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  • El cerdo en la pitón

    » Diario Cordoba

    Fecha: 03/10/2024 04:27

    No me gusta la actitud pesimista ni creo que el pesimismo conduzca a ningún lugar que merezca visitarse, pero es que el futuro que se me perfila no ayuda a mi propósito. Entiéndase que cuando hablo de futuro en primera persona me estoy refiriendo al medio/corto plazo. El largo plazo, si bien no lo padeceré, condicionará la felicidad de mis hijos y nietos y por ello, si cabe, aún me preocupa más. A los más jóvenes que me leen pedirles comprensión y hacerles ver la dificultad de los «boomer» (el cerdo en la pitón natalicia), para entender muchas cosas. ¿Cómo podemos aceptar que se contabilicen en España seis mascotas por cada niño y que por las jóvenes en edad gestante se justifique la opción en que un perro es más barato que un hijo? Somos niños que vivimos como los vecinos del cuarto, con siete hijos, nada más nacer el octavo, lo entregaron a una pareja que nos apartó a todos los que jugábamos en las escaleras para llevarse al recién nacido, ocultándolo de todo un vecindario que lo sabía y que no hizo nada por evitar que el precio de la venta sirviera para dar de comer a los otros siete durante una temporada. ¡Aquellos padres sí que sabían lo que costaba un niño, pero no tuvieron otra opción! No veo más aceptable aquella situación que la presente, pero entre el blanco y el negro hay multitud de grises. El gris en que ha degenerado el binomio niño/mascota se me antoja más marrón oscuro que otra tonalidad y tan denigrante para el ser humano como para el propio animal. ¿Cómo podemos admitir escuchar que el «mobbing» escolar justifica la mayoría de los fracasos académicos e incluso conduce al suicidio de nuestros niños y jóvenes y a la par conversar con compañeros de nuestra edad, profesores, que dicen sentir pánico en las aulas porque no pueden imponer ningún correctivo al alumnado sin encontrarse con una denuncia por maltrato? Somos niños que nos pasamos media infancia de cara a la pared. Los reincidentes conocían a la perfección cómo picaba la regla de madera en la palma de la mano. Que había acoso escolar, por descontado. Si tenías gafas, era el gafitas; si tenías más talla a lo alto, eras el largo y si a lo ancho, el gordo. Pocos se salvaban del alias y lo peor es que el profesorado también se refería a ti por el apodo. De esa manera aprendimos que a lo largo de nuestra vida nos toparíamos con poca bonhomía y mucho «hijoputismo», pero que ni de unos ni de otros había que fiarse. Que nuestra valía personal no la decidían los demás sino nosotros y que la vida que nos esperaba era un ring constante, no un camino de rosas. No había psicólogos infantiles, solo el «cuando venga tu padre». Todo muy básico pero más sencillo. Suscríbete para seguir leyendo

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