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  • Alejandro Cesario o “el asilo del abrazo”

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 27/10/2024 03:04

    El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía. Poética “…ese dolor es nuestro estado espiritual”, decía Thomas Bernhard. Atisbo la poesía en lo cotidiano. Después viene lo demás. ¿Qué es ese demás? Trabajo, tomar eso cotidiano (imagen) y llevarlo al papel lo más majo posible. En ese acaecimiento y en ese hecho está la palabra. Grafías rodeadas de tronchas lingüísticas, enrolladas, liadas de sigilos y soniquetes. Lo que prevalece es el postín, la vocería de lo semántico. Como primera andanza está lo inefable, lo que veo, lo que me llega a través de una efigie, de una lectura, luego viene el quehacer de orfebre, el de bregar, cincelar y faenar las palabras, trabajar el lenguaje, hacer de esa jerga tosca y gruesa una voz propia. La búsqueda de algo propio es fundamental. Si no hay voz propia nada tiene sentido, y no me estoy refiriendo a un hecho de originalidad, sino por la verdad, un texto poético llega a ser verdadero cuanto más se transite por esa voz propia, ya que siempre se escribe desde la campiña interior, y desde ahí tiene que surgir el desgarramiento. Al poema hay que someterlo a la oralidad, porque de ahí viene, ahí está su rizoma. Al escuchar/nos si tenemos el oído atento podemos percibir el goce del poema, podemos ocuparnos y deshacernos de ciertas aporías. No existen vericuetos por donde no se pueda andar. La poesía pertenece al mundo de las emociones, asentadas en los raigones de las palabras. Se debe recoger e indagar en lo vernáculo y en el soliloquio encontrar ese sostén poético, ya que el envoltorio del poema no es la realidad. La poesía ausculta en lo desconocido, es un faro escarpado en plena estepa. Debe abordarse anidando la carencia, restañando la ausencia, buscando esa parvada lingüística, astillada al punto de deshacerse, ahí interviene el poeta, creando esa muerte en algo vivo. Y cuánto más vivo sea el poema menos certeza nos dará. El texto poético nos lleva a lo profundo de la lindura. Habla lo oculto, lo callado. Nace de un misterio y continúa siendo un misterio. No necesita exégesis se glosa a sí misma. Sin certezas actúa como refugio demoledor del tiempo, protegiéndonos de los jirones de la vida, del vacío que provocan las ausencias y tantas otras cosas. La palabra (siempre en renovación estética, no le cabe el costumbrismo), nunca puede estar encerrada en los claustros culturales, todo lo contrario, debe de estar siempre en pleno vuelo, arrancarse los lastres y parir. Debe vibrar como una cuerda tensa todos los matices de la emoción y latiendo con vida propia en todos sus versos. Con la poesía no hay muerte posible. La poesía, para los poetas es la única forma de sobrevivir, es la única defensa ante un mundo tan hostil, lleno de miedos y angustias. La poesía nos permite, como dijo Huidobro: -a crear fuera del mundo que existe el que debiera existir-. Yo tengo derecho a pensar que puedo subirme a un barrilete y volar junto a mis hijos. Por eso, la poesía. Alejandro Cesario Muestrario mínimo Zapala Respiro sediento sobre las vías muertas, enmohecidas. Yuyos crecidos granan a los hierros despreciados. Voces otrora resuenan en la estación acallada. Vagón de carga sobre rieles amnésicos. La virgen de Luján en beatitud excelsa tapada por el polvo térreo. El sol que se urde incinerando la fugaz esperanza. Me siento sobre un durmiente prístino. Es todo mutismo, soledad, sequía. Es la Patagonia. Agonía A mi abuela Lentamente la peino. Suspira sus postreros pesares que se desploman sobre mí. Hediondez que viene de la cama de al lado. Ojitos pegoteados. Ósmosis de calma y desesperación. Oxígeno hueco. La vuelvo a atusar con mucha timidez. Lo único que sobreviven son los bártulos que velan en la memoria. Aguardo que el cielo linde sobre ella, que se vaya por la cánula de su puericia. Menchito A pesar de lo que se diga… en el alto, cabecita trigueña no se furtiva de leña ajena, sino con la lozanía de sus sueños. Desalojo Orfandad de tierra colorada. Se le vino el desahucio y con el desahucio el morapio y con el morapio, cuaja hilachitas de ilusión. Estuario Se eleva del mar una nube, pequeña como la palma de una mano. Primer libro de los Reyes 18:44 Boira que se retira. Ósculos a la medallita de Stella Maris que le pende (una, dos, tres veces). Estiba dos cartoncitos de vino al madero. -Padre nuestro, que estás en los cielos… -Dios te salve, María, llena eres de gracia… Manos asidas a la fisga que rebuscan saciar la gazuza. Atalaya la lozanía. Mohín de fe. Hospital Una carantoña dos carantoñas… Ella bufa, refunfuña, y aún el estriego milagroso de mi mano con la suya. Descanso en la cosecha En el meandro del regato y la pausita necesaria, está Dios y el vinito. Se persigna y acaricia al changuito que torna en pájaro. Finta Ganó la demencia. Ella elide el abismo de darse cuenta… De changa en changa Misionero en el conurbano. Azadón hendido en el légamo. La jícara servida. Añora su acullá natal. Plegaria A orillita del río Tecka. Preces. Esos dos maderos en cruz (que son siempre los mismos), pero no es él (el mismo) frente a ese crucifijo. Refugio Después de lijar paredes en tugurio del conurbano. Sesgado sobre la piltra, oteando la techumbre, atiza el amparo de su río Bermejo. Sólo queda Cerquita del enjuto riacho, sobre un tronquito, manduca pan de escanda, pimpla el tintorro. Lo demás es desamparo. Labrador De regreso a la barraca chupa las vainas de algarrobo maduras y escupe el resto fibroso. Queda un amparo, el asilo del abrazo. Sin mirada Pellejo sajado. Cascarria sobre la ropa. Cuenco con tapioca. Oteada urpila. Morriña de desahucio. Tinto que solaza. Semáforo Canturrea una baguala, estira su enjuto bracito, depreca una limosna. Algunos le dan, pero nadie le fisga sus ojos. Simpleza No son los sigilos, ni el atabal, ni la zampoña. Tampoco la atonal voz de esa zamba, sino su mohína mirada, que alambica orfandad. Mirada Ese pibito, no es el odre, ni el que anda descalzo de mesa en mesa, sino lo que agoniza bajo ese pellejo. Rezo Ora el guaraní en el cementerio: -Padrecito mío, hoy es domingo, no hay que arrear, haceme un lugar a tu lado-.

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