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  • Un artista de Funes: "De pibe me trepaba al tocadiscos para ver si estaban los músicos adentro"

    » La Capital

    Fecha: 20/10/2024 11:04

    El pianista, bailarín clásico, cantante, actor, coreógrafo y productor artístico Rubén Celiberti, que triunfó en el mundo, vuelve a Funes y nuestro país con una nueva gira Rubén Darío Celiberti: "Me gusta mucho la introducción a la comedia musical, que les abre el panorama a todos los seres, hasta el que nunca cantó, que nunca bailó o nunca recitó nada" El Flaco Celiberti progatoniza una vida de película. Pianista, compositor, bailarín clásico, cantante, coreógrafo, actor y productor artístico, a los 60 años el rosarino Rubén Darío Celiberti ostenta una carrera meteórica, desde el Ballet del Teatro Colón a los principales teatros europeos y de Estados Unidos , de los que regresó ahora a hacer una gira con presentaciones en Funes, nuestro país y el continente, que anticipa en una entrevista de una hora con La Capital. “«Rubén: vos tenés que irte a Buenos Aires, al Teatro Colón», me decían las hermanas Parisio, en la escuela de danzas clásicas de Isabel Taboga, y tanto me lo dijeron que me tomé un ómnibus y concursé para Instituto Superior de Arte del Teatro Colón”, recuerda el multifacético artista rosarino Rubén Darío Celiberti. Camisa blanca, pantalón, chaleco y zapatillas negras, moñito y saco rojos, anteojos de ver y fisico de bailarín –con 63 kilos fibrosos– Celiberti revisa los mensajes del celular en una mesa de la vereda del bar “frente a la municipalidad”, donde luego hablará casi sin parar, después de despuntar el berretín por el baile con sus piruetas para la producción fotográfica entre las vías y el andén de la estación de trenes de Funes. Nacido el 1º de enero de 1964 en una casita de la calle Rubén Darío, del barrio de Arroyito, Rubén es hijo del mecánico de heladeras Juan Domingo Celiberto y del ama de casa Rosa Aurora Vizjarra, y nieto del italiano Rafaele Celiberto, fundador en 1901 de la primera cooperativa de lecheros, en Zavalla. “El apellido original, del 1.600, era Celiberto, de Chietti, Atesa. Mi abuelo Celiberto nació en Chietti, en el Abruzzo, a una hora y media de Roma. Después hay Celiberti porque cuando llegaban acá lo escribían como podían”, recuerda Rubén, a modo de carta de presentación. –¿Como era el trabajo de tu papá? –Mi papá trabajaba en la Whestinhouse, que en los años 30 comenzó a tener un gran auge con las heladeras Siam, que tenían una bolita en la manija. Mi papá empezó a arreglar esos motores, hablaba un poco de inglés por las instrucciones del armado de los motores. –¿Cómo fue tu infancia en Arroyito? –Cuando era chico yo decía que la calle Rubén Darío era mía. Y me bautizaron en la (Iglesia) Perpetuo Socorro. Iba a la escuela que tenía al lado y mi maestra de piano, Titi Brunatto, estaba enfrente. A los cuatro años cruzaba y estudiaba piano con ella, que me enseñaba con colores. Me acuerdo que mi papá le regaló un pianito de juguete a mi hermana, que tiene un año más que yo, y a mí un Pato Donald, de plástico. Y yo agarré el piano, enseguida toqué el “Que los cumplas feliz” y mi papá, con las manos engrasadas, me dijo: “Pero vos sos un artista”. Entonces me mandó a aprender piano y me compró un estéreo, que era un todadiscos marca Winco, donde me hizo escuchar las voces de Caruso, Gilli, María Calas, los valses de Straus, Frank Sinatra, Carlos Gardel, la música napolitana, la francesa con Edit Piaf, y ahí yo me trepaba a este tocadiscos para ver si adentro estaban los músicos –¿Allí comenzó tu historia? –Ese fue el comienzo de la historia y había una maestra de canto en el Centro Catalán, donde yo estudiaba la jota aragonesa y los chotes madrileños, donde empecé a cantar y a bailar, y a los cinco años, sin micrófono, sin nada, toqué el piano en el Teatro El Círculo para el público. –¿Esto era innato? –Creo que sí. Nosotros no somos un cuerpo, nosotros vivimos en un cuerpo. Creo que yo vine sabiendo todo esto. Yo no elegí hacer esto. –¿Hubo un día en tu vida en el que dijiste: “Quiero ser esto”? –No. Yo no tengo techo: yo tengo el cielo. Yo hago lo que quiero. Y dependo de mí, no dependo de nadie. Puedo armar grupos. Quiero hacer fotos, elijo, me eligen. Hay acuerdos para hacer cosas. >> Leer más: Cómo se gestó la primera película filmada en Funes –¿Cómo llegaste a estudiar en el Colón a los 15 años? –Yo estudiaba danzas clásicas con Isabel Taboga, en su escuela de Rosario, y las chicas que estaban ahí, las gemelas Gilda y Silvia Parisio, muy famosas, y tanto me lo dijeron que un día con casi 15 años me tomé un ómnibus y me fui a concursar para entrar al Instituto Superior de Danzas del Teatro Colón. Y entre 900 chicos que venían de todo el país y de países vecinos, quedó uno: yo. Te lo cuento y me emociono. –¿Cómo hiciste para vivir en Buenos Aires con 15 años? –Yo era menor de edad, pero no me quería volver, entonces mi papá me dijo: “Bueno, andate”. Me acompañaron a la estación de trenes, parecía un filme napolitano. –¿Parecía que te ibas a Europa? –Sí, por cómo me despedían. Durante un mes viví casi en la calle porque no me aceptaban en los hoteles. Dormía en la Estación de Once, en Buenos Aires, y a la mañana me iba al Teatro Colón a estudiar. Y comía lo que podía, lo que había. En la Argentina siempre se come rico. –¿Cómo hiciste para abrirte camino en la gran ciudad? –Tocaba el piano y empecé a acompañar las clases de danza, entonces así empezó a entrarme dinero. Después conocí a Sergio Velázquez, un salteño de 22 años, que me dijo: “Rubén, ¿dónde vivís?” «En la calle». “¡Cómo! Decile a tu papá que me firme un documento como tutor y venite a vivir a la pensión”. –¿Cómo era la pensión? –La pensión quedaba a una cuadra de la Estación Boedo del subte, era administrada por una viejita y tenía una parra saguanera. –¿Cómo siguió la historia? –A las pocas semanas conocí a Julieta Magaña, a Juan Leyrado, a Raúl Risso, a la gran bailarina Liliana Belfiore, que en ese momento era directora del Teatro Colón y me ayudó muchísimo. Y a un montón de gente, que enseguida me adoptó. Yo era el Chiquito Rubén: tocaba el piano, trabajaba en el Teatro Colón, hacía teatro abierto, danzas abiertas, los programas infantiles con Julieta Magaña hasta que a los 19 años me quise ir de Argentina. celiberti 2.jpg Virginia Benedetto / La Capital –¿Cómo hiciste para llegar a Europa? –Cuando yo tenía 19 años llegó Rudolf Nureyev, el mayor bailarín clásico de todas las épocas, con su compañía al Teatro Colón. Empiezan a entrenarse con los ejercicios de danza y estaba el piano, pero no estaba el pianista. Me senté al piano y acompañé la clase. Rudolf, a los dos minutos, vino al piano y me dijo: “Excelente. Se vé que también sos bailarín”. Y no se movió del piano, nos pusimos a charlar y me dijo: “¿Qué querés hacer?” «Me quiero ir». “¿Dónde?” «Me gustaría ir a París». “¿Cuándo?” «Mañana». “Bueno: trabajás conmigo una semana y dentro de 10 días te vas a París”. Y me fui. -¿Cuándo te fuiste a París? -El 2 de agosto de 1983, con la ayuda de embajador argentino, Archibaldo Lanús, que todavía vive. Y ahí conocí al padre de Mónica Caendanver; a Paloma Picasso, la hija de Pablo Picasso, y fui bailarín de la Compañía Nacional de Marsella, de Roland Petit. Y ahí empecé a laburar y laburar hasta hoy, que no paré. -¿En los 90 estuviste en el top ten de los bailarines del mundo? -Sí, cuando empecé a hacer baile clásico en los 90 estuve entre los 10 mejores bailarines del mundo. Gané el premio internacional de la Danza Serge Lifar, en París; el premio de la Danza Positano, en Italia, otorgado por Rudolf Nureyev, y soy miembro del Comitado Internacional de la Danza, patrocinado por la Unesco. Estaba en la danza clásica, pero dije: “Yo también canto y actúo y toco el piano”. Entonces pensé: “Esto no es menos, esto es más”. A la danza le sumé el piano, le sumé el canto y creé un showman, que creo que no hay en el mundo. ¡Qué humildad! "Soy un artista de la vida" -Sos pianista, compositor, bailarín clásico, cantante, coreógrafo, actor y productor artístico. ¿Cómo te definirías con una palabra? -Artista de la vida. -¿Sos un personaje por lo ecléctico? -Sí, podría interpretar alguna obra de Shackespeare. En estos espectáculos que estoy haciendo cuento lo mío. No es algo que viene escrito por otro. Soy el autor de mi libreto. >> Leer más: Funes: "Soy actriz desde muy chiquita: me disfrazaba de la Mujer Maravilla" -¿Cuál es la clave para mantenerte en forma? -Reirte mucho, adelgaza. Hacer tres o cuatro horas de ejercicios por día te ayuda a mantenerte bien. Son muchos años. Ahora puedo tomarme dos o tres días. Ahora hago menos horas de entrenamiento porque también hago canto y management, administración, me comunico con Africa, con Oriente, con Europa y con Estados Unidos porque también soy americano. Manejo el globo como un caramelo en la mano. No me contagié en la pandemia, no tuve un tumor, no tengo un carajo -¿Cuál es el secreto? -Hacer lo que te gusta. Quejarte poco y hacer más. Quien se queja mucho le falta algo de acción. No esperar que el gobierno te soluciones las cosas sino sos vos que tenés que hacer algo para resolverlas. Menos queja y más movimiento. Esa es a solución: no ponerte un techo, no le des el cielo a nadie y no recibas órdenes de nadie, o si las recibís entrá en el juego, pero no le des el cielo al diablo. Ser libre, crear, la vida es un juego, pero si no hay barreras deja de ser un juego. Y todos queremos hacer goles. Y hagas o no hagas goles, lo importante es no abandonar el juego. -¿Cómo es un día tuyo? -Maravilloso. Me levanto a la 7, ya me despierto y estoy con internet viendo algunos mensajes que sean interesantes, enseguida tengo una agenda más o menos ocupada, después hago gimnasia en Funes con un muchacho que se llama Jorge y hago un poquito de pesas; después hablo con mi manager, que está en Buenos Aires, con el que estamos organizando una gira por algunos teatros municipales y casinos del país; organizando mis viajes al Ecuador y a los Estados Unidos e Italia del año que viene, y tengo muchas cosas que manejar en todo el día. celiberti 3 .jpg Virginia Benedetto / La Capital -¿En una época te entrenabas ocho horas diarias en danza clásica? -Mucho más. Cuando yo trabajé con Román Petit, el gran coreógrafo francés, hacíamos 225 funciones al año en toda Europa, Japón y Latinoamérica. Empezábamos a las 10 de la mañana y terminábamos a las 10 de la noche. Con Lino Patalano, cuando hice el gran éxito en Buenos Aires con Eleonora Cassano, hacíamos siete funciones de martes a domingo y dos el sábado, Los dos teníamos 14 cuadros, cantaba, bailaba, tocaba el piano, andaba en patines, agarraba las castañuelas y hacía zapateo americano, no paraba. Con música de Alberto Favero; Ricky Pastus, que hacía la coreografía, y así trabajábamos todo el año. -¿Por qué dijiste que el Abasto porteño es como Tita Merello? -Porque a pesar de que muchas cosas del pasado ya no están, todavía conserva algún pedazo de alguna vereda; algún olor de la verdulería; algunas personas, que serían los nietos de esa gente que estaba ahí, que también conservan esa identidad y esas características físicas en la manera de hablar. Hay una dinámica canyengue. Cuando escuchás a la Tita decir: “Se dice de mí... se dice que soy chueca, que camino a lo malevo...” Una diosa. -¿Y por qué le querés poner otro color al tango? -El tango ya tiene sus colores. Lo que pasa es que hay muchos tipos de tango: está el tango que se llora, el tango que se lamenta, el tango que protesta, el tango triste. Y después está el tango de Horacio Ferrer y Astor Piazzola, que es el que le dioi la sonrisa al tango. “Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué... viste. Bajás por Arenales...” -¿Ese color le querés dar al tango? -Tal cual: “Amo a los pájaros perdidos...” Es todo lírico. El otro es: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé” También está el tango melódico como “El día que me quieras”, que también tiene una sonrisa. Si no el tango es muy quejoso: “Volver, con la frente marchita...” -Dolina dice que la tristeza no deja de ser bella. -Tiene razón. El teatro tiene dos máscaras: están la máscara de la felicidad y la máscara de la tristeza. Las dos son diferentes, pero las dos tienen el mismo peso. El arte es eso: es comedia y es drama. Es tragedia y es felicidad y alegría. Es el cómico que tiene las dos caras: es la belleza de la tristeza y la belleza de la alegría -¿Cuál es tu vínculo con Funes? -Mi papá de a poco se fue haciendo una casita en la calle Los Claveles al 1800, Los Claveles y Sarmiento, con mucho sacrificio. Acordate que en esa época los pobres éramos casi como la clase media de ahora. Mi papá laburaba de lunes a lunes. Iba al Hospital Centenario porque si no los cadáveres que conservaban se les hacían pelota. Las heladerías en el verano cuando había un problema llamaban a mi papá. Mi papá era la emergencia y viajaba todo el tiempo: era el médico de la refrigeración. celiberti 4.jpg Virginia Benedetto / La Capital -¿Esta vuelta a Funes es cerrar el círculo de tu vida? -¡Mirá cómo lo entendiste! Sí, porque mucha gente me dice: “¿Volvés acá?” Viste que todo el mundo dice que hay quilombo. Bueno: a mí me encantan lo quilombos, me encanta la miseria porque me gusta ayudar, me gusta pelearla, quiero ayudar a los chicos indigentes, pero no porque haga política ni nada, quiero colaborar con eso. Me da mucha felicidad que en medio de tantas personas haya uno que me haga una sonrisa y que de esa gente nazca una estrella. Yo sé que en esos seres hay algo y es fabuloso poder encontrarlo. Me gusta estar con familias a las que pueda motivar desde el arte poque la gente está pidiendo comida, pero también donde hay arte hay emoción. No se puede aprender si estamos tristes, no se puede mejorar la vida desde la apatía, no se puede avanzar desde el antagonismo. Siempre necesitamos un mínimo de interés, de entusiasmo. Yo patinaba en el barro. Si te gusta bailar o jugar a la pelota. Como esa chica que se pone la cortina de la casa para hacer algo Y eso es muy importante porque ahí le estás abriendo el camino a un ser chiquitito que el día de mañana puede explotar. -¿Cuál es tu idea para concretarlo? -Me gusta mucho la introducción a la comedia musical, que les abre el panorama a todos los seres, hasta el que nunca cantó, que nunca bailó o nunca recitó nada. En la introducción tengo el material y la tecnología para empezar a descubrir cosas con tu voz y con tu cuerpo para que te inicies en todas las artes juntas: cantar, interpretar, bailar y por ahí descubrir cosas que tenías archivadas y de pronto salen a la luz.

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