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  • Aires de primavera

    » Diario Cordoba

    Fecha: 18/10/2024 11:39

    Nos interpeló y conmovió a todos la intervención del obispo comboniano Juan José Aguirre, con su mochila -inasequible al desánimo- de 44 años en tierras de África, en su pregón del Domund que celebramos este domingo. ¿Cómo hemos llegado tan lejos los misioneros?, se preguntaba: «En lugar de gritar, hablamos. En lugar de huir, buscamos soluciones». Lejos de una miope visión eurocéntrica, las palabras del prelado cordobés subrayan la universalidad y vitalidad de la Iglesia con sus más de 70.000 misioneros no europeos presentes en todos los continentes, a los que se suman los casi 10.000 españoles y los 196 cordobeses. El ejemplo de este obispo, que arriesgando su vida acogió en el seminario de su diócesis de Bangassou a 2000 musulmanes perseguidos, es una semilla de esperanza, una llamada a la dignidad insustituible e insobornable del ser humano, que nos sonroja en tiempos de náufragos, muros y vallas; que nos interpela más allá de la palabra; que cuestiona nuestras seguridades con el testimonio de quien navega sin ninguna de ellas, cuando comenzó su travesía en la localidad de Obo en la república Centroafricana, rodeado de selva a 7 días en coche del primer teléfono o médico. Que derriba nuestros miedos y vacilaciones frente a tantos prejuicios y estereotipos; que ordena nuestras prioridades y cambia nuestras certezas. Como señala el papa Francisco, «en tierras de misión se respira un aire de primavera», de encuentro y acogida, de escucha y acompañamiento, de compromiso social y proyectos de desarrollo humanos con los más débiles y vulnerables de todas las sociedades y latitudes. Ejemplos como Isabel trabajando en un hospital de Yaounde, o Rafael Cob surcando el Amazonas de Perú con su canoa, o construyendo escuelas en el Himalaya como José Alfaro, o Lucía junto a los pigmeos Baka, o Primi y Vera en las calles de Bombay, y tantos otros en Siria, en el altiplano de Bolivia, en el corazón de Gaza o el Timor Oriental, en Papúa o entre el horror de la guerra en Jartúm. Cuidando de leprosos y huérfanos, acompañando a jóvenes adictos, colaborando en las cosechas o en los cafetales, o en los suburbios pestilentes de Nairobi o sirviendo de escudos humanos de los más débiles ante la amenaza de las metralletas de la intolerancia, rescatando de la calle a niñas prostituidas, atendiendo a ancianos o en hospitales psiquiátricos, siendo la última esperanza de personas desahuciadas en dispensarios construidos entre bombas, poniendo vendas de amor en unas sociedades ciegas de odio. Levantemos la mirada y que nuestros gestos reconozcan tanta generosidad. Suscríbete para seguir leyendo

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