su equipo se enfrentaron al último desafío: desenrollar las vendas que cubrían al faraón, proceso que comenzó en 1925. Con sumo cuidado, los arqueólogos y médicos procedieron a retirar las capas de lino que habían sido colocadas en ceremonias de embalsamamiento para proteger el cuerpo en su viaje al más allá. A medida que retiraban cada capa, Carter y sus colaboradores descubrieron una impresionante variedad de joyas y amuletos cuidadosamente dispuestos entre las vendas. Un total de 143 piezas estaban escondidas junto al cuerpo del faraón. Entre ellas, destacaban diademas de oro, collares intrincados, brazaletes de diversos metales y piedras preciosas, y una serie de amuletos y talismanes, todos con un profundo significado simbólico y religioso en el antiguo Egipto. Estos objetos, además de embellecer al difunto, se creía que poseían poderes protectores y mágicos que ayudarían al faraón en su vida eterna. El sarcófago faraónTutankamón se exhibe en su tumba renovada en el Valle de los Reyes en Luxor, Egipto, el 31 de enero de 2019 (REUTERS/Mohamed Abd El Ghany) Algunos de los hallazgos más notables incluían la diadema real, que adornaba la cabeza de Tutankamón y estaba hecha de oro, lapislázuli y otras piedras preciosas. Este símbolo de realeza lo identificaba como faraón incluso en la muerte. Asimismo, los arqueólogos descubrieron dos dagas, una de ellas de hierro y la otra de oro, colocadas en la cintura del faraón. La daga de hierro, forjada con un material raro para la época y decorada con intrincados motivos, es particularmente famosa por su composición, ya que estudios recientes sugirieron que este hierro pudo provenir de un meteorito. La tarea de documentar y extraer estos objetos fue monumental y duró casi una década. La obsesiva dedicación de Carter al proceso de preservación y catalogación convirtió el descubrimiento de Tutankamón en el tesoro arqueológico mejor conservado de la historia egipcia. La dificultosa difusión mediática La magnitud del descubrimiento despertó interés en todo el mundo, pero el acceso a los detalles fue limitado desde el inicio. Lord Carnarvon vendió la exclusiva de la cobertura a The Times de Londres, en un intento de recuperar parte de la inversión económica destinada a la excavación. Esto significó que los demás medios de comunicación recibieron información con mucha demora, teniendo que recurrir en muchos casos a dibujos para ilustrar sus noticias. Luego del hallazgo se desató la Egiptomanía: turistas en sus automóviles junto a la esfinge y la gran pirámide El descubrimiento fue tan extraordinario que dio lugar a una fiebre por el antiguo Egipto en gran parte del mundo. Surgió en Europa y América una moda inspirada en los símbolos y vestimentas egipcias. En España, revistas y periódicos reflejaron esta “egiptomanía” en artículos, reportajes e incluso en diseños de moda y accesorios inspirados en el joven faraón. La popularización de la egiptología entre el público general impulsó también el turismo hacia Egipto, que vivió un auge de visitantes curiosos por ver de cerca los escenarios de tantos hallazgos impresionantes. En España, revistas y periódicos reflejaron la “egiptomanía” en artículos, reportajes e incluso en diseños de moda La maldición de Tutankamón: mito y realidad Poco después del descubrimiento de la tumba, la muerte de Lord Carnarvon en abril de 1923 desató rumores sobre una supuesta “maldición” que recaería sobre aquellos que habían osado perturbar el descanso del faraón. El aristócrata falleció debido a una infección provocada por la picadura de un mosquito, que se agravó con una septicemia. La noticia se expandió rápidamente, y varios medios sensacionalistas publicaron teorías sobre una “venganza de Tutankamón”. Se llegó a afirmar que una inscripción dentro de la tumba advertía sobre esta maldición, aunque nunca se encontró ninguna prueba de su existencia. La idea de una maldición fue amplificada por figuras destacadas como Sir Arthur Conan Doyle, el famoso autor de Sherlock Holmes, quien defendió en sus escritos la hipótesis de una retribución sobrenatural que perseguía a quienes hubieran “profanado” la tumba. Su visión fue apoyada también por la novelista Marie Corelli, quien publicó una teoría en la que sugería que ciertos venenos egipcios antiguos podrían haber sido colocados en la tumba para castigar a sus intrusos. Las muertes de otros miembros del equipo, como el medio hermano de Carnarvon y el arqueólogo Arthur Mace, reforzaron la narrativa de la maldición. Aunque la mayoría de estas muertes pueden explicarse por causas naturales, la leyenda de la maldición de Tutankamón se mantiene viva hasta estos días. Sospechas de saqueo y controversias arqueológicas A medida que avanzaba el proceso de catalogación de los objetos encontrados en la tumba, surgieron sospechas sobre el posible robo de algunas piezas. En 1934, el filólogo y miembro del equipo Alan Gardiner, que fue contratado para traducir los jeroglíficos envió a Howard Carter una carta en la que lo acusaba de haberle regalado un amuleto originario de la tumba, lo que sugería que el arqueólogo había sacado del recinto objetos sin permiso. Esta controversia, que afectó gravemente la reputación de Carter, fue silenciada durante su vida, aunque los rumores continuaron circulando en el ámbito de la arqueología británica. Décadas más tarde, en octubre de 2022, el egiptólogo estadounidense Bob Brier publicó una serie de cartas en su libro Tutankhamun and the Tomb that Changed the World, en las que daba a conocer nuevas pruebas de estas acusaciones. Según Brier, tanto las autoridades egipcias como los arqueólogos de la época sospechaban que Carter y algunos de sus colaboradores habían entrado en la tumba antes de la apertura oficial y extraído elementos sin registrarlos. El libro detalla cómo Carter regaló a su amigo Sir Bruce Ingram objetos procedentes de la tumba, lo que alimentó aún más las teorías de saqueo. Carter vivió sus últimos años en soledad y murió en 1939, a los 64 años, sin haber recibido un reconocimiento oficial por parte del gobierno británico, algo que él consideraba una de las grandes decepciones de su vida. Irónicamente, la “maldición” asociada a su nombre y las polémicas en torno suyo no hicieron más que aumentar la fama de Tutankamón a nivel mundial. En las creencias del antiguo Egipto, la preservación de un nombre y su repetición constante garantizaban la vida eterna del espíritu. Así, un siglo después de su descubrimiento, el nombre de Tutankamón continúa vivo, repetido y recordado como uno de los símbolos más duraderos de la cultura faraónica.
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