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» Diario Cordoba
Fecha: 30/10/2024 21:48
“Al meu país la pluja no sap ploure”. La Comunidad Valenciana, el país al que cantaba Raimon y que es el mío también, es una tierra poblada de vírgenes y santos a los que peregrinar en rogativa para que llueva. Y de años marcados en rojo en el calendario por las pantanadas y las inundaciones: la del 57, las del 82 y el 87, la del 97, la de 2019 y tantas otras que han ido construyendo nuestra memoria a lo largo de los siglos hasta llegar a esta. En la geografía que habito, donde la lluvia no sabe llover, los ríos son cortos porque las montañas están muy cerca del mar. Pero sus escorrentías son tan repentinas como violentas. Muchos de ellos se llaman “seco”, el río Seco, porque casi nunca baja agua por su cauce. Pero los barrancos tienen nombres tan descriptivos que no necesitan traducción: Abocador, Derramador, Aigüera, Infern. Y, sin embargo, llevamos toda la vida levantando en ellos construcciones, trazando infraestructuras que se convierten en represas, amurallando la costa. Ahora toca enterrar a los muertos, guardar el luto, afrontar el duelo. Pero no basta con dar sepultura. Luego habrá que dar respuestas, revisar actuaciones y asumir responsabilidades. No se trata de entrar en la zarabanda política del “y tú más”. Pero hay un hecho objetivo: el aviso de Protección Civil no llegó a los móviles de los valencianos hasta pasadas las ocho de la tarde, cuando el desastre llevaba horas en curso. El presidente Mazón, cuando lideraba la oposición, exigió varias veces explicaciones sobre el funcionamiento de los dispositivos de Emergencias. Tenía derecho a ello. El mismo que los ciudadanos tienen ahora a que se les den. Caiga quien caiga. Hay que revisar los protocolos. Una y otra vez se comprueba la falta de coordinación entre los diferentes servicios. No puede ser que las alertas de la AEMET o de las confederaciones hidrográficas repitan durante horas el peligro que se está corriendo sin que ello se traduzca en decisiones de las distintas administraciones. Si las empresas, los centros comerciales, los centros educativos, los medios de transporte no reciben requerimientos precisos, si las autoridades mantienen su agenda con aparente normalidad, ¿cómo nos podemos sorprender luego de que miles de personas queden atrapadas en el camino a casa o al trabajo, o se echen a la calle, pese a las recomendaciones, a la búsqueda de un familiar cuando ya el diluvio descarga sobre ellos? La fuerza de la naturaleza cuando se desata es inmensa. Pero de las tragedias que provoca todos somos, en mayor o menor grado, copartícipes. Hay que auditar los planes de acción ante contingencias de este tipo, agilizarlos y ampliarlos. Ya sabemos que una DANA es, por definición, un fenómeno cuya evolución es muy difícil de determinar. Pero la pregunta es, una vez conocido el riesgo, ¿qué despliegue está previsto con anterioridad a que empiece el chaparrón? ¿Es suficiente? Cuando la riada es de hinchas de un equipo de fútbol, las fuerzas de seguridad toman posiciones horas antes en los puntos críticos. Cuando la amenaza cae del cielo, ¿se desplazan dotaciones con antelación bastante a los lugares que se sabe que van a ser conflictivos? Por cierto, todos los gobiernos, las empresas públicas y las entidades parecen haber adoptado X, antes Twitter, como medio prácticamente exclusivo para comunicarse. Haciéndolo así, más allá de seguir engordando la cuenta de Elon Musk, renuncian a informar debidamente a un porcentaje elevado de ciudadanos que no viven pendientes de las redes sociales ni tienen por qué hacerlo o sencillamente no les dan la credibilidad necesaria, aunque los mensajes vengan de una “cuenta” oficial. A la hora de la verdad, han sido las radios (excelente trabajo, compañeros) y las webs de los medios arraigados sobre el terreno como este las que han acompañado y servido de guía a la población en sus peores horas. Hay que poner el foco en la pedagogía. Cuando se aproxima el verano, vemos todos los años campañas de prevención de los incendios, indicándole a los ciudadanos cuál es el comportamiento adecuado para no provocarlos y para actuar en caso de que se encuentren en uno. No he visto nunca ninguna campaña similar cuando viene el otoño y con ello lo que antes llamábamos “gota fría”. Obviamente, ni se puede causar ni se puede detener un temporal como el que ha asolado Valencia. Pero sí combatir con mayor efectividad sus consecuencias. Y hay que educar a los niños, puesto que viven en zona de riesgo extremo y alguna vez van a verse en esta situación. La Conselleria de Educación está preparando nuevos programas educativos. ¿No es esta, la del comportamiento cuando hay una alerta de lluvias torrenciales, una asignatura que debería incorporarse? A estas alturas, es estéril el debate sobre el cambio climático. Hace mucho tiempo que en los periódicos de la Comunidad Valenciana no es noticia destacada, por habitual, que la temperatura del Mar Mediterráneo supere a la del Caribe, lo que le convierte en un gigantesco depósito de combustible para alimentar fenómenos como la DANA y hacerlos más explosivos. Es un suceso viejo y repetido. Pero cada vez más extremo. Por eso, hay que adoptar políticas que limiten hasta donde sea posible sus devastadores efectos. El presidente Mazón tuvo el gesto de agradecer desde el primer momento la colaboración tanto del Gobierno de España, al que citó expresamente, como de otras comunidades, a las que también mencionó: Cataluña, Murcia, Castilla-La Mancha. Está bien que así se haga. Pero es necesario apelar a la responsabilidad de todos para pasar de las palabras a los hechos. La tentación de los partidos de la oposición de ajustar cuentas es lógica y legítima. Y la necesidad que el PP tiene de Vox como única vía para estabilizar su gobierno también responde al resultado que arrojaron las urnas. Pero si en algún campo urge aislar a los negacionistas y primar el sentido de Estado por encima de los cálculos partidistas es precisamente en este, porque exige de una vez por todas actuaciones de largo recorrido que incumben a más de un gobierno. Suscríbete para seguir leyendo
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