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  • “Sindrome K”, el invento de tres médicos italianos que salvó la vida de cientos de judíos y aterrorizó a los nazis

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 06/10/2024 02:56

    El "Sindrome K" fue un recurso ingenioso que salvó a cientos de judíos de los nazis en Roma Una sala hospitalaria de enfermedades infecciosas cerrada a cal y canto, pacientes cuyas fuertes toses atravesaban las paredes, informes médicos falsos y un extraño virus muy contagioso y letal que no figuraba en los manuales pero que provocaba terror. Con esos cuatro elementos y un ingenio no exento de sentido del humor, tres médicos italianos idearon un montaje que permitió salvar la vida de cientos de judíos en la Roma ocupada por los nazis. A fines de julio de 1943 Benito Mussolini había sido destituido por una movida político-militar encabezada por el político Dino Grandi y el rey Víctor Manuel III, que instalaron como jefe de gobierno al mariscal Pietro Badoglio. La respuesta de Adolf Hitler no se hizo esperar y las tropas alemanas entraron en a capital italiana en septiembre de ese año. Hasta entonces, pese a la vigencia de las leyes raciales en su contra, los judíos romanos – que sumaban unos 14.000 - habían evitado las deportaciones, pero a su llegada los nazis desataron una cacería humana que estuvo precedida por una despiadada maniobra de extorsión: la comunidad judía de la ciudad debía reunir 50 kilos de oro en 36 horas a cambio de no enviar a 200 personas a los campos de concentración alemanes. La cantidad, fijada arbitrariamente por el coronel de las SS Herbert Kappler, era imposible de reunir en tan corto plazo, a pesar de que se realizó una febril recolección de joyas y el Papa Pío XII aportó 15 kilos. El Papa Pío XII aportó 15 kilogramos de oro para la colecta que se hizo para reunir el metal que los nazis les exigieron a los miembros de la comunidad judía de Roma como extorsión para no deportarlos Fue inútil porque, reunieran o no el oro, la suerte de los judíos de Roma ya había sido decidida por los alemanes, que la madrugada del 16 de octubre iniciaron una enorme redada en el gueto de Roma. En pocas horas detuvieron a 1024 personas – familias enteras – que fueron deportadas en tren al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Las arrastraban a una muerte segura: de todas ellas, al ser liberado el campo por los Aliados, solo habían sobrevivido 16. En medio de la confusión, muchos judíos se refugiaron en casas de vecinos y también en monasterios y conventos, donde el plantel de “monjas” creció de manera exponencial. Uno de los lugares más cercanos al gueto judío era el antiguo hospital San Juan Calibita, conocido por los romanos como Fatebenefratelli (“Haz el bien hermano”, en español), administrado por la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios. Ubicado en la Isla Tiberina, solo había que cruzar un puente para llegar a él desde el gueto. Decenas de judíos golpearon sus puertas para pedir protección a los frailes. Las autoridades del hospital los escondieron, pero estaba claro que sería un refugio precario, porque nada les impediría a las temibles tropas de las SS entrar y revisarlo a fondo. Había que encontrar una manera de evitarlo y tres médicos la idearon contrarreloj. El hospital Fatebenefratelli (“Haz el bien hermano”, en español), estaba administrado por la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios (George W. Hales, Hulton Archive, Getty Images) El “Síndrome K” Los doctores Adriano Ossicini, Giovanni Borromeo, director del hospital, y Vittorio Sacerdoti, de origen judío, refugiaron a los judíos en un pabellón al que “convirtieron” en una sala donde había pacientes de una extraña enfermedad infecciosa, muy contagiosa y letal, el “Síndrome K”, transmitida por un virus del que poco y nada se sabía. Cuando los nazis llegaron al hospital, el director Borromeo los recibió con amabilidad y se ofreció a mostrarles todas las instalaciones. Al llegar a la sala donde estaban escondidos los judíos del gueto, les explicó que allí había pacientes que estaban aislados del resto porque tenían los síntomas de una extraña enfermedad, muy peligrosa, que estaban investigando. Les dijo también que, tan contagiosa era esa patología, que para evitar que se propagara solo un médico y una enfermera estaban autorizados a tratar a los enfermos, y que entraban tomando infinitas precauciones. Porque el “Síndrome K” afectaba el sistema neurológico y provocaba una muerte horrible y dolorosa. Mientras Borromeo les daba estas explicaciones, los alemanes escuchaban fuertes toses que provenían del interior de la sala. “El doctor nos había dicho que si venían los alemanes teníamos que toser con todas nuestras fuerzas y dar la impresión de que éramos enfermos terminales”, contó muchísimo después, en 2019, en una entrevista para la televisión alemana, Gabrielle Soninno, que solo tenía cuatro años cuando se escondió con sus padres en el hospital. Los médicos Adriano Ossicini, Giovanni Borromeo, director del hospital, y Vittorio Sacerdoti, de origen judío, refugiaron a los judíos en un pabellón para supuestos enfermos con el Sindrome K El montaje, casi una obra teatral, dio resultado: los nazis siguieron su recorrido por el hospital sin haberse siquiera asomado por la puerta de la sala. La elección del nombre de la enfermedad no fue azarosa; por el contrario, encerraba varias claves que iban desde la necesidad de provocar miedo a una broma de agudo sentido del humor. En cuanto al miedo al contagio, la letra K con que Borromeo y sus colegas bautizaron al peligroso síndrome, evocaba a la enfermedad de Koch, la muy temida tuberculosis, que estaba causando estragos entre las tropas del Ejército alemán en el frente del Este. Pero el nombre también encerraba a una burla que apuntaba a lo más alto en las jerarquías de los ocupantes de Roma. “Lo llamamos K por el comandante Albert Kesselring, el responsable de la ocupación de Italia. Los nazis pensaron que era cáncer o tuberculosis y huyeron como conejos”, le contó el médico Vittorio Sacerdoti a la BBC en 2004. La “K” también era la letra del apellido de Herbert Kappler, jefe de las SS en Roma. Herbert Kappler, jefe de las SS en Roma, al ser detenido (The Grosby Group) Informes falsos y fugas Pese a que la maniobra había funcionado, los tres médicos no bajaron la guardia. Los nazis podían volver en cualquier momento y necesitarían más que un susto para frenarlos. Con la ayuda de las autoridades de la orden religiosa de los Hospitalarios de San Juan de Dios y del personal del hospital, produjeron las historias clínicas de los pacientes, con sus síntomas y la evolución diaria de la enfermedad. Esas historias clínicas funcionaban también como una clave dentro del hospital. “Utilizamos al síndrome en los documentos para indicar que la persona enferma no lo estaba en absoluto, sino que era judía. Era un código que significaba ‘estoy admitiendo a un judío’”, contó el doctor Ossicini en 2016, cuando el hospital Fatebenefratelli fue reconocido como “Casa de la Vida” por la Fundación Raoul Wallenberg, una organización estadounidense dedicada a honrar los actos heroicos durante el Holocausto. Crear esos expedientes sobre los supuestos enfermos fue una precaución necesaria, porque los nazis enviaron a sus propios médicos para corroborar la existencia de la enfermedad pero, cuando los italianos les presentaron las historias clínicas, las revisaron y las tomaron por ciertas en lugar de examinar a los pacientes. Mientras todo esto ocurría, la resistencia italiana fabricaba documentos falsos que permitían a los judíos refugiados en el hospital escapar a Suiza u otros países. Por eso resulta difícil calcular con exactitud cuántas personas salvaron sus vidas gracias al “Síndrome K”. “No sabemos el número exacto de las personas salvadas en el hospital. No hemos podido conseguirla, porque el hospital era un puente de escape”, explicó en una entrevista con la agencia EFE el escritor y sacerdote Jesús Sánchez Adalid, quien para escribir su novela “Una luz en la noche de Roma”, pasó dos años investigando en los archivos del centro, en los Vaticano, así como en la Shoa Foundation y el propio Yad Vashem. Lo que sí se sabe fue que el hospital Fatebenefratelli siguió recibiendo pacientes afectados por el “Síndrome K” hasta que los Aliados liberaron Roma. Además, que los nazis se alejaran de él por temor al contagio permitió que se pudiera instalar una radio de la resistencia en el sótano. El doctor Giovanni Borromeo (Crédito: Pagina Oficial "Museo de los Justos") Los tres médicos Después de la Segunda Guerra Mundial, el doctor Giovanni Borromeo recibió la Medalla de Plata al Valor Civil de Italia, se dedicó a la política y fue consejero de salud pública en Roma. En 2004 fue reconocido de manera póstuma como uno de los “Justos entre las Naciones” por la Yad Vashem. Vittorio Sacerdoti siguió trabajando en el Fatebenefratelli y, posteriormente, en otros hospitales. Falleció en 2005, a los 90 años, y fue enterrado en el cementerio judío de Ancona con honores por parte de la comunidad hebrea. Adriano Ossicini se especializó en psiquiatría y luego dejó su trabajo como médico y profesor universitario parra dedicarse a la política. Fue senador y ministro de Familia y Solidaridad Social de la República de Italia en la década de 1990. Murió en 2019, a los 99 años. En cuando al “Síndrome K”, el mal que aterrorizó a los nazis que ocupaban Roma, desapareció abruptamente con el final de la guerra y pasó a la historia como la única enfermedad letal que salvó vidas en lugar de causar la muerte.

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