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  • Dignidad

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/10/2024 14:43

    Es muy posible que muchos de ustedes la hayan visto estos últimos meses, porque ha estado allí desde la pasada primavera. Hablo de una «sintecho» que vivía últimamente junto al Molino de Martos y dormía en el banco de piedra de mina de la baranda que da al río, junto a sus enseres, que no amontonaba de cualquier manera. El grueso de los mismos los tenía pudorosamente cubiertos por una tela y el resto, los de uso cotidiano, distribuidos por su espacio vital con un orden preciso, incluidas las zapatillas al pie de ‘la cama’, colocadas bien juntas sobre una alfombra como haríamos nosotros en nuestro dormitorio. Tal vez necesitaba esa forma metódica y un tanto cartesiana de actuar para amarrarse a la vida y sentir que no lo había perdido todo. No conozco en absoluto su historia y ni siquiera la llegué a oír hablar, por lo que mis deducciones no pasan de pura elucubración, pero durante el tiempo que pasó junto al río deduje que se trataba de una persona de convicciones firmes, que ansiaba sentirse digna incluso en la miseria, como si dando esa apariencia de normalidad a su día a día le estuviera quitando gravedad a su vivir en la calle. Quiero suponer que los Servicios Sociales habrán conseguido que se traslade a un albergue, o tal vez es ella la que ha emigrado a un clima mejor ahora que llegan la lluvia y el frío. Ignoro también cómo habrá conseguido trasladar sus muchos bártulos. La imagen no era la mejor de cara al mucho turismo que transita aquella zona; sin embargo, el tema es muy delicado y ni se me ocurriría hacer juicios de valor ni tampoco la menor reprobación al respecto; especialmente porque en alguna medida su presencia cada mañana suponía para quienes pasábamos delante un duro recordatorio de que hoy estamos bien y mañana podríamos terminar durmiendo sobre cuatro cartones. La vida tiene esas cosas. Habitamos un mundo crepuscular, que se cuece en sus propias contradicciones y que podría estallar por los aires cualquier día. Mejor, pues, no dar nada por seguro. De hecho, resulta sorprendente la pasividad general ante el deterioro moral, institucional y político que se produce de manera sistemática ante nuestros ojos y que, si nadie lo remedia, acabará llevándonos antes o después al desastre. ¿Nos meterían en vena con las vacunas del covid algún gen borreguil? Nos han adormecido -especialmente a los jóvenes- a base de pan, circo y redes sociales, y deambulamos por la vida como una masa orwelliana sin criterio ni más expectativas que las de acceder al último bien de consumo. Todo un drama, del que tal vez nos apercibamos cuando sea demasiado tarde. Hemos llegado a un punto en el que nadie es ejemplo de nada; pero a mí me sigue emocionando la dignidad que percibo en los ojos de algunos inmigrantes, de esos niños que juegan sonrientes y de forma despreocupada en apariencia mientras llueven las bombas, de quienes mueren de hambre y sed en tierras yermas y dejadas de la mano de Dios, de la señora que va a la compra y, a pesar de cómo están los precios, tira de monedero para comprarle un chupete al bebé de una mendiga, aún más digna que ella en su pobreza. Todo ello frente a la soberbia, los abusos, la vileza, el despiporre y la degradación crecientes que se observan en una parte importante de nuestra clase política, de la que tantos españoles se avergüenzan. Habría que imponerles como penitencia que al menos un par de semanas al año pasaran de pudientes a mendigos, invirtiendo los roles sociales como hacían los romanos durante las Saturnales, para así medir de verdad su más que menguado termómetro moral. *Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba Suscríbete para seguir leyendo

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