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  • Mamás de Corazón en Funes: "Soy una convencida de que se puede cambiar la realidad"

    » La Capital

    Fecha: 06/10/2024 15:30

    Lorena Velozo. La referente de Mamás de Corazón tiene tatuados el nombre de la ONG y el slogan "Ni un pibe menos" “¿No querés que hagamos una chocolatada para todos los chicos del barrio?” le dijo un día de 2005 a su marido Lorena Velozo, la referente de la organización no gubernamental Mamás de Corazón, quien ahora lo cuenta a La Capital, durante casi dos horas de charla en el living de su sencilla casa de paredes blancas del barrio Villa Elvira, en Funes. Remera negra de Mickey Mouse, calza al tono, zapatillas blancas y cabello negro larguísimo, Lorena, de 45 años, madre de seis hijos y una luchadora incansable, pone la pava para el mate y habla con un tono dulce de voz, pero casi sin parar, de su pasión por el trabajo solidario que desarrollan hace más de 15 años con un puñado de 10 madres y colaboradores: desde los festejos del Día de las Infancias y la provisión de útiles escolares a niños y niñas de hogares carenciados hasta el ambicioso proyecto de prevenir adicciones y consumos problemáticos en adolescentes y jóvenes. Un trotamundos en Funes: "La maratón de Buenos Aires es más linda que la de Nueva York" Nacida el 21 de mayo de 1979 en el barrio de Arroyito, donde vivió hasta los cuatro años cuando se mudaron al 7 de Setiembre, María Lorena Velozo es hija de la empleada doméstica Marta y del trabajador metalúrgico Omar. Lo poco que recuerdo de mi infancia fue muy linda. Siempre recuerdo que mi mamá me llevaba a pasear, íbamos al parque, me llevaba mucho al río en Arroyito, al Balneario Municipal que está al lado del Parque Alem. Cuando éramos chiquitos mi mamá tenía una costumbre: siempre nos llevaba el jugo, los sanguchitos y las galletitas para que no pidiéramos porque no había. Y yo con mis hijos hice lo mismo porque eran seis. Siempre recuerdo que adoraba las galletitas Manón y el alfajor Tatín para ir a la escuela. ¿Cómo siguió tu vida? Fui mamá muy joven. A a los 15 años fui mamá soltera. Fue difícil, pero nunca pensé en dejar de hacer lo que me gustaba, que era estudiar. Fui con mi panzota a tercer año de la Escuela Técnica Juan Domingo Perón, del barrio 7 de Setiembre, donde seguí Administración de Empresas. En cuarto me costó un montón, pero en quinto terminé abanderada, con mi hijo al lado, tengo la foto. En cuarto fue muy difícil porque mi mamá me lo cuidaba y, además, tenía que trabajar. Mi primer trabajo fue pegar bolsas de cartón. Iba a la escuela de mañana, pero mi mamá trabajaba y yo tenía que cuidar a mis hermanos chicos. Mi mamá tenía que parar la olla y me ayudaba. Y estudiaba de madrugada porque a mi hijo le costó mucho adaptarse, entonces yo dormía cuando él dormía. ¿Tenías que amamantarlo en la escuela? Me acuerdo que mi hijo lloraba en la escuela, donde le tenía que dar la teta, y que Roberto, el director, fue tan bueno que cuando mi hijo lloraba me lo pedía y lo cuidaba. Ponía las colchonetas de educación física, le llevaba los juguetes que les pedía a todos y lo ponía ahí. El director era un ángel. Yo le agradecí tanto y un día el director me dijo: “Te pido, por favor, que nunca dejes de estudiar”. A mi papá le costó mucho aceptar que yo había quedado embarazada y no me apoyó con el estudio, pero siempre le di para adelante. ¿Soñabas con estudiar? Sí, quería ir a la facultad, pero no pude. Cuando terminé el secundario, a los seis meses empecé a trabajar como administrativa en una empresa metalúrgica de Granadero Baigorria, donde estuve tres años y aprendí un montón porque me hice muy compinche de la contadora. Después tuve una pareja y tuve dos hijos, pero fue una relación muy corta, de cinco años, y no estábamos bien. Y después la vida, el destino, lo que a uno le toca, conocí a Mauricio, mi actual pareja. Yo vivía en Granadero Baigorria, él nació acá en Funes, y tuve tres hijos más. ¿Tenés seis hijos? Sí. Tengo a Gastón, de 29; Agostina, de 24, que el lunes se mudó a Funes, después de dos meses conseguimos una casa muy linda acá a la vuelta, que ya es Funes City; Joel, de 23; Lautaro, de 17, que ahora está en clase de particular; Máximo, de 14, que se fue de campamento con la escuela; y María Eugenia, de 10. Tengo seis hijos, tres perros y dos nietos. Los perros se llaman Telmo, el caniche; San, el coly; y Tom, el chiquito, que es el más grandote. ¿San Telmo por el club? Claro. Trabajo en la administración del club y mi hijo también. Lorena 2.jpg Héctor Río / La Capital ¿Cómo llegaste a Funes? Vine a vivir a Funes en 2003. Eramos novios con mi marido, vine a pasear y me quise quedar, me gustó y en marzo de 2004 nos casamos. Antes de venir a esta casita alquilamos 10 años una casita a la vuelta del club (San Telmo), en un lugar muy lindo. Era otro Funes. Era otra gente, más antigua, con otras costumbres. Acá es barrio puro de Rosario. ¿En qué sentido? En todo. ¿Te sentís funense? En este barrio: 100 por ciento. En Funes me conocen todos por mi trabajo social, y hay gente que te quiere y gente que no te quiere. ¿Cómo se te ocurrió fundar Mamás de Corazón? Yo venía con tres hijos y después de casarnos mi marido me pidió reconocerlos como hijos propios. Ahí sentí que mis hijos ya tenían una estabilidad y una seguridad. Antes éramos nómades. Sin embargo de cada experiencia siempre me quedo con lo bueno. Alguien dijo que “más importante que lo que a uno le pasa es lo que uno hace con eso que le pasa”. ¡Uf! Si tendré experiencia en eso. Al año le dije a mi marido: “¿No querés que hagamos una chocolatada para todos los chicos del barrio?” "Vos estás loca, Lore" ¿Qué te dijo tu marido? –”Vos estás loca, Lore”. ¿Por qué?, le dije. Yo puedo ir a pedir leche, le digo a mi hermana que traiga la olla de la escuela, compro unos alfajores, vamos a pedir a los negocios. ¿Cómo siguió la historia? Lo fui haciendo poco a poco. Sin conocer a nadie porque hacía muy poco que vivíamos acá, me acuerdo que iba a los negocios con una carta manuscrita y se las dejaba. Donde vive mi suegro había una plaza vieja y ahora hay una cancha, en el barrio La Negrita, en la Zona 5. Yo lo había organizado una semana después del Día del Niño. Había dos revistas, La Verdad Funense y Misceláneas, que me lo publicaron, y hacía unos afiches a mano, los fotocopiaba y los pegaba en las columnas. Ese día me levanté a las tres de la mañana. Mi marido trabajaba en seguridad, recién había llegado y le dije que se levantara. En la casa de mi suegro vivíamos arriba y abajo teníamos una cocinita en un galpón. Cuando vine a Funes lo hice con un Plan Jefas y Jefes (de Hogar), me tocó trabajar en una copa de leche y le había pedido a la coordinadora que me prestara el mechero de piso, que tenía dos hornallas con una garrafa, y me lo prestó. Había conseguido un montón de cosas en las panaderías: tenía alfajores y facturas. Me acuerdo que estaba nublado y mi mamá me estaba ayudando a hacer una chocolatada, era a la hora de la siesta, pero no venía nadie. Entonces me metí en la cocina y me largué a llorar. Decía “tanto esfuerzo, les pedí a todos, ahora les doy las cosas a los vecinos...”. Hasta que mi mamá me empezó a llamar y vino mi marido y me abrazó y me dijo que saliéramos. Y cuando salí y vi todos esos chicos me largué a llorar. ¿Cuántos había? No sé, pero había como 200 chicos. Y yo seguía llorando porque pensaba que no iba a alcanzar para todos. También habíamos conseguido plata para alquilar peloteros. Ese día conocí a Tina, una persona que trabaja en Discapacidad en la municipalidad, y que se disfrazó de payaso e hizo cantar a los chicos. Hasta escenario teníamos: era una tarimita que nos había prestado (la agente inmobiliaria Cristina) Pozzobón. ¿La fiesta salió más grande de lo que pensabas? Sí, pero lo peor fue que mi suegro nos quería echar de la casa porque una parte de los chicos estaban en el patio de su casa y otra parte en la plaza. Lorena 4.jpg Héctor Río / La Capital ¿Fue la fundación de la ONG? No. Eso fue la iniciativa, que se puede considerar como un comienzo. Después, en 2010, vi un aviso de Gabriela Maciel, una chica que pedía ayuda para organizar un evento para festejar el Día del Niño, que ahora es el Día de las Infancias. ¿Era tu misma idea? Sí, pero ella soñaba a lo grande. ¿Qué era soñar a lo grande? Mil chicos. Entonces nos juntamos, nos organizamos, cada una hizo su propuesta y empezamos. La municipalidad nos dio el Estadio Municipal y en ese evento arrancó Mamás del Corazón. Al año siguiente Gabriela no siguió y arranqué solita con mi familia. Mi marido trabaja en la municipalidad y es paisajista, hace parques y piletas, pero no tenemos movilidad. Lo único que tenemos es la moto y un carro, que mi marido usa para trabajar. ¿Y cómo hacían? Cargábamos todo en el carro: 80 viajes. Y todo lo que pedíamos lo cargábamos en ese carro y en mi bicicleta roja, que hace unos años me robaron y lo lamenté tanto. Cargábamos los gazebos, los tablones, los juguetes, la garrafa, un montón de cajas de galletitas y alfajores. Y también venían a ayudarnos amigos en auto, pero la moto con el carrito estaba siempre. Y ahí empezó Mamás de Corazón. ¿Cómo siguieron? El segundo evento creció a unos 300 chicos, el tercero también y en 2019 fueron seis mil personas al Estadio Municipal. Tuvimos la posibilidad de traerlos dos años a Tito y Pelusa, contratamos siempre espectáculos de excelente nivel. Y después de la pandemia hicimos un espectáculo mucho más chico, en el Club San Telmo, donde vino Jeremías Fijo, el hijo de Piñón, que fue un evento muy lindo, pero ya limitado al parabólico nuevo. El año pasado festejamos las Infancias en la cancha de San Telmo y fueron casi 500 chicos. Y el evento de este año es más humilde, con poco presupuesto, va a ser el domingo 29, pero no deja de ser la escencia de Madres de Corazón. Va a ser en la Plaza Eva Perón, de la Zona 5, una de las zonas más demandantes y populares. >> Leer más: Funes: la conmovedora historia de la chaqueña que da de comer a 30 familias ¿Cómo hicieron en la pandemia? Desde marzo de 2020, con el aislamiento, distribuimos alimentos a personas que no podían salir de sus casas y con el correr de las semanas se quedaron sin trabajo. En una salida llegamos a cubrir a 60 familias, eran muchas horas. Al principio fue semanal, luego quincenal hasta que se fueron sumando muchas familias y las entregas eran cuando recibíamos donaciones. Fue un acompañamiento que hicimos hasta agosto de este año y asistimos a 19 familias. ¿Rescataste a algunos chicos de consumos problemáticos? No sé si la palabra es “rescatar”, pero sí tenía la posibilidad de brindarles herramientas. Las herramientas que no fueron favorables para ayudar a mi hijo las utilizaba con otras familias. ¿Cuáles son las herramientas? Espacios donde tuvo la posibilidad de ir mi hijo, con profesionales capacitados, preparados para asistirlos. Entonces se las brindaba a estas familias que estaban en esa situación. Algunos pudieron salir del consumo, otros quizás todavía siguen intentando, pero yo soy una convencida de que se puede salir. Es un trabajo del día a día. ¿Qué hace falta para salir? Creo que la palabra sería amor. Dejar de castigar, dejar de estigmatizar, dejar de señalar. Hay que ser empático. No voy a hablar de mi situación, pero hay que preguntarse por qué el joven, el adulto o el adolescente elige eso. ¿Qué lo lleva a eso? ¿Cómo cae ahí? Porque algo está fallando atrás. Las madres y padres que atraviesan por esa situación le dan amor a su hijo. ¿Hay un motivo para llegar a eso? Podríamos decir que sí, pero al momento de vivirlo en primera persona y de tener a tu hijo en ese estado, no sé si ahí se aplica porque el primer impulso es castigarlo. Cien veces me pregunté por qué, en qué fallé, qué hice mal. No fallé ni me equivoqué ni hice algo mal. Eligió eso por algo. Le tocó atravesar una situación y ese fue el escape. Mi hijo tuve todas las posibilidades para salir porque yo golpeé todas las puertas, pero él no quiso. ¿Fue una elección? Sí. Y sé que mi hijo está arrepentido de un montón de cosas. Y sé que mi hijo pasa hambre y pasa frío y pasa necesidades, y eso me pone mal como mamá, pero también sé que si él hubiese optado por lo que tanto le enseñé y tanto le inculqué, quizá hoy no estaría en esta situación. Y eso a una la hace sentir culpable, pero con el tiempo y con profesionales que te acompañan entendí que uno elige, como elige fumar, tomar alcohol. Uno elige, pero se puede salir. ¿Es una alegría haber podido ayudar a algunos chicos y una tristeza que te haya costado más con el tuyo? Sí, pero sé que mi hijo está en ese lugar pagando las cosas en las que se equivocó. Va a parecer raro esto, pero me enorgullece. Hace mucho que no voy a verlo, pero las últimas veces que he ido a visitarlo él a todos les decía: “Mi mamá es la mejor porque mi mamá me dijo qué tenía que hacer para que no esté acá. Mi mamá me dijo que iba a terminar así. Mi mamá me dijo que me iba a pasar esto”. ¿Cuánto influyeron sus amistades? También está esa otra parte. El me decía “pero este chico es bueno”. ¿Y por qué está acá si es bueno? Acá no están los chicos que hacen las cosas bien. El 1% puede ser porque todos sabemos lo que pasa. Y él sabe que mi lucha es esa. Que voy a seguir en esta vida para hacer algo por esos pibes de los que nadie se acuerda, que inclusive la familia deja de lado. Inclusive acá en Funes hay mucho consumo en jóvenes. Y ya no es más como se decía antes que es pasar carencias o vivir en un barrio vulnerable. No. Ahora está en todas las clases sociales, cada vez a más temprana edad. El otro día leí un informe del altísimo porcentaje de bebés que nacen con una adicción. Es terrible y se puede evitar. ¿Hay que trabajar en la prevención? Mucho. Y no se está haciendo nada. ¿Debería ser una política de Estado? Totalmente. Ahora todo pasa por las redes sociales. Ahí hay que apuntar. Nunca me voy a olvidar de ese médico que decía “Sí a la vida, no a la droga”. Que pegó. Utilicemos las redes con palabras sencillas, que los chicos entiendan. ¿Cuál es tu proyecto? Empezar a trabajar con la prevención, con gente que quiera venir a dar charlas, a meterse en el barro y a caminar porque está bien que el Estado trabaje y se ocupe, pero a veces hay que saltar el escritorio. ¿Ese es el próximo desafío? Trabajar en la prevención con las adicciones y con todo tipo de consumo. Ese es mi proyecto y mis ganas, que sigo arrastrando. Muchos me van a ningunear y muchos se van a sumar. Lorena 3.jpg Héctor Río / La Capital ¿Mamás de Corazón es mucho más que una chocolatada el Día de las Infancias? Mucho más que eso. En la ONG todos los 1º de enero pensamos de dónde vamos a sacar plata para dar los útiles escolares. ¿A cuántos chicos llegan? Este año entregamos 280. Y le pedimos a la gente que recibe otra ayuda que la deje para darle el lugar a otro. Hace 10 años que entregamos los útiles, y hace siete años que ayudamos a unas familias muy puntuales de Rosario y de Roldán. Todos los años nos preguntan si vamos a ayudarlos y vienen a festejar las Infancias. Las familias de Rosario vienen en bicicleta a buscarlos. ¿Quién les puso Mamás de Corazón? Gabriela vino con el nombre Manos de Corazón, pero no me cerraba y le dije "mejor Mamás de Corazón". ¿Quiénes trabajan en la ONG? Ahora estamos con Débora Carla Edreira, que trabaja en el Banco Santander y es amiga y hermana; Romina Michaut; una hermana, Gisela Velozo; una amiga, Griselda Beltzer; Soledad Maiztegui, que es una verdadera mamá del corazón porque tiene dos hijos adoptivos y cuando ingresó al grupo le dije que “ahora le vamos a hacer honor al nombre”; mi hija Agostina Quiroga; un amigo hermano, Sebastián García; Luciano Moya y mi marido, quienes hacen la logística. ¿Se puede cambiar la realidad desde una ONG? Sí, se puede. Yo estoy convencida de que se puede cambiar la realidad. Lo que pasa es q que hay que saber elegir. A los 45 años y con seis hijos he pasado en la vida por momentos muy duros, pero soy una convencida de que se puede.

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