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  • Las razones por las que Gisèle Pelicot peleó para que los videos de las violaciones se exhiban a puertas abiertas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 05/10/2024 08:36

    Gisèle Pelicot agradece los aplausos de las personas que van a manifestarle su apoyo en los tribunales. (Foto: The Grosby Group) Durante casi diez años su marido la drogó con sedantes y ansiolíticos primero para violarla y luego para que la violaran extraños a los que convocaba por internet. Hoy Gisèle Pelicot está de pie y más despierta que nunca. Sabe que su vida fue destrozada pero sabe también que la difusión de su caso puede ayudar a que otras mujeres no pasen por su sufrimiento. Por eso ayer, junto con sus hijos y sus abogados, celebró una modesta victoria en el juicio contra su ex esposo y cincuenta de los ochenta hombres que la violaron mientras ella estaba inconsciente: finalmente los videos de las violaciones serán proyectados en presencia de la prensa y del público que asiste a los tribunales. Finalmente, esas imágenes son las verdaderas pruebas del plan criminal de Dominique Pelicot y de la complicidad de los demás acusados. La mujer, de 71 años, celebra porque siempre pidió que el juicio fuera a puertas abiertas; hace tiempo que comprendió que no tiene nada que ocultar ni de qué culparse ya que los únicos culpables en esta historia son sus agresores. Hace dos semanas, el presidente del tribunal, Roger Arata, tomó la decisión de restringir la exhibición de los videos por “indecentes y chocantes”, por lo que la prensa y el público debían salir cada vez que se proyectaban. Ahora, por insistencia de los abogados de la víctima, el magistrado revirtió la decisión y ya no habrá restricciones aunque la difusión de las imágenes irá precedida de un “anuncio que permitirá a las personas sensibles y a los menores abandonar la sala”. Un juicio, dos esferas Como ocurre con este tipo de procesos excepcionales, el juicio se desarrolla paralelamente en dos esferas: en el tribunal de Vaucluse, Francia, y en la opinión pública, cuyo pulso puede medirse en los medios y en las redes sociales. Los detalles escabrosos del crimen superan cualquier ficción; así y todo, el coraje de Gisèle Pelicot podría terminar siendo un parteaguas para la legislación francesa y también un antes y un después en materia de conciencia social acerca de la violencia sexual en todo el mundo. Gisèle Pelicot y su hija Caroline. (Crédito: EFE). Una parte de los acusados ya ha reconocido su participación en las violaciones, empezando por Dominique Pelicot, el ex esposo de la víctima por cinco décadas y quien grabó meticulosamente los videos de los abusos. Varios acusados han pedido perdón aunque también insisten en un concepto inútil que sería algo así como “violación involuntaria”, ya que se consideran inocentes porque asistieron a la cita sin intenciones de violar a nadie. Otros dicen que creían que la mujer “se hacía la dormida”. Otros aseguran que estaban convencidos de que todo era un juego entre libertinos y están tambien los que sostienen que nunca tuvieron en cuenta el consentimiento de la mujer porque no se necesitaba: el marido estaba ahí y era quien había impulsado el encuentro sexual. No falta el que le copió el “sistema” a Pelicot y violó en estado de inconsciencia a su propia mujer ni el que ahora dice que cree que Pelicot lo drogó también a él. En honor a la verdad, unos cuantos dijeron en sus testimonios que hace muy poco habían entendido la importancia del consentimiento en cuanto al sexo. Todos señalaron haberlo aprendido en prisión. Si la Gisèle P. insiste en dar publicidad a los videos en los que se ven los detalles de las violaciones es para poder dejar en evidencia lo inconsistente de cualquier excusa por parte de los agresores y para crear conciencia en la opinión pública. Está convencida de que las imágenes hablan solas: ahí se la ve desmayada, a veces roncando y así y todo sometida a prácticas deleznables. Desde el comienzo del juicio, ya fueron exhibidos varios videos de los miles que encontró la Policía durante la investigación. Los acusados -que acuden al tribunal a dar testimonio cubriendo sus rostros para no ser identificados- eligen no mirarlos. El propio Pelicot se tapó los ojos para no verlos. Cuando su abogada le preguntó por qué lo hacía respondió que era “por vergüenza”. Es justamente “vergüenza” la palabra clave en este caso, en este juicio. La vergüenza es una de las razones principales (si no la principal) por la cual la mayoría de las mujeres que sufren violencia sexual no la denuncian. Se trata de un silencio que esconde la vergüenza ante propios y ajenos, a lo que se suma la asunción de alguna clase de responsabilidad (qué hice de malo, con qué lo provoqué), una culpa cuyo origen radica en la desconfiada mirada social sobre las mujeres y su sexualidad. Acosada por los defensores de los acusados, que constantemente la someten a preguntas humillantes y, con suspicacia, dejan entrever que es por pulsión exhibicionista que la mujer pide que los videos se muestren sin restricciones, desde que arrancó el juicio Gisele Pelicot repite que su único propósito con la difusión del proceso y de las imágenes es que “la vergüenza cambie de lado”, una consigna cada vez más popular entre las personas que se acercan al tribunal para saludarla con aplausos y también entre aquellos que en el mundo defienden los derechos de las mujeres y que cada día le escriben para agradecerle por alzar la voz. Gisèle Halimi fue una abogada feminista franco-tunecina que acuñó la frase de que en los casos de violaciones, "la vergüenza debe cambiar de lado" que hoy utiliza Gisèle Pelicot. (Crédito: Captura de Video) Pero la frase no es nueva y tiene una historia. Quien la pronunció por primera vez fue una mujer que llevaba el mismo nombre que la nueva heroína: se llamaba Gisèle Halimi (1927-2020) y fue una abogada y política feminista franco-tunecina que fundó, junto con Simone de Beauvoir, del colectivo Choisir la cause des femmes (Elegir la causa de las mujeres). Halimi se hizo conocida por su militancia a favor de la despenalización del aborto y por su trabajo persistente tras un objetivo: que los juicios por violencia sexual contra las mujeres dejaran de ser a puertas cerradas. “Cuando se trata de violación, insistimos en la publicidad de los debates porque creemos que la mujer que ha sido víctima no debe sentirse culpable y que no tiene nada que ocultar. Lo escandaloso no es denunciar la violación, lo escandaloso es la violación en sí misma”, se le escuchó decir a Halimi en 1976, en horario central de la televisión. Por entonces representaba como abogada a Anne Tonglet y Araceli Castellano, una pareja de jóvenes belgas que habían sido golpeadas, amenazadas de muerte, secuestradas y violadas en Marsella por tres hombres, en agosto de 1974. La violación había sido impulsada como venganza por un pescador que había intentado seducirlas sin éxito. El hecho de que fueran homosexuales fue interpretado por los jueces que tomaron originalmente la causa “como una provocación y como otro insulto más a la hombría de los tres hombres”, según declararon las víctimas. Las mujeres denunciaron el hecho horas después y los agresores fueron detenidos muy pronto, rechazaron las acusaciones y, oh, sorpresa, declararon que habían mantenido con ellas sexo consentido. No les fue bien con ese argumento. Luego del juicio en el que Halimi representó a las víctimas, uno de los hombres fue condenado a seis años de prisión y los otros dos a cuatro años. Hay relatos sobre el proceso judicial, que más allá del resultado favorable, fue muy duro de soportar para las mujeres, que recibían insultos fuera de la sala y constantes comentarios sarcásticos por parte de los abogados de la defensa. Tonglet y Castellano escribieron un artículo que fue publicado en el diario Libération en el que hablaron por ellas y por el resto de las víctimas que guardan silencio por miedo y por vergüenza: “Fuimos violadas, vandalizadas y venimos a decirlo públicamente y sin vergüenza. Y sabemos que también hemos hablado en este juicio para que las mujeres no sientan más esa soledad que mata”. El proceso se llevó a cabo en 1978 y terminó siendo un juicio a los violadores pero también a la clase política y a la percepción social sobre la violencia sexual, como explicó muy bien la periodista experta en temas de género Isabel Valdés en un artículo del diario El País, de Madrid. Retrato del acusado Dominique Pelicot durante su declaración del 17 de septiembre en los juzgados de Aviñón (Benoit PEYRUCQ / AFP) El proceso de Aix-en.Provence (así se lo conoció) incidió en términos culturales (una violación no es una forma más de tener sexo sino una agresión vinculada a la dominación) y también influyó en materia legislativa ya que en 1980 en Francia se redefinieron los términos del delito de violación, se elevaron las penas y comenzó a contemplarse que también en el marco de una relación de pareja puede producirse una agresión de tipo sexual. Pero todo aquello, que fue un gran logro, ya no alcanza. El caso Pelicot abre ahora la puerta a la pelea por incorporar en el código penal francés la definición de consentimiento sexual explícito y, ya en el plano social, discutir el tema de la sumisión química, que no fue detectada por ninguno de los profesionales de la salud a quienes Gisèle P. acudió junto con sus hijos buscando razones que explicaran su tenaz pérdida de memoria, la progresiva caída de pelo y los persistentes problemas ginecológicos que tuvo durante los años de las violaciones. Cuarenta y cinco años después, al igual que ocurrió con las mujeres belgas violadas, Gisèle Pelicot también habla por ella y por las que callan. Y, como ocurrió aquella vez, el juicio a sus violadores ya está escribiendo un nuevo capítulo en la historia de la defensa de los derechos de las mujeres.

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