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  • A miles de kilómetros de Kabul

    » Diario Cordoba

    Fecha: 21/10/2024 18:00

    Han pasado tres años, dos meses y 26 días desde aquel fatídico 15 de agosto de 2021, cuando los Talibán tomaron el control de mi ciudad, Kabul. Ahora, mientras camino por las calles de Valencia siento la brisa otoñal en mi rostro. No hay armas en las esquinas, ni explosiones, ni miedo en el aire. Pero aunque estoy a miles de kilómetros de mi país, Afganistán nunca ha estado tan cerca. Kabul sigue en mí, como una sombra que me acompaña donde quiera que voy. Cuando llegué a España, lo primero que sentí fue un profundo alivio. Había dejado atrás el caos, la incertidumbre y, sobre todo, el miedo. La sensación de libertad al poder caminar sin miedo por la calle a solas fue como un soplo de aire fresco. Aquí puedo estudiar, hablar con quien quiera, reír sin temor. Sin embargo, esta libertad viene acompañada de otra emoción: la culpa. Es difícil describir lo que significa estar a salvo cuando sabes que tu familia, tus amigas y amigos, miles de mujeres y otras chicas como tú aún viven atrapadas bajo el yugo talibán. Otros artículos de Parwin Dawari Al pensar que mis sobrinas, mis primas y mis amigas todavía siguen allí, donde ser mujer es un delito, (a veces) me siento muy culpable. Mientras yo asisto a clases y me integro poco a poco en esta nueva cultura, voy conociendo a nuevas personas y hago nuevas amistades, y vivo libremente sin tener miedo, ellas están enclaustradas, sin posibilidad de estudiar, de trabajar, o ni siquiera salir solas. A veces me pregunto, ¿cómo puedo disfrutar de esta nueva vida sabiendo que las suyas están en suspenso? Los primeros meses en España fueron una mezcla de emociones encontradas. Me sentía extraña, una extranjera en una tierra que no conocía. No hablaba ni una palabra de español, y aunque la gente aquí es amable, siempre sentía esa distancia. Me miraban, a veces con curiosidad, otras con lástima, y aunque no lo decían, sabía que veían en mí a la «refugiada afgana», la chica que había dejado todo atrás para huir de la condena de ser encarcelada por el delito de nacer mujer en Afganistán. Pero, con el tiempo, aprendí a agradecer esas miradas, porque me recordaban cada día que tuve mucha suerte de tener la oportunidad de salir y que tengo que luchar contra lo que está pasando en mi país con las mujeres y chicas. España ha sido un refugio, un lugar donde puedo reconstruir mi vida. Sin embargo, Kabul nunca deja de estar en mi mente. Veo las noticias cada día, tratando de saber qué sigue sucediendo en mi país. Las voces que me llegan desde allá son apagadas, llenas de desesperanza. Las mujeres que aún se atreven a protestar son reprimidas, encarceladas, y muchas veces desaparecen. La educación para ellas está prohibida desde hace 1.153 días , y aquellos pequeños pasos de progreso que logramos en dos décadas han sido borrados como si nunca hubieran existido. Pero aquí, a miles de kilómetros de Afganistán, sé que mi responsabilidad es seguir adelante. No solo por mí, sino por todas ellas. Cada día que asisto a clase, que aprendo algo nuevo, siento que estoy resistiendo. No soy la única. Cada mujer afgana que logra estudiar, que logra abrirse un camino en este nuevo mundo, es una semilla de esperanza para las que aún están atrapadas. Todavía me cuesta mirar hacia el futuro con claridad. No sé qué será de mi país, si alguna vez podré regresar, si Kabul volverá a ser la ciudad vibrante que conocí de niña. Pero lo que sí sé es que, donde quiera que esté, llevaré conmigo la historia de mi tierra, de sus mujeres, de su lucha. Nosotras, las que logramos escapar, no estamos aquí solo para vivir por nosotras mismas. Estamos aquí para recordar al mundo que Afganistán sigue existiendo, que sus mujeres siguen resistiendo, y que no podemos permitir que sus voces sean silenciadas. Suscríbete para seguir leyendo

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