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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/10/2024 04:47
Matthew, un joven gay de cabello rubio lacio y contextura atlética, era estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Wyoming (Matthew Shepard Foundation) Matthew Shepard había nacido en 1976 en Laramie, Wyoming en pleno medio oeste estadounidense. El chico tuvo una infancia que no presagiaba el trágico destino que le esperaba e nsu juventud. Laramie, una ciudad pequeña cuya principal atracción turística es la antigua cárcel donde estuvo encarcelado el famoso forajido Butch Cassidy, se convertiría en escenario de uno de los crímenes de odio más impactantes de la historia reciente de los Estados Unidos. Matthew, un joven gay de cabello rubio lacio y contextura atlética, era estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Wyoming. La noche del 7 de octubre de 1998, justo esta semana se cumplieron 26 años, Matthew, con apenas 21 años, decidió visitar el Fireside Lounge, un bar que frecuentaba a menudo. El joven había salido del closet y había ingresado al Lesbian Gay Bisexual Transgender Association del campus universitario. Cómo fue la noche del ataque Aquella noche, su camino se cruzó con dos hombres: Aaron McKinney y Russell Henderson, de 22 y 21 años respectivamente. La conversación que sostuvieron giraba en torno a los derechos de la comunidad LGBT, según el testimonio del camarero del bar, Mateo Galloway, quien recordaría que aunque los dos hombres habían estado bebiendo antes de conocer a Matthew, no parecían estar borrachos. Calvin, el fiscal del caso, resumió aquel horror en pocas palabras y con los ojos enrojecidos de llorar: “Solo con el viento helado de Wyoming como compañía” (Matthew Shepard Foundation) Se conocieron cerca de la barra y mientras de fondo sonaba la clásica música country. Las luces eran tenues y el humo tapaba gran parte del bar, los tres jóvenes bailaban juntos chocaban sus porrones de cerveza. Matthew, con su carácter amigable y confiado, decidió irse con ellos. Sería el último viaje de su vida. Lo que ocurrió después es una de las historias más atroces y dolorosas de la comunidad LGBT de Estados Unidos. cuando se conoció el caso, la cara de Matthew se convirtió en bandera por los derechos de toda la comunidad en las Marchas del Orgullo Gay. McKinney y Henderson subieron a Matthew a una camioneta y lo llevaron a un camino desierto, en las afueras de la ciudad. El chico empezó a sospechar cuando el camino se hacía cada vez más solitario. Allí, sin motivo alguno más que el odio hacia su orientación sexual, lo golpearon brutalmente con una pistola Magnum 357. Lo dejaron ensangrentado y al borde de la inconsciencia. Luego, lo ataron a una cerca con una cuerda y lo abandonaron, solo y herido, en medio del desierto en las afueras de Laramie. Matthew permanecería allí durante más de 18 horas, expuesto a las inclemencias del clima en una larga agonía. El chico fue descubierto por un ciclista que dio aviso a la policía, al día siguiente de la golpiza. Todavía respiraba, aunque estaba irreconocible. Todo cubierto de sangre seca y con principio de congelamiento. Cómo fue hallado Matthew Shepard Calvin, el fiscal del caso, resumió aquel horror en pocas palabras y con los ojos enrojecidos de llorar: “Solo con el viento helado de Wyoming como compañía”. La oficial Reggie Fluty fue la primera en llegar a la escena. “Estaba de espaldas, con los brazos atados detrás de él”, recuerda Fluty al regresar al lugar del crimen para una nota periodística. “Su respiración era débil y escasa. Por su pequeño tamaño, pensé que era más joven o hasta un niño”. Los asesinos del joven Shepard fueron condenados a cadena perpetua (Matthew Shepard Foundation) El sheriff O’Malley describe la brutalidad de la escena: “Le pegaron en la cabeza y la cara entre 19 y 21 veces con la culata de un arma muy grande. Nunca antes había visto heridas tan profundas en un cuerpo”. La identificación fue instantánea: el brillo metálico de los aparatos de ortodoncia en sus dientes no dejaron dudas a sus padres. Así fue como Judy y Dennis Shepard supieron que aquel cuerpo que yacía en la cama de hospital era el de su hijo. Solo un trozo de metal que les dio la señal de su identidad. “Tenía la cara cubierta de vendas y puntos -recuerda Judy-. Había vendajes alrededor de su cabeza, donde el último golpe había destrozado su tronco encefálico”. La imagen era estremecedora: dedos y pies encogidos en posición comatosa, tubos conectados por todo su cuerpo para mantenerlo con vida. Uno de sus ojos estaba parcialmente abierto, dejando entrever el azul de su mirada y el metal de sus aparatos dentales. “Era él. Claro que era Matt”, recuerda que dijo la mujer apenas lo vio. La agonía de Mathew Matthew fue trasladado a un hospital en Fort Collins, Colorado, donde murió cinco días después, el 12 de octubre de 1998, sin recuperar nunca la conciencia. Su asesinato no solo consternó a Laramie, sino que desató una ola de indignación y debate en todo el país sobre la violencia motivada por el odio y la homofobia. Una de las novias de los asesinos declaró durante el juicio que la intención de su novio era “asustar a un homosexual para que no volviera a intentar seducir a un heterosexual”. McKinney intentó defenderse alegando “pánico gay”, una estrategia legal que busca justificar una reacción violenta como resultado de una supuesta provocación homosexual. Argumentó que Matthew había intentado seducirlo y que, debido a que él había sido víctima de abuso sexual en su niñez, no tuvo más opción que golpearlo hasta matarlo. Este argumento fue un reflejo del odio y la discriminación que subyacía al crimen, pero también de una sociedad que, en algunos sectores, intentaba justificar el asesinato de un joven por su orientación sexual. Sin embargo, los dos atacantes fueron condenados a cadena perpetua sin chance de salir en libertad condicional. El lugar donde fue atado Matthew se mantiene como un santuario en el medio del desierto (Matthew Shepard Foundation) El asesinato de Matthew Shepard generó un cambio profundo en el panorama político y social de Estados Unidos. La brutalidad de los hechos y la motivación homofóbica impulsaron un debate que desembocaría en la aprobación de leyes contra los crímenes de odio. La Ley de Prevención de Crímenes de Odio Shepard-Byrd, que lleva su nombre y el de James Byrd Jr. (un hombre afroamericano asesinado por supremacistas blancos en Texas en 1998), fue aprobada finalmente en 2009. La madre de Matthew, Judy Shepard, fue una de las voces más importantes en este movimiento, y en 1999, apenas un año después de la muerte de su hijo, habló ante el Senado de EE.UU. para abogar por la aprobación de esta legislación. Sus palabras resonaron con fuerza: “Nunca más voy a volver a sentir su risa, sus maravillosos abrazos o a escuchar sus historias”, admitió la mujer. Pese a que la voz de su hijo se va perdiendo de su memoria y solo le quedan fotos para recordarlo. Su imagen sigue siendo una bandera para que este tipo de crímenes de odio no vuelvan a ocurrir. “Nadie debería ser asesinado por el sólo hecho de su elección sexual”, explica Judy. Así, continúa la vida de la mujer que pudo convertir todo su dolor en lucha por los derechos civiles de los homosexuales.
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