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  • Infobae a bordo del Solidaire: la amenaza libia, el entrenamiento de los rescatistas y la peor cara de la crisis migratoria

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/11/2024 04:45

    Manu y Claire, dos rescatistas, en medio del Mediterráneo Día Cuatro. Acabamos de entrar en la zona SAR, lo cual significa que se terminaron los entrenamientos. Hasta hoy había varias prácticas por día, la puesta a punto del equipo para cuando llegue el momento de rescate, pero ya no hay tiempo para simulacros. A partir de este momento la agenda del barco incluye a dos personas del equipo de rescate en guardia permanente. El resto debe intentar descansar porque una vez que comienza un operativo nadie sabe cuántas horas puede durar. Los que están de guardia suben al puente de comando y miran el mar a través de los binoculares. Tienen que buscar en el firmamento alguna cosa extraña, una luz que se refleje, algo que el radar no capte. La zona SAR en la zona de búsqueda y rescate (Search And Rescue). Nosotros estamos en la SAR1, muy cerca de las costas de Libia y Túnez, desde donde salen las barcazas. El primer rescate del Solidaire, el buque de la ONG de Enrique Piñeyro, sucedió el 13 de octubre del 2024 en la SAR1. Fue en respuesta a un Mayday Riley –llamada de socorro– que llegó a través de la radio de parte del Eagle 3, un avión de Frontex (la agencia de la Unión Europea para la gestión de fronteras). Inmediatamente se respondió a la emergencia y el buque se dirigió a la zona, donde rescataron a 41 personas que ya están a salvo en Italia. No todas las alertas sin embargo llegan a través de la radio. Muchas veces el grito de socorro llega por escrito y a través de un mail. Bastará un día para aprenderlo: un mail a bordo puede cambiarlo todo en segundos. Pero antes, es hora de narrar cómo fue que me volví parte del Mare 2. Un entrenamiento de rescate: en todo momento hay que estar preparado Primeros días a bordo Estamos camino a la zona SAR y se me ha hecho saber que necesito tener algunas sesiones de práctica y entrenamiento. En los siguientes días aprenderé más acrónimos de los que un cerebro puede retener. POB es Person Overboard –persona en el agua–. RHIB es Rigid-Hulled Inflatable Boat –embarcación inflable de casco rígido–. MASS POB –lo mismo que POB pero masivo–. MCI es Mass Casualty Incident –incidente con múltiples víctimas–, y así… Las lanchas de rescate son dos y se las llama FRB: Fast Rigid Boat –bote rígido rápido–. Tienen dos nombres de fantasía: Mare 1 y Mare 2 (no es muy original, Mare es la marca del fabricante). En los FRB suceden la mayoría de mis prácticas, que duran entre dos y cuatro horas cada día. El buque las baja al agua y nos alejamos a simular. Se plantean diferentes escenarios y se acciona. Escenario A: hay una barcaza en emergencia con 60 personas a bordo, hay tres mujeres y dos niños, una embarazada y un hombre inconsciente. Nos toca a los tripulantes del Mare 2 llevar a cabo el rescate y a los del Mare 1 actuar de náufragos. Lo hacemos. Escenario B. Esta vez Mare 2 es la barcaza en emergencia. Me dieron un rol muy detallado: soy un hombre con quemaduras en las piernas que al ver una lancha de rescate se desespera y se lanza al mar. Llega el momento y tengo que cumplir mi tarea, y aunque estoy rodeado de rescatistas profesionales, dudo en hacerlo. Me da miedo empaparme en tanta inmensidad pero acá estoy, qué más puedo hacer más que tirarme de cabeza al mediterráneo. De repente estoy en el agua, soy yo mismo el temido acrónimo: POB. El mar está templado, semicálido. Doy algunas brazadas hacia la lancha de rescate pero se alejan. Me han dicho que ante el escenario de personas saltando hacia las lanchas, ellos deben alejarse para evitar que salten todos. Entonces la FRB se va y yo nado desesperado hacia ella, que se escapa. Es un simulacro, todo está controlado, pero a medida que pasan los minutos comienzo a pensar en la profundidad. ¿Qué hay ahí abajo? ¿Cuánto tardarán los tiburones en venir por mí? Estadísticamente hablando, es prácticamente imposible que suceda, pero cuando el miedo entra por la puerta, la estadística sale por la ventana. Por decoro, escondo la impaciencia e intento flotar como un soldado de experiencia. Al rato se acercan a mí y me rescatan. Vuelvo empapado y feliz al buque porque simular no es lo mismo que vivir. ¿Sirve de algo ese miedo porteño a los tiburones? ¿Puedo entender más ahora que antes la verdadera desesperación? Sé que no, porque el periodismo finge ser parte de la historia pero es todo una farsa con buenas intenciones. ¿Se puede capturar la esencia de una vida ajena? No se trata de eso, me dirán después, sino solo de habituar el cuerpo a un mundo nuevo, de saber qué puede pasar y cómo actuar en cada caso. Bañado de mar, soy asignado oficialmente a la lancha Mare 2. Mis compañeros son Momo, Manu y Claire. Somos un equipo ahora, tenemos que aprender a querernos. El barco Solidaire, de Enrique Piñeyro Alertas Un mail, decía. Las alertas llegan a través de un mail. Yo imaginaba otra cosa. En mi cabeza, cuando una barca naufraga en el Mediterráneo todo sucede como en las películas: los sobrevivientes hace señas a los aviones, intentan provocar reflejos del sol para llamar la atención de un barco, buscan algo con lo que hacer humo o gritan en la esperanza de que alguien los escuche. Sin embargo, en el puente de comando del buque Solidaire las cosas se tensan verdaderamente cuando suena la notificación de un mail. No es que todo lo anterior no suceda, sucede, pero hay algunos elementos menos conocidos que también componen el entramado del rescate marítimo en la ruta mediterránea. Y si bien el avistaje directo es parte de la tarea de patrullaje, muchas embarcaciones dejan la costa con algún dispositivo a bordo con el que luego podrán pedir socorro. Sucede sobre todo en la ruta desde Libia, donde los propios facilitadores de las barcazas –previo cobro en dólares– le entregan al grupo un teléfono satelital y los instruyen para llamar a un número específico luego de algunos días de navegación. (Si salen desde Túnez en cambio no suelen tener teléfonos y son los familiares quienes avisan de la partida). En esa red, uno de los principales actores es Alarm Phone, una organización civil independiente dedicada a gestionar pedidos de rescate. Son ellos quienes atienden la llamada o el mensaje del teléfono satelital. Entonces se activa el dispositivo y Alarma Phone manda un mail a todos los barcos de rescate que operan en la zona. El que está más cerca responde y comienza a coordinarse la operación con las autoridades. Al buque de Solidaire ya llegaron cuatro mails, pero por la ubicación de las barcazas convenía que intervinieran otros barcos. Puñales por la espalda Hay muchos otros actores en la zona: el principal debería ser Frontex, el propio brazo de la Unión Europea en el patrullaje y control de sus fronteras. Tienen varios aviones sobrevolando las zonas SAR y desde el aire deberían dar la alerta de los casos en emergencia. Sin embargo, no siempre sucede así, más bien lo contrario. A veces retiene la información por horas y a veces se comunica en privado con la Guardia Costera de Libia o de Túnez. Lo hacen para darles ventaja a estas fuerzas en el abordaje de la barcaza. De este modo, evitan que un contingente de migrantes sea rescatado por un barco humanitario o de la Guardia Costera italiana y lleguen finalmente a Europa. Esto, por supuesto, es completamente ilegal. Primero porque Frontex debería reportar la emergencia de inmediato en los canales abiertos, y segundo –y principalmente– porque sino está propiciando los push-backs o “devoluciones en caliente”. Se llama así a la maniobra por la cual una embarcación de migrantes que escapa de un lugar en el que corre peligro, es interceptada y devuelta a ese mismo destino del que huyen. Libia no es considerado internacionalmente un lugar seguro, por lo cual cualquier persona que escapa de allí no puede ser apresada y llevada de regreso, hay que llevarla al puerto seguro más cercano, según indica uno de los principios fundamentales de la Convención de Ginebra. Francesca, alerta en la sala de mando del barco Buenos y malos Francesca Palmi tiene 31 años y es una de las dos voluntarias que hay en el Solidaire. Nació en la ciudad de Florencia, La Toscana, Italia. Es hija única de un banquero y una florista. Cuando terminó el colegio decidió estudiar derecho porque siempre la movilizaron las injusticias. Hoy es una abogada especialista en Derecho Internacional Humanitario. En el 2021 se fue a vivir un año a Perú, como parte de una misión de paz italiana. Acompañó durante todos esos meses el trabajo de un abogado peruano que defiende a comunidades indígenas. Hicieron reportes, escribieron propuestas de ley. Dice que ese hombre fue su mentor y que volvió de Perú con una mirada distinta del mundo, indigenista. Antes y después de ese viaje vivió varios meses en Kenia, donde fundó una ONG en el Parque Nacional Masai Mara junto a dos amigas. Ésta es su primera misión de rescate, pero pasó mucho tiempo como voluntaria en un barco de la Cruz Roja durante la pandemia, cuando los migrantes eran obligados a hacer cuarentena embarcados lejos de la costa. En el Solidaire es una de las encargadas del recibimiento y atención de las personas rescatadas. Tiene una facilidad impactante para sonreír y hacerte sentir cómodo, y va a todos lados con una botellita potabilizadora de agua que le parece la mayor proeza de la ciencia desde el descubrimiento de la penicilina. La última frase tal vez sea arbitraria, pero realmente se la ve feliz con su cantimplora. Francesca dice que en el mundo se mezclaron los valores y que para ella tiene que volver a ser claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La premier de Italia, Giorgia Meloni, que acuerda con Libia la intercepción de barcazas, que abrió enormes centros de detención de migrantes en varias provincias de Italia, que activó un plan para mandar a muchos de ellos a Albania, que quiere sacar de la constitución italiana el principio de no devolución de personas en riesgo, y que criminaliza la migración en cuanto discurso da, es –en palabras de Francesca– claramente una de las malas. De dónde vienen Las principales playas de partida hacia Italia son las de Túnez y las de Libia. Pero ninguno de esos países quieren facilitarlo, todo lo contrario. Se estima que en lo que va del año, al menos 16 mil migrantes fueron interceptados ilegalmente en el mar por la guardia costera de Libia. Como parte de un acuerdo de externalización de fronteras, desde el 2017 Europa firma acuerdos con ambos países y les paga para retener a los migrantes. Son sutiles: el dinero lo erogan como parte de “ayudas humanitarias” para “asistir” a la población migrante. Traducido: son ya cientos de millones en los últimos años que van directo a componer esta especie de muro marítimo hecho de violentos push-backs. Así, Europa desalienta la llegada de personas desde África y entre tanto viola todas convenciones de derechos humanos: a los migrantes se los detiene en cárceles inhumanas, se los tortura, se los estafa, y en muchos casos se los regresa al lugar desde el que salieron originalmente. La vida de cualquiera de ellos puede convertirse en un infierno que solo termina cuando vuelve a empezar. ¿De dónde viajan para cruzar el Mediterráneo? Del mundo entero. En los últimos años la mayoría lo hace desde Bangladesh, son el 21% de los migrantes que llegaron a Italia en el 2024. La primera parte de su viaje es ligeramente más sencilla: llegan a Trípoli, la capital de Libia, directamente en avión. La segunda nacionalidad más habitual es siria, el 18,9% de los arribos a Italia en lo que va del año. Le siguen Túnez, Egipto y Guinea, luego Pakistán, Eritrea y Sudán. Manu, ex guardavidas y hoy el conductor de la lancha de rescate del Solidaire Momo y Manu Momo tiene 23 años y un sentido trágico de la vida conmovedor. Cada vez que le proponen un plan de esparcimiento, dice que no con amargura, como si a él no se le hubiera dado la gracia de disfrutar. Siempre responde con un movimiento contrariado, y una mueca fatal que parece decir “si supieras lo que estoy pasando no me propondrías un plan”. Se le nota la nobleza, que se cuela a través de un enojo interno que parece indecible. Con paciencia de un samurai repasa conmigo una y otra vez los elementos de la lancha, abre cada una de las mochilas impermeables: esto es un ancla de mar, se la damos a las patera –botes– que debemos dejar solas un tiempo para ir a la nave madre y volver; esto es una camilla flexible para recuperar cuerpos del agua; esto es una bengala por si nosotros mismos naufragamos; esto es una lata de humo de color para que nos vean por si nos perdemos; esto es un gancho para pasarle los chalecos al bote de en emergencia si el mar está muy mal; esto es un gomón que se abre automáticamente si lo tirás al agua; estas son sogas para recuperar más cuerpos del agua en un caso de accidente masivo; esto es un kit de ventilación por si la persona no respira, y esto son los tamaños para adulto, niños y bebés… Habla con una calma profunda, pero cada fotograma que se desprende de sus palabras me perturba. ¿Realmente puede pasar alguno de esos escenarios? Cuando termina la capacitación me pide perdón por tanta información, le doy una palmada en el hombro, como hago con mi hermano menor cuando quiero que sepa que estoy con él. Momo sonríe resignado. “Las cosas que pasan ahí afuera…”, dice, y señala mar adentro. “Es un desastre”. Sus ojos muestran que vio ese desastre suceder: una madre ahogada y un hijo de seis años que sobrevive, un hombre que llegó inconsciente y lo evacuan en helicóptero pero es demasiado tarde. En sus dos años como rescatista para distintas ONGs el mediterráneo le mostró la peor cara del movimiento. Momo nació en Italia pero su familia es de Túnez. Su padre llegó a Europa hace treinta años a bordo de un ferry de pasajeros, cruzó el mismo mar en el que ahora él rescata. Habla inglés, italiano, árabe, francés y alemán. En ocasiones le escriben sus primos desde Túnez y le dicen que algún amigo se perdió en el Mediterráneo, si puede ayudar a buscarlo. En los veranos que pasó allá ha conocido jóvenes que después se ahogaron intentando llegar a Italia. Momo siente que está ayudando a su gente, que pertenece más al grupo humano que escapa que al que acoge. Todos podríamos dividirnos así: los se van y los que llegan, los que necesitan y los que tienen algo para dar, a los que les falta y a los que les sobra. Es ingenuo supongo, se necesita mucho consenso para que algunos entiendan que realmente les sobra. Momo, el rescatista que ya vio demasiado espanto en el mar El conductor de la lancha es Manu. Tiene el pelo largo como un vikingo, la espalda gigante de años de natación y salvamento. Trabajó mucho tiempo de guardavidas en la costa española y en el 2017 comenzó a hacer misiones de rescate con la ONG catalana Open Arms. Aprendió otra cara de su oficio. “De salvar turistas que se meten al mar borrachos, pasé a ayudar a gente que realmente lo necesita, personas que tal vez ni siquiera saben nadar y se lanzan al mar porque están desesperados por una oportunidad en la vida”, dice. Manu es probablemente el tipo más bueno de todo el mediterráneo, y es también el más experimentado en este barco y en esta zona, pero nunca lo hace notar, es posible que ni se haya dado cuenta. Cuando está al timón de la lancha intenta que su bondad se traslade a la marea, pero un mar inclemente siempre se impone. Ha tenido rescates agitados, pero es de los que no cuenta nunca sus hazañas. Si lo hace, acaso apurado por las preguntas, relata el mérito como un logro accidental, la suerte resolviendo la adversidad, no él. Intento que se note que es un gran tipo. ¿Se nota? La amenaza libia Por si hubiera dudas de la peligrosidad de Libia, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, habló este año de la situación de los migrantes allí y señaló que sufren “tráfico de personas, tortura, trabajos forzados, extorsión y hambre”. En el 2022 Italia y Libia renovaron por tres años un memorandum de entendimiento dirigido a detener la migración. Ese mismo año la oficina de Karim Khan, el fiscal del Tribunal Penal Internacional, presentó un informe en el que denunciaba que “las detenciones arbitrarias, asesinatos ilegales, desapariciones forzosas, torturas, violencia sexual y de género, secuestros a cambio de rescates, extorsión y trabajos forzados” contra personas migrantes y refugiadas en Libia constituyen crímenes contra la humanidad. Ese mismo año renunció Fabrice Leggeri, el director de Frontex, cuestionado por la indiferencia de la agencia respecto de estos crímenes. Claire, la rescatista de la sonrisa cómplice Claire La última integrante del Mare 2 tiene un nombre lleno de música: Claire Chahnez. Claire me resulta misteriosa. Se sumó al barco el mismo día que yo para cubrir un puesto vacante como rescatista. Durante las prácticas tenemos que entrenar la aproximación a las pateras. Hay un código entre el que lidera el acercamiento y el conductor de la lancha. Claire tiene que levantar su mano con cuatro dedos extendidos que indican la distancia. Conforme nos vamos acercando a la barcaza, los dedos van bajando hasta llegar a un puño cerrado, que significa detenerse. La cuenta regresiva se repite una y otra vez hasta que la lancha entra en contacto suave con el bote y comienza el traspaso de chalecos salvavidas primero, el embarque de las personas después. Durante los primeros tres días de entrenamiento paso de una lancha a otra ida y vuelta muchas veces, me habitúo al movimiento, al mareo, a los golpes en las rodillas y en los codos. Todo raspa y duele en las FRB, al menos estos primeros días, al menos para un novato con más chances de ser rescatado que de rescatar. Claire hace las señas de aproximación sin gritos, dice que prefiere acercarse a la gente hablando bajito para transmitir calma. Fuera de las prácticas habla poco, solo si se le preguntan cosa. Me generan mucha intriga sus silencios. La miro disimuladamente en las conversaciones o en alguna de las infinitas reuniones del barco. Generalmente escucha más de lo que habla. Mira a todos y se le van dibujando pequeñas sonrisas en complicidad con ella misma, como si tuviera una amiga secreta con la que está hablando de lo que pasa. Por estos días prefiero no preguntarle mucho, me gusta sostenerla en el misterio. Sé que vivió en Túnez con su padre, que su abuela nació en Libia, y que habla árabe además de inglés, algo de español y obviamente francés. Sé que tiene muchas misiones de rescate en su haber y que prefiere los abordajes calmos a las barcas. Durante un tiempo vivió más en el agua que en la tierra, pero está intentando cambiar esa ecuación. Mientras escribo esta nota en la proa del barco, de pronto aparece. Se sienta en una especie de chimenea –no sé cuándo aprenderé los nombres de las cosas– y mira hacia adelante. “Este es, muchacho, el mar”, dice un poema de Nicanor Parra. Pienso que Claire se lo está recitando ahora a su amiga secreta con la que me gusta imaginar que habla. Mantiene la pose de meditación varios minutos, la espalda recta, las piernas cruzadas como un buda, el silencio pleno. Si esto fuera una película, al final de la historia el personaje descubre que Claire nunca estuvo ahí, que fue tan solo una presencia que marcó un camino. Pero esto es un barco, no una ficción. Allá, en algún lugar del mar, alguien mira en dirección a Europa, difícilmente con la misma calma. Seguimos en zona SAR preparados para el rescate. Claire se pone de pie. Con la misma sonrisa misteriosa de siempre, se va por donde vino. Creo que sabe algo que los demás todavía no nos enteramos.

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