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  • ¿Cuándo se necesita llevar un niño a terapia?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/10/2024 05:22

    El cuidado emocional debe empezar en la infancia para influir de manera positiva en la vida futura El Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra el 10 de octubre, es una oportunidad para concientizar sobre la importancia de cuidar el bienestar emocional en todas las etapas de la vida. Este año, el lema de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es: “Es tiempo de priorizar la salud mental en el lugar de trabajo”. Si bien este enfoque es de suma importancia para mejorar la calidad de vida de los adultos, corremos el riesgo de dejar de lado algo fundamental: el cuidado de la salud mental de los bebés, niños, niñas y adolescentes. Es tiempo de priorizar la salud mental de los bebés, niños, niñas y adolescentes. Sabemos que aquello que se vive en la niñez impactará no solo en el presente, en su vida futura y también en las generaciones venideras. El sufrimiento que pueden experimentar muchas veces es ignorado, silenciado o malinterpretado, y por ello es importante prestar atención a las señales que nos indican que algo en su interior puede no estar bien. El psicoanálisis es una herramienta útil para interpretar el malestar emocional infantil En el contexto terapéutico infantil, las familias suelen buscar ayuda cuando sus hijos manifiestan comportamientos disruptivos, que desencadenan problemas como, dificultades escolares, alteraciones en la conducta o síntomas físicos sin una causa clara, afectando la vida cotidiana. Sin embargo, rara vez se consulta cuando el niño o la niña no presentan grandes explosiones emocionales o comportamentales. Hay mucho que no se mira, por la falta de información acerca de qué es aquello que debe llamarnos la atención. Antes de que ocurra ese estallido evidente y perturbador que hace que las familias corran a pedir turnos, ya existe una gran cantidad de señales y signos “silenciosos”que alertan sobre el malestar infantil, aunque muchas veces pasen desapercibidos o sean subestimados. El desinterés de un niño, sus quejas, sus malestares cotidianos, sus llantos y angustias repetidos, no siempre son tenidos en cuenta y se atribuyen de una manera superficial a cuestiones del desarrollo, cambios de humor o formas de ser, sin indagar mucho en ello. El reconocimiento de inhibiciones en niños es crucial para comprender sus conflictos internos En el programa de streaming “Psicoanálisis sin filtro” un niño de 11 años se comunicó con una pregunta muy importante: ¿Cuando un niño debe psicoanalizarse?. La respuesta la obtuvo de uno de los conductores, otro niño, Vito Gorziglia, que contestó: “Para mí Freud diría que es cuando hay una inhibición, un síntoma y una angustia, intensa y sostenida en el tiempo…”. La respuesta es excelsa y muy acertada. Como bien explica Vito en pocas palabras, en el artículo “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud aborda cómo las respuestas del aparato psíquico frente al conflicto y la represión se manifiestan en diferentes formas, tales como las inhibiciones, los síntomas y la angustia. Freud define la inhibición como una limitación en la capacidad funcional de una persona, especialmente en actividades que anteriormente podía realizar sin dificultad. En los niños y niñas puede verse muchas veces como manifestación de desinterés en cosas que antes le gustaban. Un ejemplo de inhibición en un niño, podría ser que solía disfrutar dibujar y participar en actividades artísticas, pero que de repente muestra un desinterés en estas actividades o la niña que le gustaba ir a las clases de baile y antes de salir dice que ya no tiene ganas. Detrás de cada síntoma físico hay un relato que debe ser descubierto (Getty) Si bien no presenta un problema de comportamiento evidente, evitan ahora dibujar o bailar y se sienten frustrados o dicen que “no saben hacerlo bien”, aunque antes les encantaba. Esta inhibición puede estar relacionada con un conflicto emocional no consciente. Por ejemplo, podría haber surgido debido a una crítica o comentario negativo sobre sus dibujos por parte de un adulto o compañero que él respeta, que generó un sentimiento de inseguridad. Como resultado, el niño reprime su deseo de dibujar y experimenta esta limitación funcional, reflejándose en su desinterés y desazón con relación a la actividad. No es que ya no le guste, no puede hacerlo. En lugar de un comportamiento disruptivo, la inhibición actúa de manera sutil, limitando su capacidad de disfrutar y expresarse. En este texto Freud describe allí los síntomas como manifestaciones de conflictos psíquicos inconscientes. Los conceptualiza como una formación de compromiso entre una pulsión reprimida (deseo inconsciente) y las defensas del Yo. El síntoma es una forma en la que el deseo reprimido se disfraza y distorsiona para pasar las barreras de la represión. Si bien esta escaramuza ofrece cierta gratificación, también produce sufrimiento o malestar. Comportamientos disruptivos o desinterés podrían indicar problemas más profundos (Getty) Un ejemplo en la infancia de la formación de compromiso es el del niño al que le llega un nuevo hermanito a la vida. La mayoría de las veces experimenta celos intensos. En lugar de expresar abiertamente estos sentimientos, que podrían generar culpa o castigo (ya que sabe que no es correcto o por lo menos no se espera eso de él), reprime esos deseos inconscientes, que podrían ser, desligarse de su hermano y enviarlo lejos. Este conflicto reprimido podría manifestarse como un síntoma físico, dolores de estómago recurrentes. Así, el dolor de estómago sería una formación de compromiso: por un lado, permite que el deseo reprimido (los celos y la agresión hacia el hermano) se exprese de manera disfrazada, evitando el conflicto directo con las normas familiares; por otro lado, provoca sufrimiento, ya que el síntoma genera malestar físico en el niño. El niño no puede reconocer conscientemente el origen de su malestar pero el síntoma le brinda una forma indirecta de expresar su conflicto. El síntoma puede aparecer de diferentes formas, como síntomas físicos, obsesiones o fobias. En el afamado caso conocido como Juanito, Freud analiza cómo una fobia a los caballos de un niño de 5 años, surge como una manifestación de los conflictos edípicos. La fobia de Juanito no solo refleja su miedo inconsciente hacia su padre sino su deseo vinculado hacia su madre. Niños pueden manifestar angustia a través de síntomas físicos u otros comportamientos que necesitan atención (Imagen Ilustrativa Infobae) Y finalmente, en este artículo, la angustia, Según Freud, no es producto directo de la represión, sino que es una señal de peligro que se activa cuando el Yo percibe una amenaza interna (deseo inconsciente). Un ejemplo de la angustia como señal de peligro en la infancia, es el niño que siente un impulso agresivo hacia uno de sus padres (por ejemplo, desear gritarle o pegarle cuando se siente frustrado o enojado). Este deseo agresivo, al ser considerado inaceptable por el niño y contrario a los valores familiares o normas de conducta, es reprimido. Pero en lugar de desaparecer, el deseo reprimido genera una angustia que se activa como una señal de peligro en el Yo. Por ejemplo, puede experimentar un miedo constante a que algo malo suceda en casa, sin saber explicar por qué. O sentirse preocupado por la idea de que sus padres se enojen con él o que lo castiguen y hasta temor a que mueran. Este temor desproporcionado es una manifestación de la angustia, ya que el Yo está respondiendo a una amenaza interna (el deseo reprimido) que percibe como peligroso, aunque el contenido del deseo permanezca inconsciente. Algunas de estas manifestaciones son muy visibles y otras no tanto. Una temprana intervención en salud mental puede cambiar significativamente la vida futura de los niños Freud sostenía que el síntoma es el resultado de la separación entre el afecto y la representación. En este proceso, el afecto (la carga emocional) vinculado a un deseo o conflicto inconsciente es reprimido o desplazado, mientras que la representación (la idea o imagen relacionada con ese deseo) puede ser distorsionada o sustituida. El afecto reprimido, sin embargo, no desaparece, sino que se transforma en un síntoma, que es una manifestación indirecta de ese conflicto. De este modo, el síntoma surge como una forma de lidiar con la represión, al mismo tiempo que provoca malestar o sufrimiento. Sin embargo, más allá que las manifestaciones sean más o menos visibles, lo que subyace en muchos casos es lo que el doctor Gabor Maté describe como “desconexión”. Los niños no solo sufren porque han pasado por experiencias traumáticas o porque algo en su entorno los está afectando directamente; el sufrimiento profundo muchas veces surge de una desconexión consigo mismos y con sus emociones. Establecer contacto con la realidad emocional propia es la gran regla del psicoanálisis. Una misión que asegura un crecimiento sano Tal como señala Maté: “Cuando la gente acude a nosotros en busca de ayuda, ¿por qué vienen? Porque están sufriendo. ¿Por qué sufren? Porque están desconectadas de la verdad en ellas mismas”. Este sufrimiento, explica, no tiene tanto que ver con los eventos externos, sino con la ruptura de esa conexión esencial con sus emociones y su verdad inconsciente. Aunque muchas veces las familias y los docentes esperan como objetivo de una terapia la modificación de conductas o la resolución de problemas inmediatos la realidad del proceso no es así. El trabajo terapéutico profundo no consiste en ayudar con estrategias de afrontamiento, mejores comportamientos, y cambios superficiales y transitorios, consiste en ayudar a niños y niñas a conectarse con la verdad dentro de sí mismos y esto es lo que siempre ha enseñado el psicoanálisis. El rol de los terapeutas, es ayudar a los niños a identificar sus conflictos y emociones, metabolizarlas y determinar la fuente, sin quedar atrapados a ciegas en ellas. El entorno familiar influye profundamente en la conexión de los niños con sus propias emociones Cuando los niños logran reconectar con sus emociones y conocer las raíces de sus sentimientos y padecimientos de manera profunda es posible que el sufrimiento disminuya, no porque los problemas desaparezcan, sino porque se posicionan desde un lugar de verdad y pueden tomar decisiones éticas con relación a sus deseos. Los adultos podemos ayudar presentando especial atención a los cambios sutiles, no dando nada por sentado y con disponibilidad para escuchar lo que tiene para manifestar y decir. La salud mental comienza en la infancia y debería ser un lema y un enfoque permanente. * Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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