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  • La siniestra leyenda tras uno de los patios más famosos de Córdoba

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/10/2024 23:31

    Tras la belleza de sus muros encalados, del encanto de la madera vieja, del aroma de las flores de uno de los patios más famosos de Córdoba, existe una siniestra leyenda digna del programa televisivo 1.000 maneras de morir. Este rincón, más conocido quizás por enamorar a algunos de los mejores literatos que ha dado este país, fue escenario, según cuentan, de un castigo que espeluznó a la sociedad de la época. Cronistas de antaño como Teodomiro Ramírez de Arellano la consideraron inventada, pero eso no resta interés a la historia que estamos a punto de desempolvar. Una zona de moda Dibujemos la escena. Nos situamos en la calle Lucano, en el entorno de la Ribera. Por entonces, se conocía como calle Mesones. Y ese nombre es muy revelador porque se trataba de una zona abarrotada de mesones, tabernas y posadas. Los alrededores de San Nicolás de la Axerquía se convirtieron en uno de los centros comerciales de la época. Sus calles eran frecuentadas por artesanos y comerciantes, atrayendo a feriantes y viajeros llegados a la ciudad. Esa actividad propició el surgimiento de tantos negocios en el siglo XIV. Sin embargo, de la mayoría de ellos (por no decir casi todos) en la actualidad no queda rastro. En el XIX, la zona perdió definitivamente importancia de cara al comercio, pero a los siglos logró sobrevivir un lugar que hoy sigue siendo un gran atractivo por su belleza. Una macabra muerte Hablamos de la Posada del Potro. Cuando se erigía como uno de los principales alojamientos de la capital, cuenta la leyenda que este lugar fue escenario de la macabra muerte, precisamente, del posadero que regentaba el negocio. Una muerte que, según la leyenda, fue resultado de un castigo. La Posada del Potro sirvió de inspiración a Quevedo y Miguel de Cervantes. No es para menos: su belleza es digna de admiración. Sin embargo, eso no evitó que, en el siglo XIX, también perdiera importancia, como el resto de la zona. De hecho, quedó como corral de vecinos y cayó en el olvido. No fue hasta la década de los 70 del pasado siglo cuando volvió a ganar prestigio. El teniente de alcalde de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba Manuel Salcedo Hierro decidió adquirirlo como bien municipal. Una noche tormentosa ¿Quién no conoce hoy en día la Posada del Potro? Menos conocida es la leyenda de la muerte de su posadero. Volvamos al siglo XIV. Durante el reinado de Pedro I 'el Cruel', uno de los capitanes de su ejército llegó al alojamiento para hospedarse durante un fuerte aguacero. Su vestimenta hablaba de ese alto rango que ostentaba y, con él, se dice que portaba un maletín. El gerente de la posada, un hombre bajo, encorvado y de traicionera mirada, le ofreció su mejor habitación. De una u otra forma, se cuenta que, en los pasillos, el joven capitán se topó con una chica que le advirtió de que corría peligro hospedándose allí. Aun así, decidió pasar la noche. No sería una noche cualquiera. Aprovechando la tormenta, el posadero accedió al interior de la habitación por una trampilla con el fin de robarle su oro. El capitán se percató de la presencia y evitó el robo, pero el ladrón probablemente no se imaginaba las consecuencias que tendrían sus actos. Fotografía antigua de hombres y ganado en la Posada del Potro. / Roisin Por orden del rey, fue arrestado y, ante la gente, atado a una ventana de manos y a unas bestias de pies. Entonces, azotaron a los animales, que, al salir corriendo, desmembraron al hombre. En la posada, sigue contando esta novelesca leyenda, se hallaron cadáveres de las víctimas del posadero y abundantes joyas. De hecho, la historia no acaba ahí. La chica que advirtió al capitán era, al parecer, hija de uno de los hombres asesinados, que permanecía secuestrada por el posadero. Esta habría acabado casada con el joven capitán y ambos habrían disfrutado de los tesoros hallados en la posada. Un lugar con encanto En la actualidad, la Posada del Potro acoge la sede del Centro Flamenco Fosforito en honor al cantaor cordobés Antonio Fernández, quien recibía el sobrenombre de Fosforito. Pero, más allá del flamenco que toma con frecuencia aquel rincón de la ciudad, su patio sigue siendo un mágico lugar para visitar.

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