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  • Ramón Castillo, el presidente que mantuvo neutral al país en la Segunda Guerra Mundial y murió con 47 pesos en el banco

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/10/2024 03:32

    El catamarqueño Ramón Castillo primero hizo carrera en la justicia y luego en la política Nació en Ancasti, Catamarca, el 20 de noviembre de 1873, en una casa a metros de la plaza y a la vuelta de la iglesia, en una familia de catorce hijos que se dedicaba a la cría de mulas. A lo largo de su vida, Ramón Antonio Castillo se desempeñó en la justicia, fue legislador, ministro y el único presidente del país que tuvo su provincia. Sus nombres completos eran Ramón Antonio, pero para evitar las cargadas típicas de la juventud que solían decirle “Ramona”, reemplazó la “A” por la “S” como segundo nombre, y que en realidad no significa nada. Luego de estudiar en el Colegio Nacional de Catamarca, a los 18 años viajó a Buenos Aires, donde se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Sus inicios fueron en los tribunales de la Capital Federal, empezando como meritorio y transitando toda la carrera judicial hasta llegar a juez y camarista. Se retiró de la abogacía en 1918. Fue profesor y decano de Derecho entre 1923 a 1928 y después continuó dando clases, pero ad honorem. Es autor de distintas obras, de la que se destaca un Tratado de Derecho Comercial Casado en 1903 con Delia Luzuriaga, tuvo seis hijos: Ramón, Horacio, Delia, María del Carmen, Jorge y Héctor, estos dos últimos mellizos. Castillo tenía 65 años cuando fue vicepresidente, pero aparentaba ser mayor. A su lado el presidente Ortiz (Revista Linterna) Su primer cargo público fue en 1924 como Administrador General de Impuestos Internos, durante la presidencia de Alvear, y cuando fue el golpe del 6 de septiembre de 1930, fue por unos meses interventor en la provincia de Tucumán. Especializado en legislación sobre quiebras, entre 1932 y 1935 fue senador nacional por su provincia. Durante el gobierno de Agustín P. Justo fue ministro de Instrucción Pública y Justicia y después del Interior. Ejerciendo esta última cartera, debió lidiar con diversos negociados que tiñeron de corrupción aquellos años, como la concesión a la CHADE y aún la estafa de los niños cantores de la Lotería Nacional, la punta de un iceberg que ocultaban oscuros negocios de dinero desviado a otros fines. A la hora de definir el binomio presidencial que se debían presentar a las elecciones de 1938, su candidatura a vicepresidente surgió de una compleja negociación, en la que se intentaba frenar el ascenso de figuras que pudieran hacerle sombra al general Justo, quien pensaba en un futuro volver a ser presidente y que manejaba los hilos de la política. Entonces se decidió que quien acompañase a Roberto Marcelino Ortiz fuera Castillo, quien en un principio se negó, aunque luego accedió para evitar el ascenso de otro candidato, el cordobés Miguel Angel Cárcano. Cuando aceptó ser candidato, renunció a sus cargos en el gobierno. Por el escándalo de la venta de tierras de El Palomar, Ortiz presentó la renuncia, y el Congreso se la rechazó. El presidente ya estaba muy enfermo, deprimido por la muerte de su esposa Según las descripciones de la época, era una persona de baja estatura, delgado, de cabello blanco, que con 65 años, aparecía como una persona mayor y no era tan conocido en el mundo de la política. En los comicios generales de septiembre de 1937, la fórmula Ortiz-Castillo obtuvo 1.100.000 votos, mientras que la radical de Alvear-Mosca, la fórmula radical 815.000. Conservador de vieja cepa, no estuvo de acuerdo con ideas que traía el presidente Ortiz, del sector antipersonalista de la UCR. Si bien había llegado al poder mediante el fraude, el primer mandatario se había propuesto transparentar las prácticas políticas. “Son la cobardía individual y colectiva que se consuman mediante el abandono de la función fiscalizadora, mediante la adulteración de la voluntad popular, las únicas causas que estimulan las ideas malsanas y que permiten que la expresión electoral legítima sea torcida por organizaciones antidemocráticas”, sostuvo en el lanzamiento de su candidatura. El escándalo de las tierras del Palomar, donde se comprobó que el Estado había pagado abultados sobreprecios para lo que se habían sobornado a funcionarios y a legisladores nacionales, fue un mazazo para Ortiz, quien intentó presentar su renuncia. Indicó ir a fondo con la investigación. Ortiz no estaba bien de salud. Sufría de una grave diabetes, perdía progresivamente la vista y el 3 de julio de 1940 delegó la presidencia en su vice Castillo. Cuando la enfermedad del presidente ya era irremediable, renunció el 27 de junio de 1942 y así Castillo se transformó en presidente. Ortiz moriría el 15 de julio a los 55 años. Castillo junto a Robustiano Patrón Costas, a quien planeaba imponer como candidato oficialista en las presidenciales de fines de 1943 En la presidencia Varios factores jugaron a favor del vice catamarqueño. Por un lado, la enfermedad del presidente. Al frente de una coalición de conservadores y liberales, modificó el gabinete, cambió la cúpula militar y empezó a gobernar con miras a las elecciones nacionales de septiembre de 1943, para los que ya tenía sus planes: imponer como candidato oficialista de la llamada Concordancia al salteño Robustiano Patrón Costas, un conservador dueño de un ingenio azucarero. Enfrente, la oposición buscaba el camino para eludir el fraude e imponer su mayoría. Un radicalismo dividido, sin un líder, junto a la democracia progresista y el socialismo mantuvieron reuniones para ponerse de acuerdo en una fórmula en común. Contaban con el apoyo tácito del comunismo, prohibido por el gobierno de Castillo. Todo parecía favorecerlo. El 23 de marzo de 1942 había fallecido Marcelo T. de Alvear, con lo que el partido radical quedaba sin un líder de proyección nacional y el otro competidor de peso, el general Agustín P. Justo, moriría el 11 de enero del año siguiente. Le tocó lidiar en momentos en que el mundo se conmocionaba por la segunda guerra mundial. En nuestro país, había neutrales, proaliados y progermanos. A Castillo le gustaba que lo describiesen como el presidente de la neutralidad, soportando las presiones de los Estados Unidos para que Argentina le declarase la guerra a Alemania. Las presiones arreciaron y para evitar las manifestaciones aliadófilas especialmente del radicalismo y el socialismo, en 1941 declaró el estado de sitio. Cuando le preguntaron si había habido consenso en el gobierno para tomar semejante medida, respondió que “sí, unanimidad de uno”. Arturo Rawson, quien no alcanzó a estar dos días como presidente, junto a Pedro Pablo Ramírez, cuando derrocaron al gobierno de Castillo Castillo siempre se enorgullecía porque había promovido la creación de la flota mercante del Estado en momento en que el tráfico fluvial estaba trastocado por el conflicto bélico en Europa. Además, durante su gestión, surgió la Dirección de Fabricaciones Militares y la nacionalización del puerto de Rosario. Por los hechos de corrupción en los que se vieron involucrados concejales porteños, en 1941 decidió clausurar el Concejo Deliberante y reemplazarlo por una comisión de vecinos. Un golpe que cambiaría todo Los militares conspiraban. Los cambios en los nombramientos militares habían encendido la luz de alarma en las fuerzas armadas. El reemplazo del ministro de Guerra, general Juan Tonazzi -hombre de confianza del general Justo- por el general Pedro Pablo Ramírez, y del jefe de la Policía, el capitán de navío Rosas por el general Domingo Martínez. La situación política interna y el panorama internacional obligaron a la logia militar secreta GOU, surgida orgánicamente posiblemente en febrero o marzo de 1943, a adueñarse del poder. Cuando a Castillo le llegaron de varias fuentes versiones sobre preparativos de un golpe, y cuando el propio jefe de policía le ocultaba información en ese sentido, comisionó al general Ramírez a sondear cuál era el ánimo en la guarnición de Campo de Mayo, ignorante de que era uno de los conspiradores. Además, el presidente se enteró que un grupo de radicales había sondeado a este general, imaginando que el gobierno no haría fraude contra uno de sus hombres. Ramírez pidió pensarlo. La conducta esquiva e indecisa del conspirador Ramírez cuando el presidente le pidió explicaciones, hizo que Castillo lo mandase a arrestar. Pero sus horas en la Casa Rosada estaban contadas. El entonces coronel Juan Perón integraba el GOU, la logia militar que operó para derrocar a Castillo (PhotoQuest/Getty Images) En la mañana del 4 de junio de 1943 Castillo, que estaba en gobierno junto a sus colaboradores, se enteró de la marcha de tropas hacia Casa Rosada, y le sugirieron resistir con la Marina, que se mantenía fiel. En su proclama, los golpistas aseguraba que el gobierno “ha defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción”. Patrón Costas preguntaba cuál conspiración era, ya que él tenía conocimiento que había siete en marcha dentro del Ejército. Fue así que se embarcó junto a miembros del gabinete en el Rastreador Drummond, escoltado por otras naves, comunicando que había trasladado el gobierno a la escuadra de ríos. En Casa Rosada quedó solamente el secretario de la presidencia junto a una telefonista. Castillo ordenó tomar rumbo al norte y recalar a la altura de la General Paz, para sostener la resistencia de la Escuela de Mecánica de la Armada, que mantuvo un tiroteo con tropas rebeldes. Pero surgió lo inexplicable: las naves se dispersaron y dejaron solo al Drummond, que puso proa al puerto de La Plata, donde el general Diego Mason lo acompañó al Regimiento de Infantería 7. En el despacho del jefe redactó su renuncia, y lo dejaron libre. Regresó a su casa de la calle Juncal al 1700 e inició los trámites de la jubilación. Seriamente enfermo, falleció el 12 de octubre de 1944, rodeado de su familia y amigos. La familia rechazó el ofrecimiento del gobierno de facto de hacerse cargo de los gastos del sepelio, lo que solventaron sus allegados, porque Castillo solo tenía en el banco 47 pesos con 25 centavos. Los radicales se entusiasmaron con el golpe, porque pensaban que estaba a hecho a su medida, ya que los militares venían a terminar con años de corrupción conservadora. Suponían que en las elecciones que habría, serían seguros ganadores. Pero había militares que tenían otros planes, que cambiarían el ajedrez político argentino.

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