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    Concepcion del Uruguay » La Calle

    Fecha: 13/10/2024 16:39

    El presidente de la República y sus más conspicuos adláteres están llevando adelante un ataque sistemático contra la industrialización de nuestro país. Es un ataque teórico y práctico. Porque no solo toma medidas concretas para destruir la industria nacional, especialmente las pymes, sino que además lo teoriza, apoyándose en argumentos obsoletos de principio del siglo XX, que reivindican el modelo agroexportador. Hacía décadas que no se escuchaban brulotes como: “Para proteger a la industria se le robó al campo”. Es un textual del presidente en el acto por el Día de la Industria en la UIA, el 2 de septiembre de 2024. Esto es una acometida directa al peronismo y a su ente estrella, el IAPI (1946-1955), cuya misión era capturar una parte de la renta agraria para financiar la industrialización del país. Dicho sea de paso, una fracción de esa renta, también se distribuyó intra sector agropecuario: de ahí se financió a los más de 50.000 arrendatarios rurales para que se convirtieran en propietarios de sus tierras. Días antes, José Luis Espert clamó por “retenciones cero a las exportaciones y que (Milei) tire a la basura la sustitución de importaciones”. Retenciones cero hubo con Menem y Cavallo: fue la época del mayor industricidio de nuestra historia y cuando más productores se fundieron. Las experiencias de apertura indiscriminada a la inversión privada externa y de desprotección del mercado interno fueron un rotundo fracaso. No hay inversión extranjera que venga a desarrollar el país para bienestar de sus habitantes: cuando vienen, lo hacen en su propio beneficio. La industrialización siempre es un proceso autóctono, indisolublemente unido a la soberanía. El planeta sojero El modelo agroexportador nunca mejoró la calidad de vida de la población. Ni siquiera cuando la actividad agropecuaria era casi excluyente, y la Argentina tenía apenas 8 millones de habitantes (Censo Nacional de 1914). Aquel modelo agrario era un gran demandante de mano de obra, porque solo funcionaba con brazos humanos y se araba a caballo, pero ni en ese marco fue inclusivo, por lo que debió reprimir a mansalva. Las masacres de la Forestal, la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, los asesinatos de Napalpí, la Liga Patriótica o la Ley de Residencia lo explican. No mejoró la calidad de vida en aquel tiempo, menos lo va a hacer hoy, cuando la agricultura de precisión hace estragos en la generación de empleo. A principios del siglo XX -con tracción a sangre- se necesitaba una persona para trabajar 25 hectáreas de tierra. Hoy hace falta una cada 600 hectáreas. Los defensores del modelo agroexportador parten de la premisa de que en Argentina sólo merecen habitar productores agropecuarios y empresas agroexportadoras. Es el modelo a la uruguaya: el que entra, entra; y para el resto hambre, miseria o emigrar. Pero en Argentina el sol sale para 47 millones de personas, no se puede propiciar un modelo económico solo para 10.000 terratenientes, 10 exportadoras de granos y 80.000 sembradores de soja. Ese planeta sojero, base estructural del modelo agroexportador de hoy -incluidas sus cadenas de elaboración-, no pueden dar trabajo y bienestar al conjunto. Sin industria diversificada que sustituya importaciones, ahorre dólares y demande mano de obra pagando buenos salarios, no hay una Argentina viable, próspera, donde “entremos” todos/as. Lo viejo que olvidamos Discutir como nuevas las ideas del siglo pasado no es una novedad histórica. Decía Rose Bertin, la modista de María Antonieta, que lo nuevo es lo viejo que olvidamos. Por lo tanto, la reivindicación idolatrada del modelo agroexportador está dentro de los cálculos del reciclaje ideológico de la ultraderecha. Por supuesto, el coro agrario neolítico, cuyo representante más conspicuo -la Mesa de Enlace- sale en pleno a bancar a Milei. Lo que sorprende es la falta de reacción política. Buena parte del pensamiento agrario se “menemizó” y asume la primarización de la economía con la misma lógica que Milei: al “campo” hay que darle todos los gustos. Y a eso lo llaman reconciliarse con el sector o tener política agraria. Cuando el Frente de Todos presentó el proyecto de Ley de Fomento Agrobioindustrial (2021) no fue otra cosa que hacerle poner la cara al peronismo para una política desarrollista en beneficio de las grandes empresas. El campo nacional y popular debe enterrar sus manos en el barro de la historia y -como dice Jorge Giles- politizar la historia e historizar la política. Así sabremos que el “agua pasada no mueve molinos”. Pero sí, marca caminos. (*) Productor agropecuario. Ex dirigente de la Federación Agraria Argentina.

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