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  • El menor de sus tres hijos murió al caer de un octavo piso, la atormentó la culpa y viajó sola a España para sanar

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 01/11/2024 04:31

    Florencia y su hijo Francisco, que murió al caer desde un octavo piso, antes de la tragedia que sufrió en diciembre del año pasado “Voy y vuelvo, son cinco minutos, no va a pasar nada”. Pasaron casi 11 meses, y Florencia López no pudo borrar ningún detalle del momento en que dejó durmiendo a su hijo Francisco en su cama y del horror de su caída. De su muerte. El tic-tac de esos cinco minutos continúa como una maza cayendo sobre su cabeza. Era el sábado 2 de diciembre de 2023, y se preparaba para salir con el niño a una fiesta familiar. Vivía junto a sus tres hijos en un octavo piso en el centro de la ciudad de Salta. En el primer piso tenía el showroom de su emprendimiento de moda, un trabajo que hacía por las tardes, después de salir de la sucursal bancaria donde también estaba empleada. A las 19:40 le sonó el móvil. Una y otra vez, con el devenir de los meses, miró en su teléfono la hora en que se inició la tragedia de su vida. “Era una clienta, me decía que estaba llegando. A las 19:45 sonó el portero eléctrico. Le dije que ya bajaba, porque salía de bañarme en ese momento. Fran se había quedado dormido en mi cama. En ese momento pensé, ¿qué hago? ¿Lo despierto o no? Porque teníamos que ir a la noche al cumpleaños de unos sobrinos. Y dije: ‘No, lo voy a dejar durmiendo si total voy y vuelvo en cinco minutos, no va a pasar nada’. Ese día llovió mucho en Salta. Estábamos en el primer piso y unos cuatro minutos después de que bajé se escuchó un ruido. Le dije a mi clienta: ‘Se debe estar peleando’. Vivía en pleno centro, y a veces pasaban esas cosas”. Florencia nunca imaginó que un minuto después su móvil sonaría de nuevo: “Me llamaron para decirme que Fran se había caído desde la ventana de mi casa”. “Solté el teléfono y corrí por la escalera. Hasta hoy, nunca me expliqué el accidente de Fran, porque cayó 36 metros y no tenía nada lastimado, apenas un golpe en la cabeza”, contó entre lágrimas. Cuando salió del edificio, el cuerpo de su hijo no estaba. “Mientras bajaba a la calle tenía la peor imagen en mi cabeza, porque son ocho pisos. Pero no lo vi, no había sangre”. En ese breve lapso de tiempo, unos chicos que pasaban levantaron a Francisco y lo llevaron con urgencia al Hospital de Niños, a tres cuadras. Alguien le explicó lo sucedido con el cuerpo. Un vecino la subió a su auto y la acercó. En el breve trayecto, ella llamó al padre de Francisco, su expareja, y a su mejor amiga. “Yo soy mamá de otros dos chicos más grandes, Benja y Delfi. Estuvimos dos horas antes con mi amiga, y ellos se quedaron en su casa. Me llevé a Fran porque justo ese día no se quiso quedar. Como nunca, me dijo: ‘Mamá, yo me voy con vos’”. Su vecino entró al hospital en contramano. Florencia ya estaba cambiada para salir, así que se quitó los zapatos de taco alto y corrió los últimos metros. “Gritaba como una loca y lloraba. Me hicieron pasar y me dijeron que estaba vivo. Mi mejor amiga, la que estaba con mis hijos, al salir apurada se cayó y se fracturó el pie. Mandó a su marido. Cuando él llegó, no me olvido más, me agarró las manos y me dijo: ‘Confiá’. Y a los dos minutos salió una enfermera. Me dijo que mi hijo había fallecido, que no pudieron hacer nada, y que tenía que pasar a verlo”. Entonces, Florencia lo vio. “Estaba tal cual lo dejé en mi cama. Les gritaba a los médicos y a las enfermeras que, por favor, me llamaran un taxi, que yo me iba a casa con él, que nos teníamos que ir, que quería dormir con él, que por favor no me hicieran eso…”. Florencia y su hijo Francisco, que murió al caer desde un octavo piso Al dolor se sumaron la autopsia, la investigación policial, las declaraciones, la inevitable burocracia de las muertes violentas. “Lo primero que hice fue gritar que yo era la culpable, que se murió por mi culpa. Y hasta el día de hoy lucho un montón con eso. Vi las cámaras de seguridad del edificio, donde se ve que abrí la puerta, me fui al primer piso y después, a los dos minutos, salí corriendo”. Una y otra vez repasó las conclusiones: “Determinaron que Fran se levantó, agarró una silla, fue hasta la ventana, la abrió, perdió el equilibrio y cayó. La muerte fue por el golpe en la cabeza”. A Florencia, lejos de consolarla, ese informe le disparó una culpa que la atravesó como una lanza. “¿Por qué no lo bajé conmigo? No era la primera vez que bajaba. Eran cinco minutos. Cerré las ventanas porque llovía. Es más, volví a casa porque granizaba, tenía mi auto afuera y había dejado las ventanas abiertas. Pensé por qué, si estaba la tele prendida, no puso YouTube. Lo hice porque confié”. El cuerpo de Francisco se lo entregaron al día siguiente. Lo velaron. Ella solo recuerda un comentario insidioso que escuchó en medio de la devastación: “Dijeron ‘ah, lo están velando a cajón abierto’. ¿En serio?”. Vivir antes de querer morir Florencia nació en Salta hace 30 años. Dice que su propia historia “parece de Netflix”. A los 12 años se enteró de que su papá, Miguel, no era su progenitor. “Pero fue él quien me crió. Mi papá biológico vive en La Plata, pero su familia está a la vuelta de la casa de mi papá, el que me crió. Me llevo bien con todos. Ya tenía muchos años de terapia, sanando cosas. Entiendo y trato de no juzgar. Cada padre hace lo que puede con lo que tiene. No puedo exigirles algo que quizás no tuvieron. Los respeto y los valoro”. A esa edad, su madre, Rosa, se fue a vivir a España. Ella quedó con su papá de crianza, que era cerrajero, y sus abuelos paternos, que viven. “Mi mamá regresó cuando yo tenía 16, y se volvió a ir. Ella no conoció a Fran, no lo vio. Pero mi hijo supo que tenía una abuela en España”. Cuando tenía 17 años quedó embarazada de Delfina, su primera hija, que hoy tiene 13 años. “Estaba en el último año del colegio Dalmacio Vélez Sarsfield. Era muy buena alumna. El papá fue mi novio de la adolescencia. Yo romantizaba todo. Aparte, no tenía información sobre sexualidad porque mi mamá ya estaba en España y en casa eran temas tabúes. Cuando papá se enteró de mi embarazo casi me mata, pero después lo único que me dijo fue que nunca debía depender de ningún hombre. Él quería que me recibiera, que estudiara, que me mantuviera sola…” Florencia y su hijo Francisco, que murió al caer desde un octavo piso Empezó a ir a la facultad, hizo tres años de psicopedagogía. Y dos años después, cuando tenía 19, nació su segundo hijo, Benjamín. Lo tuvo con un hombre ocho años mayor. “Estuve seis años con él, era un ex mío. Yo era la típica chica que soñaba con la familia del cuento feliz. No voy a decir que me manipulaba, pero me prometió cosas que no eran. En el medio falleció mi papá y justo entré a trabajar en el Banco Hipotecario. Él me pidió que renunciara y no quise. Ahí me separé…”. Sin su padre, sola y con dos chicos, dejó su carrera. A Francisco, que nació el 20 de julio de 2020 en plena pandemia, lo tuvo con Juan, otro novio de su adolescencia. “Había sido compañero de colegio, nos conocíamos desde muy chicos. En ese momento apareció y con él decidí formar mi familia. Pero vino la convivencia, y soy una persona muy independiente. Cuando algo no me gusta, prefiero terminar de la mejor manera. No podía estar atada por los hijos. Siempre seguí los vínculos con los padres de mis hijos, pero no como parejas”. Su hijo más chico, recuerda, “era un terremoto. No se quedaba quieto en todo el día. Y cuando sabía que se portaba mal, te abrazaba y te besaba. Mis hijos más grandes tienen teléfono, entonces a veces les quitaba los teléfonos a los hermanos y me mandaba audios cuando estaba en el local del primer piso. ‘¿Mamá, ya subís?’. Todo eso lo guardé en un pendrive. Lamentablemente uno no aprende que somos un momento, un ratito, que en cinco minutos la vida te puede cambiar para siempre. Si yo hubiera sabido que esa tarde iba a ser mi último beso y mi último abrazo con él, no habría bajado, no me habría ido. Me habría quedado”. Sus tres hijos vivieron con ella hasta después de la tragedia. “Siempre me hice cargo de ellos. Siempre vivieron conmigo. Y siempre trabajé. Estuve seis años en el Hipotecario, y cuando en la pandemia cerró la sucursal de Salta en la que yo estaba. Ahí, con la plata de la indemnización, puse el local del primer piso. Fue casi al mismo tiempo que nació Fran. Después busqué otro trabajo, porque mantener una casa sola y depender del aporte voluntario de los progenitores no estaba nada fácil. Por ejemplo, mi hija Delfi no ve de un ojo, así que le pago una prepaga, que cuesta una burrada. Los juicios sociales Cuando sucedió la tragedia de Francisco, toda esa vida que Florencia llevaba adelante quedó en suspenso. Debió enfrentar, dice ella, la mirada inquisidora de la sociedad salteña. “Estaba mi cara en los portales y las noticias de Salta. Gente que ni siquiera me conocía, comentaba ‘qué mala madre’, ‘qué hija de puta que lo dejó solo’, ‘seguro andaba en una fiesta’ cuando fue a las ocho de la noche… Empezó un acoso innecesario. Hubo videos muy duros para mí y para el papá de Fran”. Florencia y su hijo Francisco, que murió al caer desde un octavo piso Comenzó a ocultarse, a no dejarse ver. “Bajaba con gorra, con lentes, porque no tenía ganas de que nadie me viniera a decir nada. Claro que algunos querían venir a abrazarme. Pero me quedaba con los que pasaban y decían ‘acá se cayó el nenito’, capaz conmigo adelante”. La culpa la nubló. Toda su mente estaba ocupada por el accidente que había sufrido Francisco. Florencia no pudo asumir su rol de madre hacia Delfina y Benjamín. A tal punto, que tomó una decisión drástica, que a muchos les sonó polémica: se marchó a España para alejarse de Salta y de los recuerdos tristes que el lugar le traía en un loop constante. Y lo hizo sola, sin sus otros dos hijos. Florencia explica: “No podía mirarlos ni tenerlos cerca. Tenía miedo de que les pasara algo. Me sentía muy culpable por lo de Fran. Tampoco quería que ellos me vieran en el estado en que estaba: muerta en vida, rota, que no podía levantarme, que no quería comer, ni siquiera respirar. Muchas veces pensé en tomar mi auto y terminar la historia. El día que falleció mi hijo, a mí me dieron tres clonazepam y no me dormí. Antes de viajar a España tomaba cuatro pastillas por día para estar medianamente cuerda”. El golpe de la muerte de Francisco fue demasiado duro. Para Florencia, que siempre había soñado con la familia perfecta sin lograrlo, su hijo menor significaba una especie de redención. Y eso se esfumó. “Fue un hijo deseado, un hijo amado. Tuve un embarazo muy lindo con él. Lo viví desde otro lugar porque con los de Benja y Delfi, lamentablemente, por haber sido madre muy chica y al no haberse dado las cosas como creía, la pasé muy mal. Entonces, claro, fue mi oportunidad de sanar todo lo que tenía pendiente conmigo misma. Además, ya trabajaba, tenía una casa estable, les podía comprar lo que quería, no tenía que depender de mis padres ni de nadie. Hasta el día de hoy, cuando vuelvo a él, me rompo en mil pedazos de nuevo, porque es mucho lo que lo extraño”. Después del accidente, Florencia asegura que “no podía estar en mi casa y no verlo. Era mirar la ventana y tener ganas de tirarme. Sé que tengo otros hijos, todo el mundo me decía ‘vos te tenés que aferrar a tus otros hijos’, pero hay que pasar el infierno de convivir con la ausencia, y que esa ausencia sea la más grande de toda la casa. Yo había decidido cambiar toda mi vida por Fran. Trabajaba de 9:00 a 13:30. Iba a mi casa, llevaba al colegio a los chicos, Fran iba a la guardería y después estaba todo el día en mi emprendimiento, conmigo siempre”. Fue entonces, a finales de 2023, cuando llamó a su madre, Rosa. “No podía con mi maternidad. Se supone que la persona que los tiene que cuidar no pudo hacerlo. Entonces le pedí a mi mamá que, por favor, me sacara de Salta, que no podía estar más. No tenía cabeza, no podía ni respirar”. Empezar de cero El 26 de diciembre de 2023, menos de un mes después de la muerte de su hijo, Florencia dejó Salta. El 31 de diciembre llegó a España. “Lo decidí junto a mi mamá y mi psicóloga. Me sacaron los pasajes. Fue rápido”. Su madre vive en Madrid desde hace cinco años. Allí apareció Florencia. Y desde el primer minuto se comenzó a buscar trabajo. “Todo el mundo pensó que iba a estar tirada llorando. Pero me puse en piloto automático y enseguida conseguí empleo. Porque mis responsabilidades como madre no las puedo evitar, porque mis hijos dependen económicamente de mí. Pero claro, no me permití el duelo, ni hice nada de lo esperado”. Florencia y su hijo Francisco, que murió al caer desde un octavo piso El primer trabajo que consiguió, aún sin papeles, fue en Sierra Nevada, que durante el invierno es un centro de esquí próximo a Granada. En esa localidad vive en la actualidad. “Allí hay una flor llamada Edelweiss, que significa ‘flor de la nieve’. Y yo me llamo Florencia. Cuando mi jefe conoció mi historia me dijo que era como esa flor, porque florecía en medio de la nieve. Muchas personas me ayudaron. Hubo momentos en que nada parecía tener sentido. Te preguntas qué estás haciendo, y vuelven todas las emociones”, cuenta. Hoy trabaja como empleada administrativa en una empresa de transportes y consiguió alquilar un piso. Sus planes son vivir en España, y se esperanza en poder conseguir los papeles para afincarse en forma definitiva: “Ahora el Gobierno está por sacar una regularización para los inmigrantes que hayan entrado hasta el 31 de diciembre de 2023, así que entraría justo”. “Hoy estoy en otra etapa”, anuncia. Su idea es conseguir los papeles y regresar a la Argentina solo para recoger a Delfina y Benjamín y retornar a España. “Para ellos soy la mamá millonaria. Me mandan mensajes y me dicen ‘mamá, ¿puedo comprar tal cosa en el kiosco del colegio?’. Tienen cuenta ahí, lo único que hago es transferir plata… Quizás me puedo permitir cosas que antes no podía, porque la situación económica acá es muy diferente”. Hoy, sus dos hijos viven con sus respectivos papás. Van a la misma escuela y los fines de semana los pasan con los abuelos y los tíos de Florencia. “Ambos padres tuvieron una buena respuesta. Gracias a Dios están bien, tienen buenas familias detrás. Mi hijo es abanderado de su colegio, hace un rato me contó que va a participar en las olimpíadas de matemáticas. Sé que siempre hice las cosas bien con ellos”. Ahora, mientras reorganiza su vida, Florencia solo piensa en el día que vuelva a ver a Delfina y Benjamín. “Esta etapa es como un receso que me tomé para ordenarme, volver y traerlos conmigo. Hoy, casi 11 meses después de que me fui, lo único que quiero es verlos. Ahora soy yo la que los necesita a ellos. Los extraño un montón. Y quiero una vida diferente para ellos”, subraya. No obstante, todavía no sabe si los padres de los chicos estarán de acuerdo con su decisión. “No charlamos eso. Igual, todo será a su tiempo y con los pies en la tierra. Tanto, que no obligaría a mis hijos tampoco. Porque el desarraigo es fuerte. Pero ellos están ilusionados por la cantidad de cosas que hay”. Lo que todavía no evaluó (“no lo pienso así todavía”, dice) es si son sus hijos quienes prefieren vivir en Salta y no en Granada. “A ver, mamá es mamá siempre. El otro día Benja me dijo: ‘Mamá, yo te necesito y te extraño un montón’. Entonces, sí, yo vuelvo por ellos. Pero el plan de vida que tengo acá a futuro es totalmente diferente. Florencia y su madre, Rosa, en España La conclusión de la Lic. Valeria Schwalb “La importancia de no juzgar en el duelo es un tema crucial, especialmente cuando se trata de la forma en que las personas enfrentan y procesan su dolor emocional. Al experimentar una pérdida, nuestras decisiones y reacciones a menudo son impulsadas por la necesidad de proteger nuestra mente de un dolor abrumador. En este contexto, es fácil caer en la trampa del juicio, pensando que sabemos lo que es correcto o adecuado para los demás. Sin embargo, el duelo es una experiencia profundamente personal y única para cada individuo. Cuando observamos el sufrimiento de otros, tendemos a ser mucho menos comprensivos con los dolores del alma que con los dolores físicos. Por ejemplo, nadie se atrevería a juzgar a una madre que, debido a una enfermedad grave, necesite estar internada durante meses. La compasión surge naturalmente en circunstancias donde la vida o la salud física están en juego. Pero, en contraste, cuando esa misma madre, en su lucha por sobrellevar la tristeza de perder a un hijo, decide “salvarse” de una manera que otros puedan considerar inapropiada, el juicio aparece rápidamente. Se trata de decisiones tomadas en momentos de desesperación e instantes que pueden durar para siempre. Es esencial recordar que cada elección en el proceso de duelo se hace en un contexto de dolor profundo y confusión. A veces, tomar un respiro de la realidad, puede ser una forma de intentar encontrar un equilibrio emocional en un caos devastador. Nadie está preparado para asumir el hecho de que en un momento de decisión, una simple acción puede culminar en tragedia, incluso cuando se toman todas las precauciones posibles y se ama con todo el corazón. Aprender a no juzgar es esencial para permitir que las personas encuentren su propio camino hacia la sanación. Es crucial entender que a quienes no les ha tocado vivir una experiencia similar no lo han hecho porque amen más a sus seres queridos, sino porque simplemente no les ha pasado. La empatía y el apoyo son esenciales para quienes están en el proceso de duelo. Al despojarnos de los juicios y abrazar la compasión, contribuimos a crear un espacio seguro donde las personas puedan procesar su dolor sin miedo a ser malinterpretadas. En última instancia, todos merecemos un camino hacia la sanación, libre de críticas y lleno de comprensión”. La Licenciada Valeria Schwalb (MN 358 67) es psicóloga especialista en duelo y resiliencia. @resilienciaenred

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