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  • La Libertad Avanza y la lógica de la guerra

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 20/10/2024 11:50

    José Luis Zampa En medio de la pulseada por el presupuesto universitario, de los conciliábulos con “los gordos” de la CGT y de la entente de los radicales con peluca, el gobierno de Javier Milei avanza con rumbo decidido hacia un cambio de paradigmas en el plano internacional, alineado con el capitalismo occidental como si todavía estuviese vigente el escenario bifronte de la Guerra Fría. Según su perspectiva, subyace a nivel global una hipótesis de conflicto jalonada por el sorprendente crecimiento del capitalismo de Estado que desde la reforma instrumentada por Deng Xiaoping encarriló la economía china hacia un esquema de inversiones extranjeras zonificadas que, en cuatro décadas, convirtieron a la República Popular China en la potencia que es hoy. El problema es que China, cuyo gobierno fue varias veces alcanzado por la diatriba del presidente argentino, es uno de los principales compradores de los porotos producidos en la Pampa Húmeda y promete transformarse -en breve- en el cliente perfecto para consumir el litio atesorado por las montañas precordilleranas de Jujuy. La lógica binaria de Milei ubica a los mercados de Oriente en el lado oscuro de las fuerzas globales con el argumento (flojo y simplista) de que están gobernados por el enemigo comunista, mientras que con el mismo razonamiento abraza a las potencias de Occidente en la convicción de que, llegado el momento, el Tío Sam hará llover los dólares que le servirían a su gobierno para abandonar el cepo y atarse a la moneda norteamericana en nombre de la estabilidad cambiaria, tal como hizo el menemismo en los 90. Así las cosas, la Argentina puso todas sus fichas en el casillero del libre mercado, con el solo fin de dorarles la píldora a gobiernos que puertas afuera de sus límites territoriales pregonan la disolución de las barreras estatales en materia de comercio internacional mientras, en voz baja, protegen sus economías con el celo de los más cerrados nacionalismos. Sus referentes más citados son el norteamericano Donald Trump, el partido ultraderechista español Vox y la intransigente administración isrealita de Benjamin Netanyahu, todos de perfil conservador en el plano interno y, en general, interesados en las materias primas de un país que, como la Argentina, siempre se caracterizó por su vocación desarrollista para hacerse fuerte en el andarivel industrial como vehículo idóneo hacia la salida del endeudamiento crónico que hoy padece. Es decir, el presidente produjo un alineamiento con las potencias occidentales para asumir el liderazgo de las ideas libertarias más extremas, pero sin que su dogma antiestado haya proporcionado a la industria argentina (al menos hasta ahora) las condiciones mínimas que se necesitan para defender y consolidar la producción de bienes con valor agregado, con la consiguiente creación de empleo cualitativamente sólido. Las automotrices, las autopartistas, el calzado, la indumentaria y hasta las empresas de tecnología digital se hallan hoy desguarnecidas frente al arribo de competencia extranjera, recibida con brazos abiertos por la administración mileista sin que haya habido muestras de reciprocidad por parte de los supuestos aliados del libertario. Por lo que se sabe, las férreas barreras impuestas por el mundo desarrollado para los productos rioplatenses no han sido flexibilizadas, sino todo lo contrario. La Unión Europea, por ejemplo, se niega a comprar cosechas obtenidas en tierras previamente deforestadas. No es ninguna novedad que en países de la Unión Europea y en Estados Unidos las limitaciones para los productos argentinos son cuantiosas, razón por la cual -si bien la balanza comercial ha resultado favorable en los últimos meses- la cruda realidad es que Argentina le vende aluminio en bruto a Estados Unidos para que el coloso norteamericano le vuelva a vender el mismo material pero transformado en aviones. Los mercados consumidores de commodities y alimentos parecieran ser la única alternativa para un crecimiento exportador que inyecte divisa extranjera a la deprimida economía argentina, una posibilidad que Milei pareciera no valorar en su justa dimensión mediante constantes provocaciones verbales al gigante asiático gobernado por el Xi Jinping y al socio mercosuriano que, hasta nuevo aviso, es timoneado por su archienemigo dialéctico Lula da Silva. Sin embargo, el intercambio comercial que mantiene la Argentina con los distintos países del mundo se mantiene dentro de parámetros de normalidad. Todo indica que las bravuconadas del presidente de La Libertad Avanza son decodificadas como raptos de verborragia que no se traducen como interferencias en las relaciones económicas. Y esto es así gracias a que tales relacionamientos se despliegan en el campo privado, sin injerencia del Estado, lo que paradójicamente le otorga la razón al morador de Olivos: no importa que el jefe del gobierno se enchinche con sus pares, porque entre exportadores e importadores continúan entendiéndose y los negocios transcurren sin anomalías. El problema de fondo de la política exterior de Milei se bifurca en dos tópicos. El primero es que hasta ahora los capitalistas más admirados por el libertario (caso Elon Musk) no han puesto un solo dólar de inversión y se mantiene inalterable la tendencia extranjera a limitar las posibilidades de expansión industrial de la Argentina, considerada por las naciones más subyugantes como un aliado marginal de economía primarizada, solamente útil cuando se trata de obtener oleaginosas, forraje para cerdos, petróleo crudo, gas y litio. Mantener a la Argentina y a otras naciones emergentes en el redil de los productores de primarios desindustrializados ha sido históricamente la meta del capitalismo liberal que el presidente Milei abraza con devoción religiosa, aunque sin demostraciones de generosidad material que compensen la lealtad prodigada por un gobernante que, asido al ideario de la desregulación absoluta del comercio transnacional, se atreve a catalogar de socialista al grueso de las naciones aglutinadas en la ONU. Nunca antes un presidente argentino se había negado a suscribir un tratado internacional diseñado para proteger el medio ambiente del calentamiento global, como tampoco le había dado la espalda a un acuerdo en pos de los derechos de género. Todo eso ocurrió en las últimas semanas, mientras el embajador israelí, Eyal Selan, participa de las reuniones de gabinete de Milei en Balcarce 50, como si fuera un ministro más. Esta llamativa presencia del representante diplomático de Netanyahu en el círculo áulico del jefe del Ejecutivo argentino da pie al segundo tópico desventajoso de este análisis, pues rige desde hace algunos meses una alerta de posibles ataques de Irán a objetivos argentinos, según advirtió el servicio secreto israelí. Es decir, la Argentina ha abandonado su histórica neutralidad y tomó partido por un país en guerra mediante gestos concretos de fidelidad a la estrategia de las potencias occidentales. Igual que lo hizo Carlos Menem a principios de la década del 90, antes de que la organización terrorista Hezbollah hiciera volar la Embajada de Israel en 1992 y la AMIA en 1994.

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