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  • Un mundo sin erratas

    » Diario Cordoba

    Fecha: 09/10/2024 23:23

    En el silencioso universo de la palabra impresa, donde el susurro de las páginas al pasar ha sido durante siglos la banda sonora de bibliotecas y librerías, se avecina una revolución silenciosa. Las erratas, esas pequeñas imperfecciones que han sido compañeras inseparables de la prensa escrita y literatura desde los tiempos de Gutenberg, parecen destinadas a convertirse en reliquias de un pasado imperfecto. Imaginemos por un momento las manos callosas de un monje copista en el scriptorium de un monasterio medieval. La pluma se desliza sobre el pergamino, trazando con meticulosa precisión cada letra. Y sin embargo, al caer la noche, cuando la vela parpadea y los ojos cansados luchan por mantener la concentración, surge inevitable: la errata. Un error minúsculo que, sin embargo, viajará a lo largo de los siglos, testimonio mudo de la falibilidad humana. Otros artículos de Antonio Cuesta Tribuna abierta El vino fino no es un vino blanco La historia de la literatura está salpicada de estas pequeñas imperfecciones, algunas tan famosas que han pasado a la posteridad. Se cuenta que en 1631, una edición de la Biblia conocida como la «Biblia Perversa» omitió accidentalmente la palabra «no» en el séptimo mandamiento, transformando «No cometerás adulterio» en un escandaloso «Cometerás adulterio». Aunque los impresores fueron multados y la edición retirada, algunas copias sobrevivieron, convirtiéndose en codiciados objetos de colección. Incluso los grandes maestros de la literatura no están exentos de estos deslices. En la primera edición de «Don Quijote», Cervantes hizo desaparecer y reaparecer misteriosamente el burro de Sancho Panza, un error de continuidad que corrigió en ediciones posteriores. Este lapsus cervantino nos recuerda que incluso los genios son humanos, susceptibles a los caprichos de la memoria y la distracción. En tiempos más recientes, la primera edición de «Ulises» de James Joyce en 1922 contenía, según se dice, más de 2.000 errores tipográficos. La complejidad del texto y la prisa por publicarlo conspiraron para crear una primera edición plagada de imperfecciones que, paradójicamente, la han convertido en un tesoro para coleccionistas. Pero he aquí que en el horizonte se vislumbra una nueva era. La inteligencia artificial, con su mirada implacable y su memoria infinita, promete un mundo de textos inmaculados. Un futuro donde cada coma esté en su lugar, cada acento resplandezca en su sílaba correcta, y cada palabra sea la exacta encarnación del pensamiento del autor. ¿Qué se pierde en este nuevo paradigma de perfección tipográfica? ¿Acaso no eran las erratas pequeños guiños del destino, invitaciones a la reflexión sobre la naturaleza imperfecta de toda creación humana? En un mundo de textos sin tacha, ¿no echaremos de menos esos pequeños tropiezos que nos recuerdan nuestra propia humanidad? Quizás, en un futuro no tan lejano, los bibliófilos buscarán con ahínco primeras ediciones con erratas, como quien busca una pepita de oro en un río de palabras perfectas. Tal vez las erratas se conviertan en la nueva firma del autor, la prueba irrefutable de que detrás de las palabras late un corazón humano y no un algoritmo infalible. En este brave new world de la edición, los editores se convertirán en guardianes de lo imperfecto, custodios de una tradición milenaria de errores hermosos y significativos. Su tarea ya no será eliminar las erratas, sino quizás introducirlas con sabiduría, como quien siembra flores silvestres en un jardín demasiado ordenado. Mientras nos adentramos en esta nueva era, recordemos que la literatura, como la vida misma, no aspira a la perfección, sino a la belleza y a la verdad. Y a veces, en el corazón de una errata, puede esconderse una verdad más profunda que en mil páginas inmaculadas. Después de todo, ¿no son estas imperfecciones las que nos recuerdan que detrás de cada libro hay un ser humano, con toda su brillantez y sus limitaciones? Pues bien, a pesar de toda esta reflexión sobre el encanto de lo imperfecto, una parte de mí no puede evitar sentir un cosquilleo de anticipación. Al fin y al cabo, ¿quién no ha experimentado la frustración de tropezar con una errata justo en medio de un pasaje crucial después de invertir unos buenos euros en un libro? Así que, confesaré algo en voz baja: a pesar de todo lo dicho, respiraré feliz y tranquilo sabiendo que nuestros libros se podrán leer, de un tirón, sin gazapo alguno. *Editor Suscríbete para seguir leyendo

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