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    Fecha: 20/10/2024 01:52

    Perder altura. Bajar. Pasar de una categoría a otra. Cambiar de nivel. Caer bajo. Descender. Es como el fútbol. Ver de un día para el otro, cómo perdemos ubicación. Sin ánimo ni ganas de superarnos. Claro, nuestra decadencia se viene de lejos en todo sentido, como vestigio de las cosas que no debimos ni supimos hacer. Entregados a partidos políticos, que en su esencia el populismo afloraba sin motivo alguno para sentirnos orgullosos. Algunos lo definen al cambio violento, de actitud, de pensamiento civil, como una bomba neutrónica dejando al descubierto, vicios de pobreza en que el espíritu que otrora impeliera no responda a sus mandos naturales, de coherencia, prudencia, ejecutividad, perdido de buenas a primera la fortaleza por emprender el cambio. Esta decadencia argentina, hoy, a la inversa de lo que la Universidad supo darnos Premios Noveles. Cinco en total, marcándonos como el país latinoamericano con más lauros de esta especie: Carlos Saavedra Lamas, Bernardo Alberto Houssay, Luis Federico Leloir, Adolfo Pérez Esquivel, y César Milstein. Por suerte, existen críticos cuyas observaciones nos permitirán tal descenso que desde la Iglesia se la juegan, como el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor García Cuerva que trata de hacer entrar razón a los descreídos. No olvidar, mantener latente sin política como mascarón de proa, justo y coherente en cada una de sus alocuciones. “La pobreza son rostros de los hermanos sufriendo.” “Se buscan culpables y no soluciones”. “Buscar ayuda es negar a rendirse. ”No nos rindamos a ser hermanos, a buscar soluciones juntos.” Argentina perdió ese brillo de aniquilar la decadencia, cuando entonces recuperarnos era consigna que la autocrítica nos marcaba a fuego, y no como ahora viendo las cosas que subsisten por empecinamiento, o por no “echar mano a la motosierra” a fondo, pero no queda otra. Se hace haciendo. Las palabras de los candidatos sólo encandilan. Construir desde el cimiento mismo aferrados a la tierra. Poner uno por uno los ladrillos de la República. Preparada para no descender. Luchar porque los principios sean costumbre y razón. Leía con pavor, que Argentina aumentó la depresión más del 150%, específicamente en niños y adolescentes, por exacerbada ansiedad y adicción a la tv. Son velos de engaños que modifican aparentemente una mirada panorámica sobre una sociedad con sustitutos sin soluciones reales. Para ver en qué andábamos los jóvenes antes la decadencia estructural argentina, hacíamos de la educación nuestra coraza; los sábados siempre iguales pero sustanciosos, nos regalábamos un disco y algún libro, ya que todo lo impreso se leía con una sed de conocimientos que redundaba en el resto. Decía una encuesta que hay por allí, hoy la gente a lo que más le tiene miedo es a la desocupación, seguido por la corrupción, por dos causas desencadenante de un estado óptimo, el uno resultante de lo otro La mediocridad reinante prostituye las buenas ideas tornándolas un paraje desolado, árido y sin recupero. Leer con regularidad es abrir una cuenta que va más allá de lo imaginado, que rompe lo previsto y que como una metralla hace polvo la ignorancia, nos devuelve la imaginación. Haber llegado al descenso es mirar de abajo la vida, y el puesto perdido es una asignatura pendiente recuperarlo cuesta sudor y lágrima más ética, porque si es fácil caer, lo es mucho más tener la suficiente resiliencia para poder recuperarlos. Levantarnos por segunda vez, es titánico y hacerlo es un milagro que se merece ponderación, pero más que nada voluntad y fuerza. Hay cifras que lo destruyen todo, su sola elocuencia nos canta la verdad al oído: 52,9% de pobreza, es un récord que no sabemos si se llegó hasta allí es porque nos empeñamos en romper mediciones, o bien en marcar para arriba antes que derribarlo para que descienda de una buena vez. El descenso en su justa medida es disciplina plena, castigo merecido de lo que no se debe hacerse. Más que nada, es el fin principal, tener amor propio por arremeter y transformar la decadencia para siempre, en un país con orgullo y principios, luchando a brazo partido por su bienestar. “Jugar en primera” tiene sus ventajas: notoriedad, firmeza de palabra, entidad como país, “campeones” si se quiere transpirando la camiseta, actuando en equipo, tener la clara idea y la predisposición que frente a nosotros tenemos al oponente, es a su arco que debemos embestir, con la voluntad altiva y la decisión firme que lo aprendido nos sirva de lección. Recuperar el país es recuperar nuestra casa. Volver a ser como alguna vez lo fuimos. Optemos por el trabajo y el estudio antes que el discurso que no sirvió para nada. Se hace haciendo. Las palabras vacías de los candidatos sólo encandilan. Construir desde el cimiento mismo aferrado a la tierra. Poner uno por uno los ladrillos de la República. Preparada para no descender. Luchar porque los principios sean costumbre y razón.

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