Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Economía reproductiva

    » Diario Cordoba

    Fecha: 20/10/2024 14:24

    Los humanos, como muchos otros animales, poseemos mecanismos hormonales y genéticos que ayudan a controlar la procreación. Si nos remontáramos a cómo era la vida de nuestros más lejanos antepasados, veríamos cómo en épocas favorables con alta disponibilidad de alimento, las mujeres alcanzaban antes la pubertad, y sus probabilidades de quedar embarazadas eran algo mayores. En épocas menos propicias, la pubertad se demoraba y la fertilidad se reducía. A estos controles naturales de la población se añadían mecanismos culturales. Los bebes y los niños pequeños, que se desplazan lentamente y requieren mucha atención, eran una carga para nuestros antepasados cazadores-recolectores nómadas. La gente intentaba espaciar sus hijos en intervalos de tres a cuatro años. Las mujeres lo hacían amamantando a sus hijos continuamente y hasta una edad avanzada (dar de mamar continuamente reduce de manera significativa las probabilidades de quedar embarazada). Otros métodos incluían la abstinencia sexual total o parcial (reforzada quizá por tabúes culturales), el aborto y ocasionalmente el infanticidio. En la época actual, al menos en la sociedad occidental, ya no estamos tan condicionados por la disponibilidad de alimento y es difícil que el contexto ambiental llegue a determinar la procreación, pero hay otros factores culturales que hacen que sigamos queriendo controlar la natalidad y una solución sigue siendo el aborto. Sin ir más lejos, España registró 103.097 interrupciones voluntarias del embarazo en 2023, según datos del Ministerio de Sanidad. El embarazo no sólo se gesta en el cuerpo, sino también en la mente de la mujer y, lógicamente, le afecta tremendamente tanto estar embarazada como dejar de estarlo. Sin entrar a juzgar a quien toma esta difícil decisión, está claro que el aborto voluntario no es un plato de gusto y suele dejar secuelas físicas y psicológicas. Imaginemos que de una manera natural y espontánea se pudieran reabsorber los embriones sin tener que llegar a un recurso tan desagradable, sería un avance tremendo y se evitarían muchos sufrimientos. Pues bien, hay un animal que ha conseguido esta solución perfecta. Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de los mamíferos, la ovulación en el conejo no se rige por un calendario interno, sino que ocurre como respuesta al coito. Pero lo más sorprendente es que, a pesar de la gran mortalidad intrauterina que sufre la especie, nunca da lugar a la expulsión abortiva, porque se reabsorben los embriones. Reabsorción Este proceso de reintroducción en el cuerpo de la madre de los materiales orgánicos empleados en la formación del feto es muy rápido. Para los embriones de doce días, por ejemplo, se efectúa en 48 horas, y la reabsorción de los embriones muertos se realiza tanto si ha fenecido toda la camada como si sólo han perecido unos cuantos. Resulta evidente, por tanto, que mediante la ovulación inducida por el coito y la reabsorción de embriones inviables, la reproducción del conejo se efectúa de forma extraordinariamente económica, pues no se desperdician óvulos ni fetos, con lo que la pérdida de materia orgánica es mínima. Podríamos decir que han eliminado de un plumazo la menstruación y el aborto, situaciones cuanto menos incómodas o desagradables que sufren las hembras de nuestra especie. Las relaciones predador- presa han encauzado en gran medida la evolución de estos animales, manifestándose en tan singulares técnicas reproductivas. El conejo es la presa fundamental de los ecosistemas mediterráneos para una amplia variedad de depredadores, a menudo fuertemente amenazados, como el lince ibérico y el águila imperial. Se ha podido comprobar que más de 40 especies consumen ocasional o frecuentemente conejos como parte de su dieta. Así que, ante esta presión depredadora, los conejos han adquirido un eficaz sistema de reproducción que les permite multiplicarse intensamente: la gestación dura treinta días, y poco después del parto la hembra vuelve a entrar en celo, pudiendo ser cubierta de nuevo. Se estima que en primavera más del 80% de las hembras que amamantan crías se encuentran nuevamente preñadas. El número de crías por parto oscila, generalmente, entre una y nueve, pudiendo llegar hasta catorce. Y a lo largo de doce meses una hembra puede tener de cinco a siete camadas. Podemos calcular, por tanto, que una coneja podría dar a luz unas treinta crías anualmente. En el sur de España se han observado hembras en estado reproductor todo el año salvo a finales del verano, en septiembre-octubre. En un animal tan prolífico como el conejo, lo noticioso es encontrar una época donde los picos de reproducción desciendan. Densidad elevada Por las características reproductoras anteriormente señaladas, el conejo se ha mantenido en densidades poblacionales muy elevadas durante miles de años, situación que cambió con la llegada de las enfermedades víricas en el siglo XX: la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica. La posterior y paulatina recuperación de la especie presenta muchas desigualdades territoriales. El conejo es una especie controvertida con respecto a su conservación, y bien pudiera ser un caso único a nivel mundial, pues a ninguna otra especie se la considera una pieza clave y amenazada en una zona, como puede ser Sierra Morena, y, al mismo tiempo, una plaga que causa graves daños a la agricultura en otras, como en gran parte de la Campiña de Córdoba. Flor del estramonio. / J. AUMENTE

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por