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  • El mariscal Ney debe morir

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 04/10/2024 18:47

    Por Luis R. Carranza Torres Apodado “le Rougeaud” (“el rubicundo”) por su color de cabello, o también le brave des braves (“el valiente de entre los valientes”), como lo calificó el propio Napoleón, hijo de un tonelero de Saarlouis francés y su esposa alemana, escaló los grados del ejército francés hasta ser mariscal del primer imperio napoleónico. Su actuación táctica en la batalla de Waterloo ha dado lugar a la polémica y a la censura, al lanzar carga tras carga de caballería sobre la infantería inglesa formada en cuadro. Conforme su formación de húsar, él dirigió en persona todos los ataques. Su proverbial capacidad de esfuerzo en campaña y en la batalla, también le valió el mote de “el infatigable”. El mariscal cabalgó a la par de sus soldados en la primera línea de fuego. Según algunos testimonios, parecía que Ney buscara su propia muerte, al decir Raquel de la Morena en La historia real del mariscal Michel Ney. Cinco de sus caballos perecieron por el fuego enemigo, sin tener él ningún rasguño. Al final de la tarde, en su última carga con los pocos supervivientes de la caballería francesa, se le escuchó decir: “Venid a ver cómo muere un mariscal de Francia!”; fracasó y salió ileso, como todas las oportunidades anteriores, golpeando su sable contra un cañón inglés, presa de la frustración, antes de ser apresado. El restablecido monarca Luis XVIII pidió al ministro de policía Fouché el listado de los oficiales que se unieron a Napoleón durante los Cien Días. Una ordenanza de 24 de julio de 1815, estableció en su artículo primero la lista de personas a ser detenidas y juzgadas por traición. El primer nombre de muchos es el de Ney. Detenido en el castillo de Bessonies, en Lot, es conducido bajo escolta a París el 19 de agosto y encarcelado primero en la Conciergerie y luego en la prisión de Luxemburgo. En dicho traslado, general Exelmans le ofrece huir, pero él se niega. El consejo de guerra que tiene que juzgar al mariscal Ney, por la jerarquía del reo, debe integrarse con otros mariscales de Francia. Cuando la presidencia recae por derecho en su decano, el mariscal Moncey, duque de Conegliano, éste se recusa, negándose a asistir al juicio. El rey lo destituye por real decreto y le impone un arresto de tres meses a cumplir en la fortaleza de Ham. Ney es defendido por André Dupin y Pierre-Nicolas Berryer; Dupin es de los mejores abogados defensores de Francia, que demostrará una gran intrepidez en tal tarea. En octubre de 1815 publicará además un tratado titulado Libre défense des accusés. El Consejo de Guerra inicia el 9 de noviembre. Se ha buscado a los jueces peor predispuestos con el acusado. El mariscal Ney expresa entonces su deseo de ser juzgado por la Cámara de los Pares, en su condición de noble. Tal título de nobleza que le ha sido dado por el rey que ahora lo enjuicia por traidor. Para el consejo es la salida más elegante, pues nadie quiere condenar a Ney y por cinco votos a dos deciden su incompetencia. El juicio se llevó a cabo en el Palacio de Luxemburgo, donde varios integrantes destacados de la cámara se ausentan, incluido Talleyrand, por no querer tomar parte del asunto. Los partidarios del rey son mayoría absoluta y el deseo de congraciarse con el monarca merced a una condena ejemplar, campea en los ánimos de la sala. Frente a eso, la defensa expone un argumento legal. El mariscal Davoust había firmado con los aliados la convención del 3 de julio en París, en cuyo artículo 12 especificaba que no se podía iniciar ningún proceso contra los oficiales y soldados por su conducta durante los Cien Días. No le aceptan el planteo invocando un tecnicismo: no se planteó oportunamente. Cuestiona la defensa asimismo que la cámara pueda tener facultades para condenar como tribunal penal. También se la rechazan. El 6 de diciembre Dupin muestra su tercera carta: El lugar de nacimiento de Ney, Sarrelouis, es un territorio de Prusia desde el Tratado de París firmado el 20 de noviembre. Expone que no se lo puede juzgar por ser ahora prusiano. Esta vez, es el propio acusado quien le hace fracasar. Ney se levanta, lo interrumpe y exclama: “¡Soy francés y seguiré siendo francés!”. El fiscal Bellart agita las aguas y el veredicto de la Cámara es de culpabilidad por alta traición. Respecto a la pena, varios nobles como Lanjuinais, el marqués de Maleville, el conde Lemercier, Lenoir-Laroche y el conde Cholet , intentan que la pena de deportación sea adoptada. Otros cinco se abstienen y 128 votan por la pena de muerte. Bellart pide además -y lo consigue- que se lo excluya de la Legión de Honor. La sentencia se dicta a las 23.30, aplicando la regla del consejo de guerra, por lo que se leía en ausencia del acusado. El 7 de diciembre de 1815 fue fusilado en el muro trasero de los jardines de Luxemburgo. Rehusó ponerse una venda en los ojos y se le dio el derecho de dar la orden de disparar, a la que añadió: “¡Soldados, rechazo ante Dios y ante la Patria el juicio que me condena! He luchado cien veces por Francia y nunca contra ella. Apelo ante los hombres, ante la posteridad, ante Dios. Apuntad directo al corazón. ¡Viva Francia!”. Si Luis XVIII pretendía dar un castigo ejemplificador, la forma de su muerte se le volvió en discreta censura. En su obra Los miserables, Víctor Hugo lo describe en varias partes y siempre de forma negativa. Y dijo allí también, sobre el mariscal fusilado: “¡Ah, desdichado Ney! Tantas veces expuesto a balas enemigas, estabas destinado a balas francesas”. Aun así, con la condena de alta traición y todo, su nombre se halla escrito junto al de los grandes mariscales napoleónicos en el Arco del Triunfo de París. ¿Paradoja de la historia o silenciosa reivindicación póstuma?

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