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    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/10/2024 02:50

    Ante la pregunta de a quién se identifica como el principal referente de la oposición a Milei, uno de cada dos encuestados dice que “ninguno” Foto: Reuters/Matias Baglietto) Uno de los principales interrogantes que se plantean los distintos analistas en el presente contexto tiene que ver con la tolerancia social al ajuste promovido desde el gobierno nacional. Surge así la sorpresa para buena parte del círculo rojo ante el hecho de que, más allá de que las distintas encuestas coinciden en registrar una caída en la imagen del presidente durante las últimas semanas, no es menos cierto que conserva una base de apoyo muy significativa. Cuando uno analiza los estudios cualitativos para tratar de dar cuenta de los argumentos en base a los cuales se sustenta esta base de apoyo, si bien de una parte prevalece la idea de que este ajuste era inevitable con independencia del gobernante al que le hubiera tocado asumir el pasado 10 de diciembre, otro de los fundamentos desde el que se sostiene el apoyo a Milei parte de la premisa de que “enfrente no hay nada”, como se evidencia desde los registros obtenidos en distintos grupos focales. Es decir, la ausencia de una alternativa opositora consistente que permita visualizar una hoja de ruta alternativa hacia el futuro. Y en ese contexto la pregunta ineludible es dónde está la oposición. Parecería que todavía no ha logrado reponerse del shock que ha significado el triunfo del líder libertario en el ballotage del año pasado. Mucho menos se ha planteado en su seno una autocrítica respecto de las causas de su marcado declive y que aparece como una de las grandes asignaturas pendientes. Se impone así la necesidad de analizar este vacío de representación y esta falta de una dinámica más proactiva desde el arco opositor. Al respecto, quisiera aventurar una hipótesis de aproximación para dar cuenta del actual estado de situación, que tiene que ver con el creciente gap existente entre la configuración formal del mapa opositor y la conformación de las identidades reales de los protagonistas de los distintos espacios políticos que lo componen. Bajo esta premisa, podría considerarse que las banderas políticas bajo las cuales se encuadran los distintos dirigentes parecen en muchos casos operar como un corsé antes que como el respaldo de adhesión a un conjunto de ideas y ejes programáticos definidos. Más aún, podría afirmarse incluso que existe una mayor afinidad ideológica entre referentes de distintos espacios políticos antes que con sus pares del mismo partido o de la coalición de la que participan. Pocos dudarían en afirmar, por ejemplo, la mayor sintonía ideológica percibida entre Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Juan Schiaretti que la que podría registrarse entre cada uno de ellos y buena parte de los referentes del PRO, la UCR y el PJ, respectivamente. Cuando uno analiza el mapa opositor en sus distintas variantes, lo que prevalece son las diferencias y las tensiones al interior de cada uno de los espacios. Ello es válido para el panperonismo, ya sea en creciente tensión entre el kirchnerismo y el “peronismo responsable”, parafraseando a Jorge Asís. E incluso dentro del propio kirchnerismo podemos hoy visualizar cómo se ha ido profundizando la grieta entre el liderazgo de Máximo Kirchner y el gobernador Axel Kicillof, con aspiraciones presidenciales. Ni hablemos de radicalismo, donde la batalla, como plantea el politólogo Andrés Malamud, entre aquellos que representan un ethos metropolitano versus quienes se inscriben en una orientación más federal, parece irreductible y sin posibilidades de retorno. Y qué nos queda en las filas del PRO, con un presidente como Mauricio Macri, que trata de surfear las olas en ese delicado equilibrio que resulta de sintetizar el desafío de acompañar al oficialismo nacional, procurando mantener cierta distancia al mismo tiempo. Ello se traduce en que muchas veces el PRO luzca carente de un posicionamiento claro y se perciba en una suerte de “no lugar”. Se trata, ni más ni menos, que el espacio que ha venido experimentando una tensión entre el sector representado por el ex alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta y la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, a la que en buena medida los adherentes del partido amarillo sindican como una de las causas principales que explica la baja performance de dicha fuerza política en los comicios del año pasado. Dado este panorama, no sorprende la ausencia de una alternativa consistente cuando se bucea en aguas no libertarias. Ello explica que, tal como se desprende de distintas encuestas, ante la pregunta de a quién se identifica como el principal referente de la oposición, uno de cada dos encuestados se inclina por la opción “ninguno”. Tal vez sea hora de someter a revisión este mapa y apelar a un sinceramiento por parte de los principales actores del universo opositor. Una posibilidad sería repensar y, consecuentemente, redefinir la configuración política en base a nuevos clivajes, que sintonicen con las demandas de una ciudadanía en la cual el vacío de representación se presenta como un reclamo y una ventana de oportunidades al mismo tiempo. El rol del Estado podría constituirse en ese sentido como un eje capaz de vertebrar nuevas configuraciones de alianzas. Desde allí, podría avanzarse en el planteamiento de una agenda superadora que permita superar la antinomia anacrónica entre Estado gordo y Estado flaco, en favor de una discusión más ambiciosa y estimulante en base a la cual analizar una dicotomía superadora entre un Estado bobo o un Estado inteligente, donde primen criterios de igualdad de oportunidades, equidad y justicia social. Se trata, ni más ni menos, que de volver a las fuentes procurando generar una agenda orientada a ofrecer mejores bienes y servicios públicos para mejorar la vida de la gente. ¿De qué sirve la política si no? Una oposición sólida contribuye al fortalecimiento de la democracia. Esperemos que alguna vez la dirigencia pueda estar a la altura de las demandas de la sociedad. Por ahora, la viene corriendo desde atrás.

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